Un niño sin madre. Un adolescente delgado y pálido. Un hombre solitario. Un intelectual. En los últimos meses, el nombre del tucumano Juan Bautista Alberdi pasó a ser estandarte de la política libertaria. Sin embargo, el revisionismo histórico obliga a repensar la figura del prócer.
Juan Bautista Alberdi se ha convertido en uno de los próceres más parafraseados de los últimos meses. Irónicamente, muchos de sus nuevos fanáticos, apoyan que su máxima herencia, la Constitución Nacional, carezca de todo valor. Pero primero hablemos un poco de él.
Lo conocemos por abogado y periodista argentino. Como todo hombre de la historia, es necesario hablar del ser humano detrás de un cuadro, de una plaza, de una calle, de un municipio, de una localidad.
Su papá se llamaba Salvador, era un inmigrante vazco que se había mudado a Tucumán desde La Plata por razones de salud. Aquí conoció a Josefa Rosa de Araoz y Balderrama, la mamá de Juan Bautista, quien nacía frente a la plaza Independencia, en la tercera casa a la derecha de donde estaba el Cabildo, un 29 de agosto de 1810. Época crucial para nuestro país. Su madre murió a raíz del parto, por lo cual escribió (parafraseando a Rousseau) que su nacimiento fue su primera desgracia. Juan Bautista fue el menor de cinco hermanos. Nació y se crió en el centro neurálgico de la independencia Argentina. Sus primeros años de vida los transitó en el mismo espacio donde se llevó a cabo la batalla de Tucumán para defender el Norte del avance realista.
Vivió en Argentina, en Uruguay, en Chile y en Europa. Él mismo escribe en su biografía que, a pesar de haber tenido cuatro residencias, nunca ha dejado de sentir que solamente habitaba Argentina.
Su padre, miembro de la primera legislatura tucumana, murió repentinamente cuando Juan tenía 10 años, el mismo día que debía firmar el acta de nombramiento de Bernabé Araoz como gobernador de Tucumán, por pedido de San Martín. Dejó la pluma antes de poder firmar, se retiró, y murió esa misma noche. “Era enemigo de la dictadura”, aseguró Alberdi en sus escritos, dejando en claro la polémica opinión que tenía su propia familia sobre la elección de Bernabé.
La familia Araoz, como se sabe, fue fundamental en la batalla de Tucumán y para la recuperación del ejército de Belgrano. Dice Alberdi que su padre quedó muy amigo del general, quien de hecho visitaba su domicilio con frecuencia. “Yo fui objeto del afecto de Belgrano en reiteradas oportunidades”, aseguró.
El papá de Alberdi, solía explicar las bases del contrato social de Rousseau a los jóvenes tucumanos. Pero no fue ahí que se nutrió el prócer de ese espíritu liberal, sino que ese bicho le picó cuando se mudó por un tiempo a Buenos Aires.
Cerca de sus años 20, viviendo en la capital del país, Alberdi abandonó el colegio de Ciencias Morales a donde había ido becado, para volverse empleado de comercio. Pero cuenta que desde el negocio en donde trabajaba, veía a otros jóvenes estudiar en la universidad y anhelaba volver a los libros. Recuperó su beca gracias a la intervención de Florencio Varela y Alejandro Heredia. Era sumamente lector y estudioso, y cuenta en su biografía que en ocasión de una enfermedad, el tratamiento que le dieron fue dejar los libros, dejar las medicinas, y dedicarse a tomar aire libre e ir a los bailes. Opuso resistencia pero terminó accediendo. Por su gran oposición al gobierno de Rosas no finalizó sus estudios en derecho en la UBA, sino que se fue a Córdoba en donde se recibió de bachiller en Leyes. Sin embargo, se autodenominaba como un hijo de la Universidad de Buenos Aires. Es en su honor que se celebra el Día del Abogado cada 29 de agosto.
Cuando volvió al Colegio, se sentaba con Miguel Cané, el autor de Juvenilia, en el mismo banco. Fue Cané el que le prestaba en los recreos los libros de Rousseau. La fruta no cae lejos del árbol, y al igual que su padre, y sin saberlo, quedó enamorado de publicaciones como el Contrato Social. Fue muy amigo también de Esteban Echeverría, el escritor, y además admite que fue él quien lo incentivaba a formarse más en literatura, algo que no le interesaba. El tucumano admitió siendo ya un adulto mayor, que más literatura fue lo que quizás le faltó para tener un poco más de sensibilidad. Fue un gran pensador y un gran representante de la famosa generación del 37, algo que quedó asentado al ser uno de los miembros fundadores del Salón Literario en ese año.
El abogado tuvo que luchar en secreto contra la prohibición del gobierno de Rosas de reunirse para debatir sobre la libertad. Los libertarios, no podían reunirse a estudiar ciertas dogmas o doctrinas, mucho menos, atentar contra el gobierno. Por eso, no dudó en usar su pluma cada vez que pudo contra Juan Manuel, y escribió un ensayo llamado “el preliminar del derecho” en donde comparó el poder ilimitado que tenía el presidente Juan Manuel de Rosas, con Satanás. Uno de estos libros fue enviado a Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán. La información llegó al presidente y la seguridad de Alberdi estuvo en peligro durante mucho tiempo, por lo cual pasó gran parte de su vida en exilio.
Fue el enemigo que superó la grieta. No parecía guardar rencores o resentimientos.
En Las Bases, publicado en 1952 durante su exilio en Valparaiso, Chile, el tucumano propuso darles a los extranjeros los mismos derechos civiles y sociales que los de un ciudadano argentino. Esta publicación fue el preámbulo a la primera Constitución Nacional. Esto es lo que más se le reconoce al prócer tucumano.
Alberdi fue nombrado en 1855 como representante de la Confederación Argentina en París, Madrid y Londres, cargo en el que logró varios acuerdos muy relevantes.
La historia es la que reconcilia a quienes quizás enfrentados en su época, lucharon por una misma causa. Y es que Alberdi tenía un sentido de la moral y de la paz social muy elevado, al punto de que a pesar de haber sido perseguido durante el gobierno de Rosas, cuando se invirtieron de alguna manera los roles, demostró ser artífice del principio liberal más promocionado como doctrina: la tolerancia. El tucumano le ofreció a un Rosas exiliado que vivía en la pobreza y con el bloqueo de sus bienes, la posibilidad de ayudarlo a través de su profesión de abogado.
El pensamiento de Alberdi tiene muchos planteos que se ajustan a la doctrina de Adam Smith, es decir, a esa confianza en que el mercado tiende a acomodarse favorablemente cunado hay menor intervención estatal, pensamientos que a su vez están cargados en fuertes contradicciones, pero que no dejaban de ser ideas totalmente novedosas, intelectuales y llamativas para la época.
Un suelo rico no es un pueblo rico decía. Para él, era primordial un heroísmo más del pensamiento que de la acción. El monje, el soldado y el poeta son los enemigos. Es decir, la religión, las fuerzas militares, y los hombres sensibles. Se paró en contra del entusiasmo de cada una de estas fuerzas, como así también del entusiasmo propio de la clase proletaria y del avance del socialismo.
Por ejemplo, los poetas que él tolera son Homero, Moliere y Cervantes, que son poetas que muchos denominan “amargos”, o con exceso de realismo por la crudeza de la realidad.
Alberdi en su obra, vanagloria el pensamiento y el accionar anglosajón por sobre el latino, y reprocha constantemente la característica latinoamericana pasional, idealista, la energía latina es una fuente de críticas para este tucumano. La compara mucho con Francia, y es crítico de los resultados de la revolución francesa en ciertos puntos, porque acusa la falta de equilibrio que existe en los pueblos tan pasionales, comparando la historia y el progreso francés con el progreso de la Inglaterra de los siglos XIX y XVIII. Sin embargo, reconoce como el pueblo inglés se ha nutrido tanto de la revolución de Francia como de la biblia y de la filosofía de Bentham para su progreso y su formación.
Alberdi habla del genio latino y del genio inglés. El genio latino es el genio de las multitudes, el inglés, el de las individualidades. Ser cerrado y solitario (como los ingleses) es un signo de civilización.
Alberdi seguía la doctrina de Saint-Simon, que consta principalmente dos ideas: desarrollar la producción y distribuir equitativamente la riqueza entre los hombres. El tucumano se despreocupó de esto último porque consideró que si la producción llegaba a una buena organización y a una alta productividad, inmediatamente lo segundo se iba a acomodar “solo”, como una consecuencia natural.
Sin embargo, él sabía que Argentina tenía una gran riqueza en sus suelos y previó que esta riqueza podía ser comprometida por la especulación, por eso, dijo que la Constitución Nacional debía asegurar la tierra a quienes la trabajan.
En esta primera constitución, se plantea una política de defensa a la propiedad privada y al libre comercio, acorde a ideas económicas novedosas de la época.
“Los mendigos mendigan a caballo” decía, para referirse a que la cuestión social no tenía razón de ser para el Estado porque en Argentina, según Juan Bautista, la vida simple de los argentinos excluía esa posibilidad de vivir bajo una miseria muy fuerte o violenta.
Fomentaba la inmigración de una clase trabajadora europea. Sin embargo, no tuvo en cuenta que el modelo de país que él ofrecía a estos inmigrantes, no era del estilo de vida más elevado que ya se tenía en Europa. Entonces, el progreso social sí era una condición necesaria para poder atraer a quienes él quería. De alguna manera, se abría la puerta a eso que él mismo consideraba un problema porque muchos de estos inmigrantes que comenzaron a llegar a nuestro país alrededor de 1880 en adelante, traían consigo ideales y formas políticas que buscaban esa movilidad social ascendente, traían esa fuerza proletaria.
Era un enemigo de la guerra. Dijo que la verdadera gloria era asegurar la justicia entre los pueblos. Condenó la paz armada por el fuerte gasto que implica al Estado, y dijo que era como una guerra sin pólvora contra los pueblos. En ese momento se pregona a nivel social e intelectual dos antípodas de pensamiento: el liberalismo de Smith, y el socialismo. Si bien ambos planteos eran dos extremos, los dos buscaban intensificar el desarrollo y la producción y asegurar la paz. Sin embargo, es importante saber que los planteos que hizo Alberdi sobre el socialismo hablaban de una fuerza política reciente, que no se había probado prácticamente para que pueda tener un análisis histórico, y por eso tenía tantas acusaciones encima. Sin embargo, la organización obrera de todos los países que la llevaron adelante en función del bienestar y la paz social en los años siguientes al desarrollo de la doctrina alberdiana, terminaron desmintiendo lo que tanto miedo daba en ese entonces.
En los últimos años, sobre todo en los últimos meses, entre los seguidores de “La Libertad Avanza”, están quienes forman parte del partido asegurando ser los herederos de Alberdi. Pero es importante recordar que Alberdi fue el autor de una constitución liberal que combinaba lo mejor del Federalismo y que fue aplicada por Urquiza, un caudillo Federal que priorizó el acuerdo entre todas las provincias y el encuentro colectivo entre todos los gobiernos para poder gobernar una Nación en ascenso.
En el momento en que las ideas de Alberdi derivaron en esa novedosa y liberal primera Constitución, dejaba en claro la gran apertura a las nuevas ideas que comenzaban a rondar en el mundo social y jurídico. Era un gran avance de época. Algo bastante alejado de lo que muchos seguidores del partido liberal plantean actualmente, es decir, quedar fuera de discusión sobre los temas de la agenda mundial que involucran a Argentina en una discusión progresista.
Otra cuestión a tener en cuenta, es que, irónicamente, el miércoles 3 de octubre los jueces Alejandro Sudera y Andrea García Vior, tuvieron la genial idea de citar precisamente el pensamiento de Alberdi y el concepto de libertad para suspender el Decreto de Necesidad de Urgencia que buscaba una fuerte reforma laboral. “¿Qué importa que las leyes sean brillantes, si no han de ser respetadas? Lo que interesa es que se ejecuten, buenas o malas; ¿pero, cómo se obtendrá su ejecución si no hay un poder serio y eficaz que las haga ejecutar? ¿Teméis que el ejecutivo sea su principal infractor? En tal caso no habría más remedio que suprimirlo del todo. ¿Pero podríais vivir sin gobierno? ¿Hay ejemplo de pueblo alguno sobre la tierra que subsista en un orden regular sin gobierno alguno? No: luego tenéis necesidad vital de un gobierno o poder ejecutivo. ¿Lo haréis omnímodo y absoluto, para hacerlo más responsable, como se ha visto algunas veces durante las ansiedades de la revolución? No: en vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley. Ya es una mejora el que la severidad sea ejercida por la Constitución y no por la voluntad de un hombre. Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable. Dad al poder ejecutivo todo el poder posible, pero dádselo por medio de una constitución”.
Tuvo una amante y un hijo en Buenos Aires, a los cuales abandonó para exiliarse en Montevideo siendo joven. El hijo no fue reconocido y se llamaba Manuel. Lo mencionó en su testamento como “mi pariente”. Volvemos a recordar que se opuso a todo tipo de guerra.
Murió el 19 de junio de 1884 en Francia. Sus restos fueron repatriados den 1889 y estuvieron hasta 1991 en el cementerio de la Recoleta. Actualmente, sus cenizas reposan en el centro de la Casa de Gobierno de Tucumán, tan solo a metros del mismo lugar en donde nació.