Sabrina sufrió un ACV luego de consumir cocaína adulterada y estuvo 20 días internada. Hoy vive y lucha día a día para superar la adicción: “Es una ruleta rusa, te armás una raya y no sabés lo que estás tomando”.
Foto ilustrativa extraída de https://centroaccion.es/
Sabrina es una sobreviviente. Cuando ingresó a la guardia del Hospital Padilla el 15 de diciembre de 2018 una parte de su cerebro había estallado en una hemorragia generalizada y los médicos no eran nada optimistas: tenía muy pocas chances se salvarse y, de hacerlo, las secuelas serían gravísimas. Su destino podría haber sido el mismo de aquellos que murieron después consumir cocaína envenenada en el conurbano bonaerense; esos que siguen cayendo como moscas y colman las terapias intensivas de los hospitales; aquellos de los que ahora hablan todos los medios del país. Sabrina hoy mira las noticias y sabe que no se trata de una ficción apocalíptica ni de una hipérbole cinematográfica. Ella estuvo ahí. Estuvo y sobrevivió para contarlo: “Es una historia de terror, pero es real”.
Cuando probó cocaína tenía 27 años y no fumaba tabaco ni tomaba alcohol. Ahora, con 34 años, sabe que ese fue el comienzo del que pudo ser su fin. El periplo inicial de una parábola que la llevó de la fascinación a tutearse con la muerte: “Ahí empezó el camino de la destrucción y el infierno. Tomé por primera vez y dije esto está buenísimo, pero ese era el beso del diablo. Desde ese momento hasta el momento en que me vi en el espejo del ascensor cuando bajaba a pagarle al dealer con diez kilos menos casi no me di cuenta. Recién ahí me dije: ‘Qué hice, esta no soy yo, en qué momento pasó esto’”.
“Lentamente, pero de repente”, esa es la paradoja que usa para describir el proceso de su adicción. Primero tomaba cada seis meses, luego cada tres, después cada vez que tenía una fiesta y así hasta hacer de la cocaína un hábito cada vez más nocivo: “A cada uno le puede pegar distinto, yo no tengo punto medio. Hay gente que puede consumir de forma recreativa y te dice ‘yo consumo con éxito’, pero yo el día que empiezo termino en un hospital. Por eso, si alguien me pregunta, le digo: ‘ni se te ocurra probarla’. La realidad es que es una ruleta rusa, te armás una raya y no sabés lo que estás tomando”.
Lo del hospital no es una metáfora ni una frase hecha para Sabrina, es una realidad: “Lo único que me acuerdo es que estaba un miércoles cruzando la calle cuando dije me voy a mi casa y de ahí no recuerdo más. El sábado mi viejo no me vía bien y me pasó que me caí y me rompí los dientes con la bacha del baño. Tenía un ojo dado vuelta para el costado y me llevaron a la urgencia. Ahí les dijeron a mis viejos que había tenido un ACV; tuve un derrame absoluto del lado izquierdo del cerebro”.
Cuando los médicos le mostraron a su hermano la tomografía que le habían hecho, la imagen parecía la que devuelve un rollo fotográfico velado: una mancha oscura se había apoderado de uno de los hemisferios de su cerebro. Era la hemorragia que lo cubría todo. “Los doctores le dijeron a mi hermano: ‘Es muy probable que Sabrina muera dentro de los tres siguientes días’”, relata y no exagera, cuando despertó en la terapia nueve días después, los profesionales le dieron una estadística lapidaria: el 90% de las personas que sufren un ACV de ese tipo mueren, el resto, los que logran sobrevivir, tienen grandes chances de quedar con secuelas muy graves. Sabrina no sólo estaba dentro del 10% de los salvados, había vuelto de ese limbo infernal sin ninguna secuela. El médico hablaba de un milagro y, al momento de darle el alta, le advirtió: “Si volvés acá por lo mismo, yo no te atiendo”.
No sabe si fueron los rezos de su padre a la Virgen del Valle o el escaso margen estadístico de la ciencia lo que la trajo de vuelta, pero tiene una certeza: fue la cocaína lo que la llevó hasta ahí. Hubo un dato que le dieron los doctores que lo confirma y que estremece a quien lo escucha cada vez que lo cuenta: “Lo que me dijeron es que la cocaína tenía un 85% de veneno para ratas. Ellos aíslan los componentes de los restos que encuentran en tu cuerpo y eso fue lo que encontraron”.
Son al menos 17 los muertos y más de 50 las personas que se encuentran internadas por consumir cocaína envenenada en el conurbano bonaerense. Es lo que informan los medios de todo el país mientras hablo con Sabrina. Hay hipótesis que hablan de un sabotaje producto de una guerra narco y otras que dicen se trata droga mal cortada, dicen que es probable que la cocaína haya estado adulterada con fentanilo; un opioide sintético similar a la morfina, pero hasta cien veces más potente. A Sabrina la noticia la alarma, pero no la sorprende: “Es algo que toca a todo el mundo, yo sabía que era algo que en algún momento podía pasar acá. Estoy preocupadísima por todo lo que se viene, sólo espero que sea una cosa pasajera y no algo contra lo que haya que luchar encima de la pandemia”. Como antecedente cita la crisis de la heroína en Estados Unidos donde el fentanilo, sintético y mucho más barato, fue reemplazando a la heroína entre la población de adictos.
“Acá en Tucumán tenés merca de la buena y también de la mala. No te creas que te la van a traer en helicóptero de Brasil. Mucha gente de clase alta también va a las villas a comprar, no es cosa sólo de pobres como muchos creen. Vas a determinados lugares y decís soy amiga de tal o cual y conseguís. O te subís a un taxi, le decís al taxista y te lleva a comprar. Está en todas partes”, revela Sabrina quien llegó a consumir en su trabajo junto a sus compañeros.
El camino que transita en su recuperación de la adición es largo y no está exento de recaídas: “Después del ACV tuve un proceso donde dije que no iba a tomar drogas y empecé con el alcohol. Durante un tiempo me di con eso y me arrepiento mucho de esos momentos. Pasaron muchas cosas hasta que un día recaí en la cocaína y eso fue para mí una vergüenza. Consumí, volví derrotada y avergonzada y mi mamá me dijo: ‘yo te amo, pero no te voy a amar más hasta la muerte’. Después me dijo que me había denunciado con la policía y que, si yo no hacía algo por mi vida, ratificaba la denuncia”.
“Me acuerdo que era un domingo a las tres de la tarde ¿dónde iba a encontrar a alguien que me ayude? Entonces entré a la página de Narcóticos Anónimos y me fui a la iglesia San Gerardo. Recuerdo que salí de la reunión y le dije a mi novio: ‘me salvé’. Yo fui durante años a centros de ayuda, de internación, a psiquiatras, a psicólogos… Fui a todos lados y nunca nadie me hizo entender como lo hicieron ahí. Y así estoy ahora, cumpliendo los doce pasos, que son preguntas muy jodidas y no puedo creer que hace dos años que no consumo droga ni alcohol. Es un proceso jodido”, confiesa Sabrina que hace unos días recibió la medalla que certifica que está hace dos años limpia. Es un gran triunfo personal que requiere del esfuerzo cotidiano: día a día; un día a la vez.
Repetida hasta el cansancio, la frase “la droga mata” puede sonar para muchos como un slogan vacío. Lejos de la demonización, del punitivismo y de la mirada moralizante respecto al consumo de sustancias peligrosas, ella sabe que se trata de un axioma real. Tan real como la imagen velada de su tomografía cerebral; tan real como la cosecha de muertos en el conurbano bonaerense que ahora ha vuelto a poner en el debate social un tema que sólo se discute ante la evidencia irrefutable de la catástrofe. Sabrina más que nadie lo sabe y habla desde ahí; desde su lugar de sobreviviente, desde el privilegio de vivir para contarla: “Si alguien quiere empezar a consumir cocaína le diría: ‘No probés un carajo y salí de ahí porque al final te va a matar y de la peor forma; de la forma más humillante y más triste ¿Eso es lo que querés?’. Hay que sacar de una vez el estigma de la droga y de la gente que se droga. Yo me drogaba y ahora no, esa es mi fortaleza y es mi orgullo, es lo mejor que me puede pasar. Sé que este es el programa más corto del mundo: sólo por hoy, por 24 horas”.