Cuando el tucumano Heraldo Romano desembarcó con su familia en La Feliz parecía llegado de otra galaxia, hoy todos lo conocen como el robot que deslumbra con los manjares de su carrito. Su historia y la magia de su achilata: “Por medio del paladar te acaricio el corazón”.
Heraldo y el secreto del sabor que revoluciona Mardel.
- ¿Achilata? ¿Qué es eso?
La pregunta comenzó a replicarse por todos los rincones de Mar del Plata con una mezcla de estupor y curiosidad. La palabra sonaba exótica y extraña, como si procediera de otro idioma, acaso también de otro mundo; de otra galaxia. Así habrá sonado en los albores del siglo XX por las calles tucumanas cuando los inmigrantes italianos comenzaron a promocionar su singular helado al grito de “hay gelata”. En febrero de 2019, cuando Heraldo Romano desembarcó en La Feliz en busca de una nueva vida, también parecía recién llegado de otro planeta. Aunque había venido desde Tucumán, su estampa era extraterrestre. Es que Heraldo brillaba por su presencia. A poco de llegar, recorría el centro y la rambla todo luminoso con el aura espacial que le dan las luces led de su traje de robot. Antes de conocerlo, los marplatenses se preguntaban de qué lejana galaxia había venido. La misma pregunta se hicieron meses después al encontrarse con ese refrescante, dulce y fosfórico trozo de hielo: ¿Achilata? De qué planeta viniste.
Heraldo tiene 43 años y es oriundo de La Florida, aunque sus últimos años en Tucumán los vivió en Lules. Ahí formó una familia junto a su pareja Cristina Bustos, los tres hijos de su primer matrimonio y los dos que vinieron después; cinco en total: Ariel, Noelia, Leandro, Luciano y Esmeralda. En 2018, tras un episodio traumático, decidieron emigrar de la provincia: “La decisión medio que ya la teníamos desde hace muchos años, pero estaba buscando no sé si el momento o la excusa perfecta. En Tucumán laburábamos de lo que sea, a toda hora… Yo tengo título de electrónica y arreglaba motos, pero también me la rebuscaba con otros trabajos. Y pusimos cerca de casa un puestito de venta de frutillas que atendían mis hijos mayores. Un día a ellos los asaltaron a mano armada en el puesto y ese fue el click para venir, por la inseguridad de allá más que nada. Entonces decidimos buscar un cambio de vida, jugárnosla y venir sin conocer nada ni a nadie…Nos armamos de valor y emprendimos el éxodo. Nuestra idea era ir a Buenos Aires, pero, como los chicos querían conocer el mar, terminamos aquí”.
Uno de los tantos rebusques con los que Heraldo se ganaba la vida acá era el de animar fiestas como robot led; esos robots llenos de luces que bailan en casamientos, cumpleaños infantiles, de quince y eventos empresariales. Y cuando llegó a Mar del Plata, llegó como robot luminoso. Así lo vieron en las calles y se sabe: como te ven, te tratan y a él lo vieron como un alienígena; un marciano que había llegado para conquistar tierras desconocidas. Heraldo tenía con qué: “Mi secreto es que cobraba la mitad de lo que cobra un robot y bailaba el doble. Me llamaban para cumpleaños, comuniones, baby showers, lo que sea… La manera que encontré para propagandearme acá que nadie me conocía fue salir como robot. La gente, al ver ese bicho raro, se arrimaba y se sacaba fotos… Querían pagarme para sacarse fotos porque acá todo se paga. Yo no les cobraba, pero les dejaba mi tarjeta”.
“Yo no conocía nada de Mar del Plata y me acuerdo que un día venía caminando con el traje de robot, paso por un lugar y veo que había varios niños mirando detrás de un vidrio. Ese era el hospital materno-infantil, me acuerdo que eran como las nueve de la noche y había mucha gente en la sala de espera. No sabés la locura que fue eso… Había una señora que estaba llorando, se arrima y me cuenta que había llevado a su bebé de tres añitos, lo había llevado de urgencia porque estaba con fiebre y vómitos. Y el chiquito andaba ahí saltando a la par del robot. Después los directivos del hospital me invitaron y fui varias veces a hacer shows para los chicos, también empecé a colaborar con comedores y merenderos”, relata el tucumano cómo fue que empezó a hacerse querer en ese lugar donde nadie lo conocía.
Gracias a sus bailes y luces, el robot tucumano comenzó a conquistar de a poco La Feliz: “Fue una ola avasalladora, te juro que me llovían los eventos. Me llamaba uno y otro me decía: te vi en tal fiesta… Tenía un montón de contratos porque venía con esa chispa norteña y le poníamos mucha onda”. Todo marchaba con viento en popa para Heraldo y sus planes de edificar una nueva vida en la ciudad costera hasta que llegó el 2020 y, con los primeros meses, la pandemia. No sólo se terminaron las fiestas para el robot, sino que también mermó considerablemente el trabajo en su taller “Elektramotos” donde hace reparaciones de motos, pero también de electrodomésticos y televisores. De nuevo, a remarla.
Para salir a flote, apeló a un recurso que conocía de nuestras calles y que allá fue toda una novedad: la venta callejera de pizzas listas para hornear. Como la cosa empezó a marchar bien, cortó una bicicleta vieja con la amoladora y se fabricó un carrito para la venta ambulante. A las pizzas, sumó las empanadas con impronta tucumana: cortadas a cuchillo y horneadas. Pero tuvo que readaptar su producto a las exigencias del mercado marplatense: “Fuimos pioneros acá con las pizzas para hornear. Después largué las empanadas tucumanas, voy tanteando el mercado, pero con las empanadas no me dieron mucha bolilla, todos me preguntaban si tenía empanadas fritas… Pasa que acá la gente consume mucho aceite. Entonces, largamos las fritas… Uno tiene que adaptarse. Siempre les digo a mis clientes: vos le das una empanada frita a un tucumano y te la tira por la cabeza. La empanada frita pasó a ser la vedete del puesto”.
“Cuando usás la cabeza, no gastás en zapatos. Hay que usarla nomás”, define Heraldo su modus operandi. A las pizzas, empanadas y al locro bien pulsudo que prepara para fechas especiales, sumó su propia estrategia de marketing. Y ahí fue que, en plena pandemia, el robot volvió a brillar: “Nosotros tenemos el carrito todo lleno de luces led y atendemos con los trajes de robot. Un día me acuerdo que pasó un señor que hoy es un clientaso, pero esa vez el hombre paró con el auto y se reía medio burlonamente. Entonces me dice: ‘esto es un pelotudez… ¿qué tienen que ver las pizzas con el robot?’. Y yo le contesté: ‘la verdad que sí, tiene razón, pero ahora usted va a volver a su casa y va a comentar que vio a dos pelotudos vestidos de robot’. Bueno, así funciona, es una manera de llamar la atención. Acá paran la policía, los tacheros, los que manejan las ambulancias…Todos se paran a comprar o a sacarse una foto. Todos nos conocen y siempre dejamos bien parada a la provincia. Nos hicimos muy queridos cuando decretaron la fase uno de la cuarentena y toda la gente andaba mal, pero el robot estaba todas las tardes regalando fotos. La gente paraba a sacarse fotos y ahí le robabas una sonrisa”. Esa impronta interplanetaria quedó plasmada en el nombre de su emprendimiento gastronómico: Sabores de Júpiter.
Pero lo que terminó de revolucionar Mar del Plata de la mano del recién llegado fue el desembarco inesperado de un delicatesen por completo desconocido: la achilata. El tucumano fue el heraldo de ese nuevo y refrescante sabor para una costa empalagada de helados cremosos: “Al principio todos preguntaban y decían: ‘¿esta es la famosa achilata?’ Sabía que me iba a ir bien con eso, pero no pensaba que tanto. La gente ha empezado a pedirla por curiosidad porque no sabían qué era. Como en Tucumán se acostumbra a dar la yapa, entonces acá me compraban una docena de empanadas y yo les daba un vasito de achilata como degustación gratis. La mejor manera de hacerte propaganda es que la gente pruebe y acá la achilata les encantó porque te calma la sed y el calor al momento, mientras que el helado te da más sed. Acá con 33 grados es un infierno para ellos y ahí fue que apareció El Tucu con la achilata”.
Para la confección del típico manjar tucumano fue fundamental la llegada a Mar del Plata de la mamá de Heraldo, Blanca Mercedes Espeche, mejor conocida como “La Chichí”. Ella llevó desde nuestra provincia la receta ancestral que había aprendido de un tío que preparaba achilata en Los Ralos. La golosina no tardó en ser un éxito rotundo y hoy suelen agotarse en pocas horas los 20 kilos diarios que preparan: “Esta es la única achilata que hay acá y causa furor. El año pasado, sin haber temporada por la pandemia, vendimos un montón. La verdad que no medí el éxito que iba a tener esto y cómo le iba a gustar a la gente. Acá les gusta mucho lo artesanal, lo hecho a mano. Ahora me estoy preparando para hacer la achilata de limón. Ya me la pidieron porque buscan algo refrescante y de otro color”.
Si el éxito de la achilata lo tomó por sorpresa, más aún la reacción emotiva que generó. Desde Santa Clara del Mar, Balcarce y otras localidades cercanas de la costa comenzó a llegar una oleada de tucumanos que buscaban reencontrarse con ese sabor de infancia, de patios de tierra, de siestas calurosas, de cerros en el horizonte. En la golosina fucsia estaba el Tucumán que perdieron, en algunos casos, varias décadas atrás. Su delicia glacial guardaba como un viejo arcón los recuerdos y las reminiscencias de un pasado en sepia que ahora recuperaban en un rojo estridente. Y estaban ellos, de vuelta, ahí donde la probaron por primera vez. Heraldo se emociona cuando comenta que vio a muchos llorar con los primeros bocados: “Esto tiene un componente emotivo. Cuando se enteraron, vinieron un montón de tucumanos que andaban desparramados por acá. Gente que vino en su momento a trabajar y ya no volvió más a su provincia y la achilata les trae un montón de recuerdos. Por medio del paladar te acaricio el corazón y el cerebro. Aparecieron un montón de historias… Fue algo muy lindo que me pasó”.
“De Mar del Plata me gustó la gente; el calor y el cariño de la gente. Acá una vez me dijo una persona: ‘vos jamás pierdas lo provinciano, nunca pierdas el tono ni la humildad de allá’. Acá a los tucumanos nos quieren mucho por el Oficial Gordillo, les causa mucha gracia la forma en que hablamos. Les hice conocer a Willy Flores, a Capuchón González y se cagan de risa. Yo defiendo siempre a mi provincia a pesar de ya no estar ahí”, comenta el tucumano mientras prepara todo para una nueva jornada de trabajo con el carrito que traslada de lunes a sábado cuatro cuadras desde su casa hasta la esquina de Avenida Polonia y 12 de octubre, en la zona del estadio José María Minella. Ahí donde espera a sus clientes, siempre con el traje de robot que lo hace ver como de otra galaxia, pero que los marplatenses han aprendido a querer como propio.
En la costa, Heraldo Romano pudo dejar atrás una vida de sinsabores para encontrar la felicidad; una felicidad fresca, dulce y reconfortante como la achilata: "Sufrí mucho en Tucumán, tuve muchos golpes… fueron golpes tras golpes para mí. Esta es una nueva vida, es lo que yo tanto quería para mis hijos. Mi familia y yo nos adaptamos rápido. Creo que la clave está en ser lo que uno es, entregarse así… Sé que en estos tiempos mucha gente está pensando en irse de su tierra y tiene los temores de emigrar, quisiera decirles que yo también los tuve. Siento que a tu tierra también la podés defender desde afuera. Al que tenga miedo de emigrar, le diría que le meta sin miedo. Si uno no deja de ser humilde, se te abren todas las puertas y yo lo estoy comprobando. Es como un sello que tenemos los tucumanos. Acá a los tucumanos nos quieren mucho, no sé bien por qué, pero nos tienen un cariño especial”.