Más del 60% de la población de la provincia era afro o afrodescendiente durante la colonia española. ¿Qué pasó después para creer que sólo somos hijos de europeos? La historia silenciada por el Estado, la academia y la cultura popular.
La comunidad afro tucumana se y un plato típico de Senegal Ph:@espacio_floresta
Todo comienza con un ritual ancestral: la apertura del espacio sagrado de celebración. Grandes y chicos alzan los brazos y saludan hacia adelante, hacia atrás y hacia los costados. Los cuatro puntos cardinales. Piden permiso. Agradecen. Es 8 de noviembre de 2021 y varias familias afrodescendientes se reúnen para tocar los tambores, bailar, charlar, cocinar Iassa (plato típico senegalés) y compartir un almuerzo festivo. Están celebrando el Día Nacional de las y los afroargentinos y la cultura afro. Están aquí, ahora.
Los niños y las niñas con sus rulos revueltos pintan un mural llamado Libertad. Son figuras negras que quedan estampadas en una de las paredes del Espacio Floresta, a pocas cuadras del Parque Avellaneda. A unos metros, las mujeres se reúnen en círculo a charlar.
La celebración cierra con el repiqueteo de los tambores. Y una declaración política: “Somos una comunidad que convive en la interculturalidad, la diversidad y la tolerancia, que formamos parte de esta Nación y de esta provincia…”
Algunos asistentes del Encuentro del 8 de noviembre en Espacio Floresta. Foto: Virgilio Victoria.
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“Mi abuelo era español”; “Mi bisabuela vino de Italia y aquí conoció a mi bisabuelo que era suizo”; “Mi mamá es mezcla de alemanes y criollos”. ¿Y la ascendencia indígena? ¿Y la negra? Las frases son repetidas y están tan instauradas en el imaginario popular como la famosa frase del presidente Alberto Fernández, de hace apenas unos meses, y que tanta polémica desató: “Los argentinos llegaron de los barcos”. Y lo dijo, mirando al presidente español Pedro Sánchez, afirmando que argentinos y argentinas son descendientes de europeos.
Va de nuevo: ¿Y la ascendencia indígena? ¿Y la negra?
“Como si los negros no hubiéramos llegado también en barcos”, dice Mateo Korstanje Benítez, afrodescendiente y militante de la comunidad afro en Tucumán. “Afrodescendientes en Tucumán hay y hubo siempre. Los hay caminando entre nosotros, aunque no se reconozcan como tal”, agrega. Y dice que, si bien ahora hay varios tucumanos hijos de africanos y de negros latinos que migraron a la provincia en los últimos años, hay afrodescendientes desde siempre, aunque históricamente negados, ocultados, silenciados por el Estado, la academia y la historia oficial.
Los datos son concretos: un censo para la Corona Española de 1778 revelaba que más del 60% de la población de Tucumán era negra o afrodescendiente. Fue el último censo que (atención) tuvo en cuenta a la población afrodescendiente entre sus registros hasta 2010. En este último, casi 150 mil personas se autorreconocieron como afrodescendientes. De ese total, apenas el 2,2% son de Tucumán. Porque, claro: para que el dato sea registrado estadísticamente hay que reconocerse, saberse, de raíces negras. ¿Hay alguien aquí a quien le hayan contado que tuvo una tía abuela negra, un bisabuelo mulato, un tatarabuelo moreno de pelo crespo?
Por eso, las organizaciones que trabajan sobre el tema y el propio gobierno nacional estiman que son cerca de 2 millones los argentinos y argentinas afrodescendientes. Y denuncian esa invisibilización simbólica que vino acompañada por el negacionismo y la extranjerización de afrodescendientes argentinos, que es lo mismo que decir que los únicos negros que hay en el país son migrantes.
“Es parte de un plan sistemático y casi perfecto de invisibilización, de lo que fue el ‘blanqueamiento de la Nación’ que promovía Sarmiento. Ser afrodescendiente en las familias era sinónimo de vergüenza, o de esclavitud, o de pobreza. Se buscó limpiar la sangre teniendo hijos con mujeres blancas, por lo que se ha ido ocultando nuestra cultura y nuestro color en la sociedad”, explica Mateo.
Actividad de Apertura del espacio sagrado coordinada por Guadalupe Romero. Foto: Virgilio Victoria.
Lo cierto es que, a contramano de lo que siempre nos contaron, en Tucumán hubo negros. Y muchos. Y que esas raíces no se quitan así nomás, aunque el relato oficial nos diga lo contrario (¿será casualidad tanta población morocha y tantos amigos y amigas apodados El Negro o La Negra?).
En la ciudad de Tucumán durante la colonia hubo hasta una capilla de negros. Y funcionó nada menos que en la Iglesia San Francisco, frente a la Plaza Independencia. Una orden religiosa que también tenía gran cantidad de esclavos, como La Merced y los Jesuitas. Al momento de ser expulsados por la corona española, en 1767, declararon tener 123 esclavos sólo en la ciudad.
Tucumán también importó próceres de raíces afro. Como Bernardo José Monteagudo, nacido en la provincia en 1789, uno de los primeros en promover la Independencia de Hispanoamérica. Hasta una calle lleva su nombre. Se sabe muy bien que su padre era español, pero se ocultaron los registros sobre el origen de su madre: no se sabe si era esclava o no. Pero blanca no era.
Silvia Sosa también es parte de la comunidad afrodescendiente en Tucumán. Nació en Salta, sabe que su abuela era indígena, pero nada le contaron sobre sus posibles orígenes afro, como a casi nadie. Es pareja de Fall Madior Dieng, un senegalés que vive en Tucumán desde hace más de 14 años y referente en la provincia de la cultura afro. Con él tuvo una hija que hoy tiene 7 años, y con otras mamás de chicos y chicas afrodescendientes se organizan para promover el reconocimiento de la identidad afrodescendiente, pese a las discriminaciones que, dice, todavía existen.
“Me considero afro desde que he parido a mi hija, a quien he llevado en mi sangre. La comunidad afro es mi espacio de pertenencia. También he sufrido discriminación por ser morena”, dice. Y resalta el trabajo que hacen para revalorizar la identidad afro y su cultura, para poner en práctica los derechos y su integración: “Se lo percibe sobre todo en la escuela, donde se transmite una mirada selectiva sobre la construcción de la Argentina y de Latinoamérica”.
Momento de pintura del mural “Libertad”, coordinado por Paulo Neris. Foto: @espacio_floresta.
Mucho del lunfardo argentino también tiene tradición africana. Palabras como tango, milonga, mandinga y mondongo provienen de sus lenguas originarias. Mención aparte se merece la palabra quilombo, tan usada como sinónimo de lío o desorden y con la que también se denominó a los prostíbulos. Todas connotaciones negativas para algo que en realidad era símbolo de resistencia a la esclavitud. Los quilombos eran las poblaciones de negros que se escapaban de sus amos, lugares donde se organizaban políticamente para su emancipación.
Diversos estudios también hablan del origen afrodescendiente del bombo legüero, un instrumento típico de la música folklórica y popular argentina. En busca de ese sincretismo, el senegalés Fall Dieng, residente en Tucumán, realizó un trabajo musical con el percusionista Alberto Villafañez: Gin Legüero. Ambos músicos buscaron “juntar raíces, integrar culturas y compartir musicalidades populares universales”, según dice la descripción de este proyecto en el que se combinan los sonidos del bombo santiagueño con el Xiim, tambor sagrado senegalés. Un diálogo percutivo hermoso que se puede escuchar en YouTube.
Lo que la academia ocultó
Luciana Chávez es antropóloga tucumana. Investigó desde la antropología histórica la población afro y afromestiza en la ciudad de San Miguel de Tucumán durante el período colonial temprano (1565 - 1770). Y se sorprendió mucho con la cantidad de material que encontró y que casi ni se buscó ni trabajó. Cientos y cientos de documentos en el Archivo Histórico de la provincia que muestran que hubo una enorme presencia de negros y afrodescendientes.
“Al principio pensé que la información iba a ser escasa, pero me encontré con una maravilla de documentos. Entonces pensé: cómo puede ser que existiendo todo esto haya este vacío en el conocimiento académico y popular. Tampoco es que tuve que buscar mucho, simplemente ir al archivo a leer”, recuerda.
Entre los cientos de documentos que rescató durante un año, encontró cartas notariales de compra-venta de esclavos; de sus remates en la plaza principal; de donaciones de las mujeres de la elite tucumana a las órdenes religiosas, a cambio de un lugar en el purgatorio; cartas de dote, que consistían en la entrega de bienes al futuro marido de una hija que se estaba por casar; y hasta documentos judiciales en los que se los condenaba a muerte por haber cometido algún delito (de los que solo se acusaba a negros y afromestizos, como hacer hechicería o robar).
Toque de tambores, baile y cierre de la celebración. Coordinado por Fall Dieng. Foto: Verónica Medjugorac.
A modo de ejemplo, este es el texto de una condena judicial de 1703 a una negra llamada Inés, acusada de hechicería (que no era ni más ni menos que practicar ritos religiosos de sus propias culturas, de las que habían sido despojados cuando los esclavizaron): “... mando que se ejecute del modo siguiente: que sea paseada por las calles públicas de esta ciudad y acostumbradas en una bestia la más abominable y en cada esquina de ellas se publique su delito por voz de pregonero repitiendo en todas ‘quien tal hace tal pague’, para terror y escarmiento y acabado dicho paseo la lleven al lugar del suplicio… y allí sea encendida una hoguera y primero se le dé garrote y fenecida la vida sea puesto su cuerpo y arrojado al incendio donde sea consumido por las llamas para terror y escarmiento...”.
Pero Luciana no solo encontró documentos de esta índole, también descubrió una pieza arqueológica almacenada en el depósito del Museo Histórico Nicolás Avellaneda de Tucumán, fichada como de origen hispano-indígena, pero con estética de tradiciones africanas. Nunca antes ese dato había sido tenido en cuenta. Se trata de una pipa de cerámica que forma parte de una colección arqueológica del Sitio histórico de Ibatín, correspondiente a la primera fundación de la ciudad entre 1565 y 1685.
“Tiene grabados triángulos y puntitos, con una simbología muy particular. Cuando empecé a investigar descubrí que se trataba de un diseño estilístico similar o idéntico al de piezas descubiertas en otros lugares del país y de Brasil correspondientes a una tradición originaria africana”, relata Luciana y agrega: “También hay que reinterpretar todo este material, para alejarnos de esa historia que nos contaron de que había pocos afros y que eran esclavos, inocentes, siempre bajo el látigo del amo. Todo lo contrario: estos objetos nos muestran que hubo una resistencia a lo que se les estaba imponiendo. Lo mismo con la documentación encontrada: habla de esclavos que se fugaban, o que usaban otras estrategias para mantener sus tradiciones. Eran sujetos activos”.
La pipa de Ibatín
Antes de terminar, Luciana recalca la importancia de echar luz sobre toda esta información que estuvo oculta durante siglos. “La evidencia muestra que la presencia de la población afro y afrodescendiente fue muy fuerte y que se puede seguir estudiando desde lo histórico, desde lo antropológico y desde lo arqueológico”, dice. Y agrega: “No solo para resignificar nuestro pasado, sino también nuestro presente”.