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Los días más felices, cuando Montoneros tomó la Casa Histórica

Crónica

El 15 de febrero de 1971 un comando de Montoneros tomó la Casa Histórica y realizó pintadas en el salón de la jura. Alrededor de 2000 policías buscaron sin éxito a los artificies del operativo. Más de cincuenta años después, hablan por primera vez las protagonistas.

El salón de la jura donde hicieron las pintadas.





En memoria de María Soledad Aráoz

 

La travesura comienza unos meses antes de aquel febrero de 1971 cuando dos mujeres entran a una peluquería del centro de la ciudad. Una encara a la vendedora y le hace preguntas, la distrae. Otra mira alrededor y se detiene en el lugar donde están exhibidas las pelucas con esos raros peinados nuevos de los sesenta: melenas abultadas y flequillos para las chicas, el estilo rockabilly y el moptop que popularizaron los Beatles para los chicos. Aprovecha el descuido, manotea unas cuantas y se va. Todavía no saben que esas pelucas servirán después para el operativo que hará visible el accionar de Montoneros en Tucumán cuando un grupo comando tome por asalto la Casa Histórica, deje atado en calzoncillos al guardia de seguridad al sillón de Narciso Laprida y pinte consignas peronistas en el salón de jura de la independencia. No imaginan que lograrán burlar a los más de 2000 policías que salieron a buscar a los artífices de ese atentado a la nación. Tampoco vislumbran, no tienen cómo hacerlo, que el futuro estará signado por la muerte y la derrota de sus anhelos de revolución. 

Ellas estuvieron ahí, pero nadie lo sabe. Casi medio siglo después, al recordar aquella historia de la que fueron protagonistas, las septuagenarias se ríen a carcajadas. Ríen con la picardía de dos niñas que acaban de cometer una travesura. 

 

*****


- ¿Esa fue la primera operación? 

- No, la primera fue robar las pelucas… Fue clave, como era de mañana… - contesta con la voz siempre pausada y tenue Sole. 

- En realidad, esa de la Casa Histórica fue como la tercera – recuerda Luisa.

- Claro, pasa que a las anteriores no las firmábamos. La primera que firmamos como Montoneros fue esa – interviene Sole.

- ¿Hubo otras? – pregunto, curioso.

- Esa de las pelucas y una vez que robamos unos autos… – aclara Sole y luego estira el silencio – Me alegra el alma acordarme de esto. 

Es una tarde cualquiera de junio de 2019 en un departamento cualquiera de un edificio cualquiera de Barrio Sur. Todavía no existen el Coronavirus ni la pandemia ni el distanciamiento social. Una mesa ratona con café y facturas me separan de María Soledad Aráoz que alguna vez portó con orgullo el nombre de guerra Eva y de Luisa, que no se llama así, pero que supo ser Fabiola cuando se volcó a la lucha armada dentro de la organización Montoneros. La charla tiene el pacto del anonimato como premisa y la tierna complicidad del encuentro entre viejas amigas. La conversación sigue su propia deriva y se pierde por algunas de las trampas que tiende la memoria cuando el tiempo se vuelve herida, astilla, alhaja. Asoman nombres y rostros que después se diluyen para aparecer en otra historia; en otro tiempo. Siguen ahí, obstinados, persistentes en su vitalidad. 

- Dejame ver… Estuvieron Carlos que venía de Salta, uno que era estudiante secundario y dos más – rebusca Sole como quien sigue huellas que se borran en un monte frondoso y difuso.

- Vos estabas en la puerta… - aporta Luisa.

- Sí, estaba atrás, en la puerta, haciendo la contención. Yo soy muy tranquila en los casos jodidos… más o menos, según las características de cada uno, empezábamos a proponer en qué lugar uno, en qué lugar el otro. 

- ¿Estaba La Negra?

- Sí, era ella… era ella.

- Era que vos estabas afuera y ella adentro.

- No, no, no… la negra no era, estaba castigada. 

- Esas cosas pasaban, nos castigaban cuando hacíamos algo que no correspondía, éramos bastante rebelditas... A mí me castigaron como dos veces – confiesa Luisa. 

- Y Juan nos hizo los stencils de Perón y Eva. 

- No, yo los hice.

- ¿En tu casa?

- En mi casa, claro, por eso contaba que me quedó toda la mesa marcada con la trincheta. 

- ¿Y tenés la mesa?

- Esa mesa la tiene una de mis sobrinas, pero no, no se nota ya, se borró. 

*****

Son las 7.40 del lunes 15 de septiembre de 1971 y la ciudad aún se despereza. En la segunda cuadra de la calle Congreso y alrededores reina una calma chicha. Todo sucederá demasiado rápido, en cuestión de minutos. Los jóvenes, tres hombres y dos mujeres, actuarán con celeridad. Un par se acerca hasta la puerta de la Casa Histórica fingiendo ser una pareja de turistas ansiosos por conocer la historia, esgrimen las armas y no tardan en reducir al agente Lucio Alaniz que se encontraba de guardia. Se les suman dos personas más que ingresan con ellos para maniatar al sereno Alfonso Zotola. En instantes, el comando de Montoneros copará la sala donde se firmó el acta de independencia en 1816 y escribirá con aerosoles de pintura roja las paredes. “Perón o muerte”, “Montoneros” y el símbolo de Perón Vuelve son las inscripciones que pueden leerse en un trazo urgente, pero firme. Flanqueando el bronce que reproduce el acta de la jura aparecen los rostros de Juan Domingo Perón y Eva Perón en el negativo impreciso del stencil. A la par del retrato de Gregorio Aráoz de Lamadrid, la firma que identifica a los autores: Unidad Básica de Combate Evita. Alaniz no puede hacer nada, el agente de cuarenta años ha sido despojado no sólo de su arma, también de sus ropas. Está atado en calzoncillos al sillón que ocupó Narciso Laprida. Después, la prensa cuidará su decoro al publicar que conservaba los pantalones.  Pero eso es historia, aunque acaso aún no lo saben esas sombras anónimas que se mezclan en el murmullo de una provincia que acaba de despertarse.  

A comienzos de 1971 Tucumán es un territorio en plena ebullición. El magma es la crisis económica y social que ha deparado el cierre de los ingenios en 1966 durante la dictadura del general Onganía. El peronismo lleva más de quince años proscripto y en el poder se encuentra el presidente de facto Roberto Marcelo Levingston que pronto será sucedido por Alejandro Agustín Lanusse, otro dictador. Para entonces, la agrupación revolucionaria Montoneros lleva más de un año organizándose en la provincia de forma clandestina a la espera de dar un zarpazo que rompa con el ostracismo. El golpe es simbólico y certero: el 15 de febrero de 1971 ese nombre hasta entonces poco oído, apenas rumoreado, ocupa la primera página de los principales diarios del país.

Una vez realizada la intervención, Luisa fue la encargada de dejar el comunicado oficial con el que Montoneros se atribuyó el operativo: “Yo tenía que esperar, esa era la consigna. Justo había ido un amigo de mi hermana a casa. Me acuerdo que estábamos en el living, yo estaba sentada en la alfombra y tenía la carpeta con el comunicado en la mano y me dice ‘¿qué te pasa que estás tan nerviosa?’ ‘Es que te tengo que ir a hacer un trámite’, le dije. Yo tenía que esperar, aproximadamente, una hora, una hora y media, para estar segura de que no había pasado nada. Si me llamaban al teléfono de casa era porque había pasado alguna cosa. No me acuerdo si lo llevé al diario La Gaceta, pero sí que lo llevé a Noticias porque ellos tenían como un buzón adelante donde uno podía pasar y tirar… no es que uno entraba y le daba a alguien, sino que uno podía dejarlo ahí. Fue así, pasé y lo dejé ahí y no sé en qué otro lugar”. 

Aquel comunicado, el primero que se hacía público con la firma de Montoneros en Tucumán, fue encontrado finalmente en la terminal de ómnibus. El texto estaba encabezado por una cita de Juan Domingo Perón: “Sin independencia económica no puede haber justicia social”. A continuación, explicaba las circunstancias del operativo y justificaba las razones que lo motivaron: “Es un acto de homenaje y recuerdo de la independencia económica que el general Perón declarara junto al pueblo en el año 1947 y que perdiéramos en 1955 por culpa del gorilaje que entregó y sigue entregando nuestra economía a los monopolios yanquis provocando la miseria del pueblo. Con este hecho, esta unidad montonera se suma a la lucha que el pueblo y organizaciones hermanas están librando en esta nueva guerra de la independencia”. El mensaje cerraba con la invocación “Perón o muerte. Viva la patria”. La acción de Montoneros reivindicaba de manera simbólica la declaración de independencia económica firmada por Perón el 9 de julio de 1947 en el mismo salón de la Casa Histórica. Con la rúbrica del entonces presidente, aquel día se nacionalizaron el Banco Central y los ferrocarriles que eran propiedad de empresas británicas. También se lanzó el Plan Siderúrgico Argentino que incluyó la fundación de la empresa siderúrgica estatal SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina). Todo como parte de lo que se denominó “Primer Plan Quinquenal”.

Mientras la prensa del país se hacía eco del operativo comando, las fuerzas de seguridad desplegaban a más de 2000 efectivos por todo Tucumán para dar con los artificies del que fue descripto como un atentado a la Casa Histórica.  Esa misma noche se realizaron 30 allanamientos en distintas localidades y, con el correr de las horas, detuvieron a 20 sospechosos en lo que el diario La Gaceta calificó como “un amplísimo operativo que no admite parangón con ningún otro en el transcurso de toda la historia policial de la provincia”. Sin embargo, lejos estaban de alguna pista concreta que condujera hacia los jóvenes montoneros cuyas identidades continúan siendo un misterio hasta hoy.  

“Lamento que esto se use como elemento de acción psicológica. No es ninguna hazaña el haber atentado contra uno de nuestros templos de la nacionalidad. Los autores son seres que no tienen ni Dios, ni patria ni hogar. Esto que acaba de ocurrir es realmente indignante”, fueron las palabras Carlos Alfredo Imbaud, el interventor federal designado por el gobierno de facto. Al día siguiente, proliferaron las manifestaciones oficiales de repudio y se realizó un acto masivo de desagravio en la Casa Histórica. Las autoridades –a cargo de la gobernación había quedado Carlos Bravo porque Imbaud se encontraba en Buenos Aires- decretaron asueto administrativo para que la población pueda participar de la ceremonia de reparación simbólica del museo. La demonización del grupo revolucionario y la presencia clerical le dieron al acto cierto clima de exorcismo público. 

Lo que Imbaud ni nadie imaginó en aquel entonces es que esos seres sin Dios ni patria ni hogar eran jóvenes de apellidos reconocidos en la provincia, con pasado en colegios religiosos y activa militancia en la Acción Católica. Tampoco imaginaron que caminaban entre ellos. 

 

*****

 

- Teníamos prohibido ir a las multitudes que iban a la Casa Histórica para hacer el repudio del hecho, pero yo de metida fui a ver qué pasaba y escucho que el cura dice “y estos atrevidos seguro que están acá…”- Sole estalla en una carcajada en voz baja, persistente como un hipo. 

Luisa ríe también, contagiada. Toma aire, pero las palabras se atropellan con las risas:

- Digamos que no se podía creer que fuéramos nosotras, nos conocían, vivíamos en Tucumán… A quién se le iba a ocurrir que la persona que estaba al lado suyo... Yo tenía una compañera de la facultad, Cristina, que decía que yo era más o menos como la tapa de Burda… Burda era una famosa revista de modas, así como topísima. Yo siempre me vestí bastante elegantona, entonces ella decía “ahí viene la Burda”… Imagináte, era imposible...Era como que se suponía que habían sido otras personas y no podíamos ser nosotras.

- Con tantos policías que los buscaban ¿no encontraron a nadie? – pregunto.

- No, nunca encontraron nada, a nadie.  Es que esa fue la sorpresa, fue la primera vez así con firma y con algo que a todos los movilizaba. Eso fue una... una acertada total – me responde Sole.

- Los medios de la época dicen que generó mucha indignación… 

- Sí, indignación, nos decían de todo: atorrantes, asesinos, sinvergüenzas... – Luisa no puede evitar las risas - De todo, además, escuchame ¡atreverse a manchar la Casa Histórica de los próceres!

- Pero me acuerdo que la gente joven estaba feliz, hasta los estudiantes de secundaria – replica Sole.

- Tener la osadía de pintarlos a Evita y a Perón ahí… ¿A quién se le iba a ocurrir?  ¿La Casa Histórica? si ahí no entran ni las moscas.

- Creo que habíamos puesto “Viva Evita”, justo abajo de los próceres – ahora Sole tiene una sonrisa inocentona, casi infantil, que le ilumina todo el rostro – Éramos el comando no sé cuánto…

-  Comando… comando… - Luisa hace memoria - Ya ni me acuerdo… Unidad Básica de Combate, eso era… Unidad Básica de Combate Evita, escuchame – la risa le brota, incontinente, como un vómito festivo.

- Jajaajajaja

*****

Soledad y Luisa querían cambiar el mundo cuando se conocieron. Comenzaron a frecuentarse mientras cursaban los últimos años del secundario y participaban de los campamentos organizados por la Acción Católica. Al poco tiempo, siempre juntas, se unieron al Grupo Alfa, una agrupación inspirada en la Doctrina Social de la iglesia que fundó el docente y militante de la Democracia Cristiana Lucho Sosa en 1967. Para entonces, ya era evidente la debacle económica y social que había provocado el cierre de 12 de los 27 ingenios azucareros que funcionaban en Tucumán en agosto de 1966. Los integrantes del Grupo Alfa recorrían las localidades del interior de la provincia más golpeadas por el hambre y la desocupación. A muchos de esos encuentros llegaban también religiosos de otras provincias que difundían las ideas sociales y políticas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Así recuerda Luisa aquellos primeros años de militancia: “La situación acá fue terrible. Era realmente conflictiva y grave porque, de verdad, la gente quedaba sin trabajo. Nosotros, cuando hemos empezado con Alfa, hacíamos ese trabajo de los campamentos en el interior, en las zonas donde habían cerrado ingenios. Nosotros no empezamos con un trabajo político, hemos empezado con un trabajo social y en ese ámbito hemos ido incorporando una visión más ideológica, más desde el cristianismo revolucionario podríamos decir. Íbamos haciendo un camino que nos iba llevando a decir esto no puede seguir así, no podemos seguir pensando en un mundo como este que vivimos”. 

Las jóvenes concebían al cristianismo como una herramienta de transformación social en una provincia que parecía pronta a estallar. En mayo de 1969, el Tucumanazo las encontró juntas en las calles participando de esa revuelta popular que marcaría el comienzo de la caída de Onganía. Fue por aquel tiempo cuando llegó a la provincia una pareja de rosarinos que vislumbraba en la lucha armada la posibilidad del cambio tan anhelado. El contacto con esas ideas significó una fractura dentro del Grupo Alfa entre quienes decidieron continuar desarrollando el trabajo social de forma pacífica y aquellos que optaron por la vía revolucionaria, como lo hicieron Soledad y Luisa. El fundador del Grupo Alfa fue víctima del terrorismo de Estado en junio de 1977 y hasta el día de hoy continúa desaparecido. 

La revolución cubana, el mayo francés, las ideas de Paulo Freire, de Frantz Fanon y la justicia social del peronismo; la utopía se había vuelto palpable y parecía un destino tan deseable como ineludible en el horizonte de la historia. “Nosotros formamos parte de ese sector de la sociedad que empezó a tener conciencia de lo que pasaba. Éramos, de alguna manera, los dueños de nuestro destino, con todo el sacrificio que eso podía significar y que era dar hasta a la vida, eso lo pensamos siempre así. No es que no nos dábamos cuenta, lo pensamos siempre así. Pero claro, al comienzo tampoco teníamos esa realidad ahí que después se nos empezó a hacer mucho más dura”, reflexiona Luisa. 

Antes de los secuestros, las torturas, las desapariciones y el exilio obligado; para ellas todo había empezado como un juego, como una travesura en la que se jugaban la vida. 

*****

- Nos divertíamos dentro de todo, por supuesto que todavía no teníamos la dimensión de tantas cosas que sucedieron después – confiesa Luisa.

- Éramos también muy infantiles a veces. Me acuerdo que soñábamos con los walkie talkies que nos parecían un arma fabulosa. Entonces, como no los podíamos conseguir, estábamos practicando con una latita de tomate así atada con un hilo para ver cómo debería actuar – Soledad vuelve a estallar en risas que sacuden su cuerpo menudo. 

- Eso era… era una cagada. 

- Claro, pero también tenías que divertirte.

- Pero, claro, éramos todos jóvenes. Para nosotros era un sueño también todo eso. Siempre hablábamos de las cosas que nos gustarían. Yo me acuerdo que me preguntaban “¿Y vos qué soñás?” y me acuerdo que soñaba con una casa blanca, toda limpita, limpita y blanca, bien blanca, donde vivíamos todos tranquilos ahí… Ese era mi sueño, una casa blanca… Cada uno decía lo que le parecía y La Negra creo que decía que le gustaba tocar la guitarra, que ella quería tocar la guitarra… Era eso, era parte de un sueño.

- Disfrutamos de algunas cosas…

- Disfrutamos y también sufrimos otras cosas, porque hay muchos compañeros y compañeras que ...

- A ellos, de alguna manera, los resucitamos.

El silencio se estira y se espesa después de las últimas palabras de Soledad. No es un silencio frio, con solemnidad de sepulcro, sino un silencio calmo que acaba de encontrar en la memoria un vergel poblado de rostros, de palabras, de tiempo. 

- No éramos sufrientes – retoma Luisa. 

- No, para nada, todo lo contrario. 

Los años que siguieron a la toma simbólica de la Casa Histórica estuvieron signados por la convicción de que la lucha armada era el camino a seguir en ese afán de cambiar el mundo y por una violencia estatal que eclosionó con el golpe de Estado de 1976. Poco antes, cercada por la inminencia de la muerte que se fue cobrando las vidas de muchos compañeros dentro de la organización, Soledad partió al exilio en Bolivia y estuvo más de diez años establecida en una comunidad donde aplicó los preceptos pedagógicos de Freire. Al volver, acá la esperaban las ausencias, los recuerdos y la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue. No había perdido la ternura en la mirada ni la valentía de reír. 

- Cuando volvió la democracia nos pudimos juntar, conversar y compartir algunas cosas que creo que nos pasaban a todos los que hemos participado de esa época. A pesar del dolor, de todo lo que perdimos, a pesar de la derrota… que nosotros creo nunca la sentimos como derrota ¿no? Sentimos que no habíamos ganado, eso seguro.  Pero nos pareció que, más que la derrota, era haber aprendido. Si uno se pone a recordar tantas cosas que ha vivido entonces… la verdad que no fueron tantos años, si los mirás en términos de los que tenemos, pero fueron tan intensos… - reflexiona Luisa y a Sole le sonríe la mirada:

- Esos fueron los días más felices.