el Congreso de la Nación instauró que cada 17 de noviembre se celebre el Día Nacional del escultor y las Artes Plásticas en su honor. Su maravillosa vida como nadie la contó. | Por Gabriela Neme
Lola Mora.
Celebrar a Lola Mora es honrar a un modelo de mujer que rompió patrones, valiente, revolucionaria, que fundó nuevos caminos a una inmensidad de mujeres, abriéndose paso en una sociedad monopolizada por los hombres y conquistando la transformación de paradigmas fuertemente arraigados. Tanto es así que el Congreso de la Nación instauró que cada 17 de noviembre se celebre el Día Nacional del escultor y las Artes Plásticas en su honor.
Nacida en el año 1866, transitó su vida en una época de plena transformación de la sociedad de la segunda mitad del Siglo XIX, ya que se estaban sucediendo hechos que marcaron un antes y un después en el mundo: una revolución científica, tecnológica, social, económica −como consecuencia de la aparición de descubrimientos como los medios de comunicación, transporte, cinematógrafo, fotografía, pasteurización, termómetro, electricidad, entre muchos otros− inmersos en una cosmovisión positivista que llevaba a tener fe en el progreso ilimitado.
Quizás empapada por este espíritu, Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández no solo fue la primera escultora latinoamericana y la artista plástica más destacada de nuestra historia, sino que fue una mujer multifacética cuya curiosidad innata la llevó a incursionar en múltiples disciplinas como el urbanismo, la minería y las artes visuales.
Su vida fue verdaderamente apasionante y nuestra tierra la vio nacer en el pueblo de El Tala, motivo por el cual a los tucumanos se nos infla el pecho de orgullo, porque más allá de la “grieta” que existe entre nosotros y los salteños que sostienen que nació en sus pagos, ella misma se declaraba tucumana. Era la tercera de siete hermanos; a sus cuatro años su familia se trasladó a San Miguel de Tucumán en donde cursó sus estudios. Atravesó duras experiencias, como la muerte de sus padres a sus 18 años, con diferencia de dos días. Sin embargo, parece nunca haber dudado de su vocación y su capacidad de concretar sus sueños, fue así como se formó en pintura, dibujo y retrato como discípula de Santiago Falcucci, un pintor italiano instalado en Tucumán en 1887. De él tomó al neoclasicismo y romanticismo italiano como inspiradores de su obra.
En esta etapa se destacan los retratos de veinte gobernadores tucumanos hechos en carbonilla, que se encuentran expuestos en el Museo Casa Avellaneda. Aquí es cuando comenzó su reconocimiento artístico y a sus 29 años decide a viajar a Buenos Aires para perfeccionarse, en donde obtiene una beca para estudiar en Roma. Tras su llegada a la Ciudad eterna, conoce a Francesco Paolo Michetti −renombrado pintor, fotógrafo y escultor−, a Constantino Barbella, quien le enseñó el arte de trabajar con terracotta, y a Giulio Monteverde, maestro del esculpido en mármol. Esta experiencia la impulsó a decidirse por la escultura y dejar atrás la pintura.
Resolvió instalarse definitivamente en Roma, comprar una casa y abrir allí su taller, sin embargo, viajaba frecuentemente a la Argentina para llevar sus obras. Fue muy valorada y reconocida en los círculos artísticos y culturales europeos, llegando a recibir premios como una medalla de oro por su autorretrato en mármol de carrara exhibido en la Exposición Universal de Paris en 1900, entre otras distinciones. Fue su época de esplendor, en donde se multiplicaron los encargos a lo largo y ancho del país entre los que se destacan la estatua de J. B. Alberdi y los sobre relieves de la Casa Histórica de la Independencia en San Miguel de Tucumán, las estatuas y relieves para el Monumento del 20 de febrero en Salta, los cuerpos escultóricos en el Congreso de la Nación y en el Monumento a la Bandera de Rosario, entre otras destacadas obras en donde representaba alegorías (justicia, progreso, paz, libertad) y seres mitológicos.
El despegue definitivo fue gracias a su obra culmen: la fuente de las Nereidas, ejecutada por encargo de la Municipalidad de Buenos Aires. La obra comenzó a tomar forma en 1902, en su estudio de Roma, en donde esculpió dos bloques de estatuas, que al llegar a Buenos Aires generaron un escándalo en la sociedad de la época por mostrar mujeres de cuerpos desnudos que emergían del agua, rotuladas como “licenciosas y libidinosas”. Estos grupos tradicionalistas se quejaban además por el modo de vestir de la artista, que llevaba pantalones en los momentos de trabajo, ya que esa prenda estaba reservada exclusivamente para el hombre. Hasta se puso en duda la capacidad de una mujer para crear esa obra, al aludir que en realidad la autoría era de sus ayudantes.
Tal fue la magnitud del reclamo, que la fuente pensada para ubicarse próxima a la Casa Rosada (hoy está la Pirámide de mayo), tuvo que trasladarse hacia un lugar recóndito en el Parque Colón en donde permaneció hasta su mudanza definitiva a Costanera Sur, permitiendo a los ciudadanos apreciar la magnitud de una belleza que nunca debería haberse ocultado. En alusión a esto, Lola Mora comentaba: “Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu; el ángel o el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre. Yo no he cruzado el océano con el objeto de ofender el pudor de mi pueblo (...). Lamento profundamente lo que está ocurriendo, pero no advierto en estas expresiones de repudio -llamémosle de alguna manera- la voz pura y noble de este pueblo. Y esa es la que me interesaría oír; de él espero el postrer fallo”.
El principio del fin
Lola Mora intentó exaltar la belleza natural de la mujer a través de su obra, pero fue incomprendida ya que en la época ese tipo de representaciones eran patrimonio de los hombres, que podían expresar su arte sin censura, ya que la figura femenina debía ser recatada y estar sometida a la masculina. Fue relegada también porque su obra se identificaba con las vanguardias del Siglo XX (como la de Giacometti, Chillida Juantegui, Picasso, Moore) por un público que reducía sus gustos al clasicismo o neo renacimiento.
Quizás este haya sido el comienzo de la declinación de su carrera, junto a otras razones como incumplimientos contractuales de sus proveedores que la forzaron a cerrar su taller de Roma en coincidencia con la muerte de su protector y mecenas, Julio Argentino Roca, tras lo cual sus adversarios desmontaron algunas de sus obras. Comenzó una etapa de ostracismo de la artista quien, a pesar de tener ofertas en el exterior, decidió permanecer en el país. Por otra parte, su crisis se potenció por un doloroso hecho de su vida personal, después de 5 años en pareja sufrió el abandono de su marido Luis Hernández Otero (hijo del ex gobernador de Entre Ríos), por oposición de su familia política al ser entonces un cuestionado matrimonio porque Lola era 17 años mayor.
A partir de entonces no le ofrecieron trabajos artísticos, pero se reinventó y diversificó sus intereses siendo contratista en la obra del tendido de los rieles del Ferrocarril Trasandino del Norte (tren de las nubes). Obtuvo varias patentes como un sistema para proyectar películas de cine sin pantalla, llamado “cinematografía a la luz”, pero al carecer de base científica no pudo materializarse. Experimentó en el teatro con telones de color. Proyectó el primer subterráneo y la galería subfluvial de Argentina en CABA, y el trazado de calles en Jujuy. Entre 1924 y 1934 buscó petróleo en el NOA en las rocas, hoy “shale” y algunos sostienen que fue una visionaria, adelantándose 85 años a Vaca Muerta.
Sus últimos días de vida transcurrieron bajo el cuidado de sus sobrinas que la acogieron en Buenos Aires y la acompañaron a transitar su enfermad. Falleció a los 65 años, en 1936, en una lamentable situación de olvido y pobreza −recién el gobierno le otorgó una pensión post mortem−. Tras su desaparición física la revista Caras y Caretas reflexionaba: "Siempre nos sorprende la tragedia del talento olvidado. Ahora más, al herir a una mujer, a la primera mujer argentina, cuya vocación supo afrontar las dificultades del mármol, los laboriosos primores del modelado de la arcilla". Sus restos descansan en su tierra y su mausoleo es el más visitado del Cementerio del Oeste. Allí la Municipalidad de San Miguel de Tucumán inauguró el “Espacio homenaje: Arte, Pasión y Técnica”, en 2018, para homenajear su vida y obra.
Su vida transcurrió entre el reconocimiento y la censura, entre la gloria y el ocaso, entre quienes supieron valorarla y aquellos que tal vez por ignorancia o prejuicio, decidieron apartarla y ocultarla entre las sombras. Afortunadamente la historia dio revancha y su talento y espíritu únicos le devolvieron el lugar que siempre mereció. 157 años después de su natalicio, sigue siendo para nosotras las mujeres y la sociedad toda, un faro de luz que orienta entre tanta turbulencia. Empoderada, llena de talento puro, merecedora de todos los elogios y nuestro eterno homenaje, por ser la profesional y mujer más halagada y discutida de su tiempo, que nos dejó un legado inigualable.