OPINIÓN

Pase y vea

06 Abr 2017 - 11:43

FOTO DE ECODIARIO.ES

En los últimos años tuvimos una puesta en escena digna del mejor escritor de todos los tiempos, llena de altibajos, y con todos los rubros literarios que nos enseñaron en la primaria, desde una novela policial, un cuento maravilloso, pasando por el miedo y el suspenso, y hasta llegando a un realismo mágico. En resumen, una novela argentina apretada, completa y con picante.
Lo lindo de los personajes de esta novela es que fueron actores muy presentes, con el libreto aprendido bien de memoria y sin improvisar. Estuvieron ahí en cada rincón de la administración pública, en cada agujero fiscal y , sobre todo, en cada bolsillo de cada uno de nosotros. Lo curioso es que también estuvieron presentes en cada foto, en cada inauguración de la más mínima obra que hicieron, o no hicieron, pero igual inauguraron, y en cada acto, presencia o jarana que involucre cualquier cosa relacionada al ámbito público, nacional y popular.
A pesar de la perfección de esta obra, descubrimos una escena que se repitió muchas veces, el robo inescrupuloso, evidente y descarado, motivo principal de la incomodidad y descontento generados en quienes fuimos espectadores entendidos del show.
Crimen organizado, estandarizado y automatizado, a diestra y siniestra, crimen para todos y todas.
Genios de la organización del mal, pésimos y cortos de ideas en cualquier otra cosa. Bueno, no podían ser perfectos porque si no les tendríamos miedo a Dios y a ellos, un poquito.
En este maravilloso trabajo literario, encontramos un final inconcluso, un centenar de preguntas sin respuestas, una lista larga de insatisfacciones y la duda del por qué. ¿Habrá una secuela? Digo, ¿una número 13?
Si no hicieron nada para que no haya inundaciones en la provincia, ¿por qué se van a sacar una foto con los inundados? Excelentes actores, vendedores, marketineros que aparecen en todos los créditos de la película, pero yo me pregunto ¿Es acaso una víctima un objeto de propaganda política o es que ser vulnerable te somete a la voluntad del que está en un mejor lugar, sea cuál sea esa voluntad? ¿Está mal el que se saca una foto ayudando a destiempo o quién se deja burlar con esa foto a destiempo? En realidad, la pregunta es, ¿cuál está peor? ¿cuál es más negligente?
Además de público que vio bailar a todos mientras la desgracia se nos reía a carcajadas en la ciudad, participamos en el elenco de extras. Extras que organizaron campañas solidarias, que salieron por el reclamo de las instituciones, que sufrieron la escena de los caballos de la policía reprimiendo en la calle, víctimas de los saqueos y presas fáciles de los motochorros. Y con lo de presas me refiero también al encierro al que estamos sometidos, mientras aparentemente, en la ciudad de nadie donde no pasa nada, están todos los victimarios sueltos, en una moto u oflando pan, según la categoría a la que correspondan.
Lo triste de esto es que, a pesar de haber sido tan comprometidos en sus personajes, fueron sus propios verdugos, sepultadores de su propia dignidad, de su respeto y de su lealtad. Demostraron con esta excelencia casi cinematográfica una falta de casi todo en cuanto a humanidad, pero un exceso de pantomima, de animación y de efectos especiales.
Su poca proyección personal, su falta de solidaridad, su egocentrismo, su apatía e insensibilidad los dejarán nombrados en silencio siempre en nosotros, como algo para no recordar. Fueron presos de su avaricia, codicia y vivirán encadenados a un corazón pobre, falto de servicio.
Fueron, y siguen siendo, un hermoso show, la representación más gráfica y literal de lo que uno no debe hacer, y de lo que uno no debe ser.
Tanto esfuerzo y horas de cámara, backstage, luces y sonidos, para terminar siendo no más que un perfecto mal ejemplo.

En los últimos años tuvimos una puesta en escena digna del mejor escritor de todos los tiempos, llena de altibajos, y con todos los rubros literarios que nos enseñaron en la primaria, desde una novela policial, un cuento maravilloso, pasando por el miedo y el suspenso, y hasta llegando a un realismo mágico. En resumen, una novela argentina apretada, completa y con picante.

Lo lindo de los personajes de esta novela es que fueron actores muy presentes, con el libreto aprendido bien de memoria y sin improvisar. Estuvieron ahí en cada rincón de la administración pública, en cada agujero fiscal y, sobre todo, en cada bolsillo de cada uno de nosotros. Lo curioso es que también estuvieron presentes en cada foto, en cada inauguración de la más mínima obra que hicieron, o no hicieron, pero igual inauguraron, y en cada acto, presencia o jarana que involucre cualquier cosa relacionada al ámbito público, nacional y popular.

A pesar de la perfección de esta obra, descubrimos una escena que se repitió muchas veces, el robo inescrupuloso, evidente y descarado, motivo principal de la incomodidad y descontento generados en quienes fuimos espectadores entendidos del show.

Crimen organizado, estandarizado y automatizado, a diestra y siniestra, crimen para todos y todas.

Genios de la organización del mal, pésimos y cortos de ideas en cualquier otra cosa. Bueno, no podían ser perfectos porque si no les tendríamos miedo a Dios y a ellos, un poquito.
En este maravilloso trabajo literario, encontramos un final inconcluso, un centenar de preguntas sin respuestas, una lista larga de insatisfacciones y la duda del por qué. ¿Habrá una secuela? Digo, ¿una número 13?

Si no hicieron nada para que no haya inundaciones en la provincia, ¿por qué se van a sacar una foto con los inundados? Excelentes actores, vendedores, marketineros que aparecen en todos los créditos de la película, pero yo me pregunto ¿Es acaso una víctima un objeto de propaganda política o es que ser vulnerable te somete a la voluntad del que está en un mejor lugar, sea cuál sea esa voluntad? ¿Está mal el que se saca una foto ayudando a destiempo o quién se deja burlar con esa foto a destiempo? En realidad, la pregunta es, ¿cuál está peor? ¿cuál es más negligente?

Además de público que vio bailar a todos mientras la desgracia se nos reía a carcajadas en la ciudad, participamos en el elenco de extras. Extras que organizaron campañas solidarias, que salieron por el reclamo de las instituciones, que sufrieron la escena de los caballos de la policía reprimiendo en la calle, víctimas de los saqueos y presas fáciles de los motochorros. Y con lo de presas me refiero también al encierro al que estamos sometidos, mientras aparentemente, en la ciudad de nadie donde no pasa nada, están todos los victimarios sueltos, en una moto u oflando pan, según la categoría a la que correspondan.

Lo triste de esto es que, a pesar de haber sido tan comprometidos en sus personajes, fueron sus propios verdugos, sepultadores de su propia dignidad, de su respeto y de su lealtad. Demostraron con esta excelencia casi cinematográfica una falta de casi todo en cuanto a humanidad, pero un exceso de pantomima, de animación y de efectos especiales.

Su poca proyección personal, su falta de solidaridad, su egocentrismo, su apatía e insensibilidad los dejarán nombrados en silencio siempre en nosotros, como algo para no recordar. Fueron presos de su avaricia, codicia y vivirán encadenados a un corazón pobre, falto de servicio.

Fueron, y siguen siendo, un hermoso show, la representación más gráfica y literal de lo que uno no debe hacer, y de lo que uno no debe ser.

Tanto esfuerzo y horas de cámara, backstage, luces y sonidos, para terminar siendo no más que un perfecto mal ejemplo.

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