VIAJE

En este sábado gris, se abrió la puerta del pasado tucumano: el parque de Santa Ana

En este mismo lugar en donde nació la historia del "Perro familiar", existió uno de los espacios más excéntricos y lujosos que tuvo Tucumán. Cisnes, pavos reales, peces de colores, flores y especies frutales traidas desde Europa para complacer a una niña llamada María Luisa. FOTOS

09 Oct 2021 - 19:59

Recorriendo el sur de Tucumán, un par de kilómetros antes de la comuna de Santa Ana, nos topamos con Villa Hileret. En este caserío a orillas de la ruta provincial 331, existe un lugar que pareciera guardar una mística especial, fundado por el francés Clodomiro Hileret en el 1901: el parque.

Según relato Ernesto Cepeda en  su artículo “Ingenio Santa Ana, Mitos, Política y Azúcar”, la historia detrás del dicho ingenio llamó la especial atención del historiador Eduardo Rosenzvaig en su enciclopedia “La Cepa, Arqueología de la cultura azucarera" por una particularidad: “Porque es una historia apasionante. Como la del creador del ingenio, el francés Clodomiro Hileret, un hombre delirante en sus excesos y genial para los negocios”.

Aporta Wikipedia, que en 1890 Clodomiro Hileret fundó la villa entre el ingenio Santa Ana de su propiedad y la estación ferroviaria de Río Chico, cuyo nombre original era La Puerta. La población tuvo un rápido desarrollo superando incluso a la localidad del ingenio, y hasta el 2010, la población era de 699 habitantes.

Una visita fugaz al parque este sábado gris, presentó un particular panorama para el tucumano José y su mamá Susana, que se encontraron con los desechos de lo que fuera un lugar impensado para el Tucumán de la época, tan impensado que hasta compartía réplicas de granito y yeso de las que se encontraban en el museo Louvre.

El relato de lo que significó este parque cuando fue inaugurado por Clodomiro como regalo para su hija María Luisa en 1901, fue retratado en el libro “La huella de Clodomiro” escrito por David Cabrera:

“Pasó un poco más de un año y el parque ya estaba listo para su inauguración. Era espléndido, los lagos con sus peces de colores, barandas de bronce rodeaban sus contornos, bellos puentes ornamentales los comunicaban entre sí, cisnes de largo cuello nadaban sin prisa y sin miedo, también había aves acuáticas de variadas especies, se podía navegar en decorados botes de madera, a los cuales se accedía a través de una gruta artificial, de cuya cima caía agua en cascada, la misma era impulsada hasta allí por una potente bomba a vapor.

Al frente de la gruta, en una pequeña isla, estaba creciendo el sicómoro.

Estatuas de granito y yeso, réplicas exactas de las que se encuentran en el Louvre en París, se encontraban esparcidas para la vista y deleite de todos.

Hermosos bancos de hierro forjado y de madera se encontraban a lo largo de los paseos.

En los invernaderos se cultivaban las más hermosas orquídeas y toda clase de plantas exóticas y máquinas a vapor proveían el clima ideal para que las mismas pudieran crecer y florecer.

Muchas variedades de flores adornaban los numerosos senderos, camelias blancas y rojas, pensamientos, claveles, bocas de conejo, etc.

Avenidas de magnolias y limoneros dulces proveían de sombra a los distintos paseos. Plantas frutales de las que uno imagine: manzanas, mandarinas, naranjas, kakis, guayabas, matos, cocos cascarudos y chirimoyas entre otros.

Pavos reales y otros animales raros vagaban libremente por su amplia extensión. Bambúes de la india y falsos algodoneros cobijaban a numerosas aves que, atraídas por los frutales se daban cita en el parque. Al costado del chalet, al lado de uno de los invernaderos se encontraban unas amplias piscinas donde se criaban peces de distintas variedades y colores.

Una pileta rectangular de generosas dimensiones serviría de refresco para la familia en los meses calurosos, tenía baños y duchas, detrás de la misma, aprovechando su desagüe, una gran rosa construida en cemento, de unos cinco metros de diámetro, cuyos pétalos despedían agua hacia lo alto, constituía un adorno muy original y llamaba la atención de muchos, además serviría de piscina para los niños más pequeños.

Todo el parque estaba rodeado por una tapia de ladrillos de unos tres metros de alto. Don Clodomiro se acercaba junto a otro señor que no conocía.

Por fin llegó el gran día. Primavera de 1.901, se inauguraba el parque de Santa Ana, también la escuela del pueblo que se llamaría Escuela Superior “Ingenio Santa Ana”. Enterado de ésto, el general Roca, quiso estar presente y venía en el tren de Don Clodomiro. Don Emilio me contó que el general le regaló a María Luisa una máquina a vapor, esta llevará su nombre.

Don Lucas Córdoba, se acercó y preguntó por el horario de llegada de la comitiva, éste también estaba ejerciendo su segundo mandato como gobernador de Tucumán, y se encontraba presente en Santa Ana con todo su gabinete.

- Llegan a Río Chico al mediodía - contestó Don Emilio.

- Allí harán un alto, pues envolverán con una tela celeste (el color preferido de María Luisa) la máquina que le regaló el general y así vendrán hasta Santa Ana.

- Vamos hasta Río Chico - dijo.

Nos dirigimos allí. A la hora prevista el tren de Don Clodomiro llegaba a la estación de Río Chico.

Nos subimos casi sin esperar a que se detuviera por completo.

Se realizó el cambio de vía correspondiente y el convoy encaró para Santa Ana. 

En Villa Hileret, la gente se agolpaba a la orilla de los rieles para ver el paso del convoy.

El general Roca vestía un elegante saco negro, pantalones blancos, de igual color el sombrero.

La niña María Luisa, no entendía lo que pasaba. 

- Anselmo no vaya a decirle nada a la niña puesto que ella no sabe que su padre le construyó el parque que ella soñó - dijo Don Emilio en tono serio - Es una sorpresa -.

- Descuide señor, no le diré nada - respondí -.

- María Luisa voy a colocarte un pañuelo en los ojos - dijo Doña María Cayetana.

- ¿Y esto por qué madre? - preguntó la niña.

- Tu padre dice que hay mucho polvo y puede causarte una irritación en los ojos.

La niña accedió a que vendaran sus ojos.

Llegamos a Santa Ana, la muchedumbre saludaba al convoy, ninguna personalidad política o empresarial estaba ausente. María Luisa se encontraba muy asustada por lo gritos de la muchedumbre.

El tren entró en el parque hasta los fondos del chalet. La banda de música se escuchaba con mucha fuerza.

- Mi niña voy a sacarte la venda de los ojos, no tengas miedo - dijo Don Clodomiro, emocionado como nuca antes.

Al ver el parque María Luisa irrumpió en un llanto, lo mismo muchos de los presentes. Por primera vez creí ver húmedos los ojos de Don Hileret.

Este hombre, había gastado millones para cumplir el sueño de su bien más preciado, su hija María Luisa, pero además legó a Santa Ana y a la provincia, una obra magnífica y única: “El Parque de Santa Ana”.

Actualmente en donde antes corría un arroyito con cisnes, botes y peces de colores, la sequía se hizo presente. Y en donde antes existía la envidiable mansión de los Hileret, un gran portón cerrado con candado encierra este edificio que –aparentemente-, está abandonado.

A pesar de que ya no brillan las luces de la ostentosidad, visitar este espacio en donde nació el mito del perro familiar y la entrega de peones a cambio de favores, sigue siendo una opción para conocer más de Tucumán y abrir la puerta del pasado, de ese pasado tan misterioso y grande que forjó la historia de nuestra provincia.

Fotos: José Alberto Tripolloni.

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