Los estadios del clásico perpetuo: el secreto de los metegoles tucumanos que se exportan a Estados Unidos
Con las camisetas de Atlético y San Martín o de Boca y River, en una fábrica de Ciudadela continúan con el legado de un poeta anarquista español al que una bomba le truncó sus sueños futbolísticos. La revelación para vencer a las máquinas saca peluches. Por Exequiel Svetliza.

Arturo junto a sus metegoles.
Como en esos equipos de antología donde la formación sale de memoria, casi en verso, la disposición táctica es inamovible para locales y visitantes: un arquero manco a lo Clemente que nunca sale del área ni se tira, dos defensores férreos, un nutrido mediocampo de cinco jugadores en línea y arriba tres delanteros bien previsibles que no te cabecean un centro. Acá no juegan los galimatías estratégicos de las pizarras ni los mapas de calor ni todo el biri biri de los panelistas de la tele. Más o menos aceitados, más o menos enérgicos, los movimientos son siempre los mismos. El secreto, si es que lo hay, está en el ritual de un antagonismo cíclico; especie de Día de la marmota del éxtasis futbolístico donde, sin importar el día ni la hora, siempre que se juega, se juega un clásico: Atlético vs San Martín, Boca vs River, Argentina vs Brasil. Con el amparo de ese Dios que salva el metal y también la escoria, en la pared de un viejo taller de Ciudadela, descansan los más recios estadios del clásico perpetuo.
Hay quienes aseguran que lo inventaron los mismos que inventaron el fútbol. Pero, si hay una historia, esa historia se remonta a los tiempos de la guerra civil española en 1937 y a la figura de un anarquista que luchó contra el dictador Francisco Franco. El hombre en cuestión se llamaba Alejandro Campos Ramírez, aunque luego se hizo llamar Alejandro Finisterre, incorporando el nombre de su tierra natal como apellido. Herido en una de sus piernas por una bomba, mientras se recuperaba en un hospital de Cataluña y ante el diagnóstico de que ya no podría volver a jugar al fútbol, Alejandro cranea lo que hoy nosotros conocemos como metegol y él entonces llamó futbolín. La idea sería ejecutada por el carpintero Francisco Javier Altuna quien le dio su forma definitiva al juego. El invento, que el español patentaría tiempo después, era un golazo, pero como todas las fábricas de juguetes estaban abocadas a la fabricación de armas para la guerra, la industrialización del metegol tendría que esperar. A Finisterre le esperaba una vida marcada por el exilio que lo traería a distintos países de Sudamérica. Según cuenta la leyenda, logró popularizar su invento en Guatemala y hasta llegó a jugarlo ahí con el Che Guevara. También se dedicó a editar y escribir poemas. Y así como hay delanteros a quienes su arte les ha valido el bello título de poeta del gol, Alejandro Finisterre bien puede ostentar el de poeta del metegol.
Pero volvamos a Tucumán, más precisamente al taller de Crisóstomo Álvarez 2080, donde la inspiración de Finisterre continúa forjando su metálica ambición de eternidad. Acá funciona Business Center, la empresa familiar que desde hace más de doce años fabrica metegoles, sapos, tejos, mesas de ping pong y de pool. “El metegol es un juego que se usa mucho, no pasa nunca de moda. A la familia le gusta y los saca también a los chicos de la electrónica porque no quieren que estén completamente arriba de la Play y de las consolas. Entonces, este es un juego un poco más sano, aunque es más antiguo, pero que no pasa de moda. La demanda sigue, no ha caído, se vende siempre. Lógicamente, que se vende mucho para el Día del Niño y para las fiestas de fin de año”, comenta Arturo Cuello, el hombre de 74 años que está al frente de la fábrica.
Según explica, tanto la cancha como los jugadores están realizados en fundición de aluminio y se fabrican en Tucumán. Cuando la demanda es mayor, se traen del parque industrial de Salta o de Buenos Aires. “Tenemos diez modelos de metegol y todos son buenos, de muy buena calidad y, sobre todo, con garantía. Lógicamente van subiendo de calidad en lo que es el refuerzo de los materiales, por ejemplo, un metegol de club para alquilar es más reforzado que el metegol que se usa en la casa. Y después están los metegoles que ya son muy avanzados… como estos que están acá”, cuenta Arturo mientras señala un estadio portentoso colgado en la pared: “estos son muy avanzados porque llevan varillas de acero y la cancha es mucho más gruesa, pesa el doble… El piso también es más grueso y usamos un material importado que simula el pasto de la cancha… esto es para los que quieren algo muy de lujo”.
Lo que llama la atención no es sólo la robustez del estadio, sino el detalle con que están pintadas las camisetas de los jugadores de cada equipo. En este caso, los players de santos y decanos lucen cada uno su número en la camiseta que, además, tiene en el frente la publicidad de las casacas oficiales. En otro de los tantos metegoles colgados de la pared, ya listos para ensamblarles las patas, el clásico que se replica es el de la selección Argentina y la de Brasil, y si uno mira minuciosamente podrá apreciar las tres estrellas arriba del escudo de AFA y las cinco que engalanan a la verdeamarela.
De distintos tamaños y colores, los metegoles tienen un rango de precio que va de los 290.000 pesos a los 700.000 pesos. Los diversos modelos suelen replicar tres grandes clásicos del fútbol: el tucumano, el nacional (River y Boca) y el sudamericano de selecciones. También está la posibilidad de que las camisetas sean pintadas a pedido del cliente. De hecho, los metegoles se venden no sólo a distintas provincias del país, sino también a otros países como Estados Unidos y Suiza. “Nos han pedido que los fabriquemos con las camisetas de los clubes de allá y se los mandamos”, remarca bajo la atenta mirada de Fidel, el pequeño perro que custodia el taller.
¿Qué los impulsó a apostar por un juego tan analógico en tiempos dominados por lo digital y lo virtual? Así responde Arturo: “Es un juego sano que la gente juega para distraerse y que les gusta a todos. Vos vas a ver que las mujeres juegan mucho al metegol con los varones. Y no solamente los chicos juegan, este es un juego que les gusta mucho a los jóvenes y adultos. Nosotros comenzamos a fabricarlos porque hemos visto que, últimamente, estaban haciendo metegoles de muy mala calidad en madera y en otro tipo de materiales que se rompían. Por ejemplo, las varillas de las manijas vienen de distinto espesor, viene desde 0,9 milímetros hasta 1,6 milímetros de espesor. Los metegoles que mandan de afuera que son más baratos, generalmente, vienen con caños muy finos que se doblan enseguida y se rompen. Con estos que ves aquí se pueden parar sobre la manija y no la doblan… porque este es un juego medio torpe a veces y tenés que hacer algo resistente que dure”.
Largas jornadas de yutas escolares, desafíos barriales por la Coca o por la ficha, competencias iluminadas por el tubo fluorescente de un bar. Horas y más horas ganadas al tedio y a la rutina cotidiana prendidos de las manijas de los clásicos metegoles Estadio; esas moles de hierro, más pesadas que un collar de sandías, que animaron algunos de nuestros días más felices. Toda una tradición de divertimento que los metegoles de la empresa tucumana recuperan para solaz del trabajador, del estudiante y de los niños que, aferrados a las metálicas manivelas, cumplen así el sueño de jugar un clásico. La industria nacional al servicio del pueblo.
“De joven jugaba, pero no era habilidoso… porque, como todo, hay que saber. No es cuestión de dar vueltas y hacer lo que se llama molinete… no se juega así”, confiesa Arturo que revelará dos grandes innovaciones de los metegoles modernos con respecto a aquellos gigantes de antaño. La primera es que las varillas de los metegoles modernos ya nos traspasan para el lado del contrincante. Antes, no faltaba el jugador mañero que, aprovechando un descuido de su rival, le asestaba un varillazo en la zona genital transgrediendo así las normas del fair play. La otra mejora también hace al juego limpio: “Ahora, tanto el mantenimiento como la reparación, son muy sencillos porque los bujes plásticos que traen vienen auto-lubricados para que no haya que aceitar ni poner grasa para que los jugadores no se ensucien toda la ropa. Antes ocurría eso, se hacía una sola pasta, ahora no usamos aceite ni grasa, es un juego limpio”.
Inoxidable a la acción corrosiva del tiempo que en su mero transcurrir todo lo vuelve apenas recuerdo, el sueño de aquel poeta anarquista español todavía conserva su usina en un barrio popular tucumano. Ahí donde Arquetipos y Esplendores juegan su clásico perpetuo contra el flagelo del olvido.
Las máquinas sacaosos y el secreto mejor guardado
Como no sólo de fútbol vive el hombre, entre las atracciones que la empresa tucumana fabrica y comercializa también están las populares máquinas saca peluches ¿Quién no ha perdido tracaladas de fichas a la espera de extraer alguno juguete esquivo? ¿Quién no ha visto truncadas sus ambiciones románticas al intentar sin éxito extraer un oso abrazado a un corazón para alguna cita de turno? ¿Quién no ha perdido toda esperanza en la humanidad al ver ascender la flácida garra metálica vacía? Pare de sufrir, como impensado bonus track de esta nota, Arturo Cuello revelará el secreto mejor guardado de la industria.
“Lo que ocurre es que las máquinas viejas tenían una forma de regulación que el operador la pone como quiere, entonces, están calibradas para que nadie saque y recién, después de muchos tiros, sale algo. En cambio, las nuevas vienen con un sistema de computadora que estamos usando nosotros. Ese sistema, primero, necesita de la habilidad para que se coloque la pinza en el lugar adecuado. Y segundo, la máquina va pagando cada tanta cantidad. Suponte que juegan varias veces y no sacan nada ¿cierto? Entonces, el próximo cliente que viene va a sacar dos veces o tres porque programa le va acumulando los premios”, explica.
Uno tiende a pensar que el éxito o el fracaso es una cuestión aleatoria, puro azar, pero Arturo refuta esa idea: “La gente tiene que conocer algo ¿viste la pinza? Hay que ubicarla justo arriba del peluche que uno va a sacar y ahí bajar y cerrarla. La gente a veces deja que la pinza caiga y se desmaye, digamos, y ahí cierra y ya no hay caso. Otros, ponen la ficha y se ponen hablar y lo primero que hacen es apretar el botón… Claro, y ahí es perder, perder y perder. También están los que saben jugar y saben que, cada tantos tiros, van a sacar y muchas veces aprovechan que otra persona no lo ha sabido usar antes y sacan de a dos o tres”.
Ya sean amantes del metegol, al tejo, al ping pong o adeptos a las jornadas de sapo, quienes quieran adquirir los juegos que fabrica y distribuye Business Center pueden contactarse al WhatsApp 3816782570 o al teléfono 3814800192.