Él vive abajo de mi piso y habita y canta todo el día canciones arias contra la comunidad judía y el comando radioeléctrico y el Grupo Alcón. No, mentira, el comando radioeléctrico no, porque es un cagón.
Nazis sin alma.
Durante mi adolescencia in the menemists years (los 90’s, Aquellos años Felices, Kevin creciendo con amor, ponele) solía frecuentar todo tipo de recitales, preferentemente, los Festi Punks. Y cuando venían bandas piolas como Dos Minutos, Eterna Inocencia o Fun People, por decir algunas, lo más copado de ir al recital era lo previo, no solamente tomar Norte casi evaporada en una botella descartable, sino también las ferias de fanzines: era como un Marketplace de Facebook; una posibilidad un acceso socio cultural que hoy la generación de cristal no lo creería: estar en las gigs (googleen si no saben qué es) era conseguir música, comprar K7 (casetes), vinilos, discos de bandas imposibles de conseguir en Yarabí o Avenida Musical.
El acceso a cosas, La Escena, las cosas que pasaban en Buenos Aires o Londres, o California: skate, adolescencia y punk rock. Por un lado todo era tanta pelotudez, había una escena detrás de la escena, por ejemplo, había pibes que hablaban de todo tipo de políticas, sobre derechos sobre decidir sobre el cuerpo había un compi que se llamaba “El Aborto Ilegal Asesina mi libertad” (Un gran Album de Fun People y She Devils), políticas Neoliberales (Javier Milei Detected gracias a eso. Por eso me rompen el corazón esos pelotudos de mi edad que votan a la derecha y que iban a los recitales conmigo), violencia policial, agrupaciones de desaparecidos en la última dictadura y… neonazis, sí neonazis haciendo quilombo en recitales punkies en Baires y profanaban tumbas en La Tablada.
La verdad no me imaginaba esa gente en Tucumán, nada, aquí había otras situaciones: rugbiers que enviaban a gente al hospital dejándola cuadripléjica, quizás. Pero no pelados con borceguíes con cordones blancos o rojos, mucha insignia de águilas. Aquí en Tucumán si veías unos gordos con sweater Legacy y náuticos seguro había que correr, pero nada que ver con neonazis.
A comienzos de año me he mudado a Villa Luján a un departamento: me he mudado un lunes, dos pisos he subido, una y otra vez. Lo peor de la mudanza es la mudanza. Al llegar la noche tenía un cansancio terrible más hambre, solo una cosa podía sanarme: una milanesa completa con una birra. Había un problema: no hay timbre y no me quedaba otra que esperar afuera en la medianoche.
De pronto, a lo lejos veo una persona que venía cantando a los gritos: “Ich bin…no sé qué cosa Lufftwaffe” en alemán. A medida que se venía acercando, campera bomber, pelado, borceguíes, camiseta del Bayern, chupines y mucha virginidad. Parecía una joda, pero no. Me decía hacia mis adentros que, por favor, no viviera en el edificio.
Y recordé esos fanzines que leía en mi adolescencia y recordé esos textos sobre cómo reconocer a un nabo de esos y sus canciones. Recordé a través de esas lecturas la canción que venía cantando. Él vive abajo de mi piso y habita y canta todo el día canciones arias contra la comunidad judía y el comando radioeléctrico y el Grupo Alcón. No, mentira, el comando radioeléctrico no, porque es un cagón. Llegó hasta donde estaba parado esperando mi sánguche de milanesa y birrita helada. Me empujó. Me hizo una mirada como de asco, pateó la puerta, y empezó a golpear las paredes.
No voy a negar que en un momento pensé muchas cosas: qué pensaría Edward Norton si ve a un tipo así en American X (película que aprovecho para recomendar) porque físicamente no estaba en condiciones de acuerdo a los estereotipos que exigen estos chicos, aunque podía alegarse como un fan de Hermann Goring, y/o quizá, simplemente, tenía un ataque de epilepsia causado por el Long Covid. Pero no, era pelotudo nomás.
Y así fue que estrené y comí mi primer sánguche de milanesa en mi nuevo recinto, con un nazi que vive en el primer piso y que tiene un hermano que toca el piano y ama la música clásica.
El universo es extraño: al otro día me levanté a guardar lo de la mudanza y en el placard, en la parte de arriba sobre una esquina, vi una caja de cartón documentación de todo tipo: libretas, plata devaluada, cheques, patacones, Bbonos de hace quince años y en el fondo de la caja 200 dólares. Averigüé y el inquilino anterior nada tenía que ver. Pero bueno: a todo esto lo tomo como la bienvenida universal de la infamia que me dio mi nuevo departamento.
No volví a cruzarme con el nazi. Tampoco volví a pedir sánguche de milanesa: primero, porque se la come en el lugar donde te la sirven, es una delicia que se saborea y paladea en el acto de servida. Segundo: vivo cerca de Los Electricos. Para finalizar: no pongan a los pendejos a formarse políticamente con video de youtube leyendo foros solos en casa sin ningún tipo de criterio ni contacto con la calle.