Show de YSY A: nada de alcohol y apenas huele a flores
Te contamos a través de una crónica el último recital del artista en Central Córdoba y el ambiente que rodea a la nueva generación de jóvenes. | Por Jerónimo Cipriani

Fotografía por Matilde Terán
Hace tres semanas atrás fui al recital de YSY A en Central Córdoba. Quería ver un show de él, quería ver trap en vivo a ese level. De todo lo que escuché del género, Ysy es el único que me enganchó con algunas canciones. Llegué a él por Youtube cuando sacó Vamo’ a darle. No era la típica base rítmica de trap que odiaba escuchar en todos lados, era un House potente que sonaba increíble en el parlante que sea. La base la hizo Roque Ferrari, el ex Coral Casino. Dúo que tuvo con Lara91k y que debutó con un discazo que se llamó $lytherin (esto es una recomendación).
Casualmente no creo, fui al recital con mi amigo Facu o como aparece en mi celu, Cabraleti. Mientras caminábamos en dirección a C.C. recordábamos que él hace unos cinco años atrás me escribía por wassap y me decía: “escucha esto” y me pasaba canciones de traperos de España: Kinder Malo, Pimp Flaco o Cecilio G. No me interesaba el trap en absoluto, lo rechazaba y Cabra me daba razones por las que tenía que prestarle atención de todos modos. No me enganchaban, pero me parecían más interesantes que los traperos argentinos que conocía.
Pegados a la charla seguimos caminando. Pasamos por un drugstore y compramos una lata de birra y una botellita de agua frente al hospital Padilla. Cruzamos la plaza Belgrano en diagonal y yo, no sé porqué o si sé porqué, esperaba ver gente en las inmediaciones. Pero no, recién muy cerca del ingreso veo gente apenas agolpada.
En la misma esquina de San Luis y Bolívar cruzamos a un amigo de Facu que acaba de dejar a su hija en la puerta del recital. “No te preocupes, son re tranqui estos reci” le dice Facu. Otros padres hacen lo mismo: Llegar, dejar y zafar. Nada de parrillas con choris ni gente chupando en la zona, solo algunos vendedores de remeras y cosas así. El ingreso y todo es muy ordenado: sin tumulto, ni cola ni nada.
Entramos. Hay gente pero no sé cuánta, no sé calcular esas cosas. Cabra cree que hay alrededor de 1200 personas, aunque es solo un impresión. Ponele que la cancha de basket está completa hasta la mitad para darte una idea. Faltan unos veinte minutos para que YSY arranque (en teoría). Lo primero que me llama la atención es un tablón a un costado con vasos de plástico y varios dispensers de agua. Cabraleti me dice que los traperos son de cuidar al público. Me encanta estar con él esta noche porque es una especie de guía turístico. Yo le pregunto y él me cuenta.
Siento curiosidad por cómo será el show y por la gente alrededor que no tiene nada que ver con la que había en los recitales en los que estuve aquí hace más de 15 años atrás. Otra selva, otra gente y otra generación, por supuesto. La mayoría no tienen más de 25 años y hay un buen número de preadolescentes. No se vende alcohol y apenas huele a flores. Debo confesar que por las trompetas que se fuman en el 80% de los videos de trap, me imaginaba una sola humareda. También hay padres y madres de unos 30 y pico pisando los 40 que, si no me equivoco, están al cuidado de un grupo de los más pequeños. Todo sucede en la cancha de basket excepto la venta de unos sanguches un poco más afuera del tinglado.
Finalmente se apagan las luces y paran la música. El show venía un toque demorado y después de un par de amagues, las pantallas y los parlantes aseguran el comienzo esperado. Levantando en alto sus teléfonos la gente corre, grita y se comprime en dirección al escenario. El YSY está en escena y el show comienza.
Con Facu estamos justo debajo de la torre del sonidista, donde hay espacio y vemos el show perfectamente. La verdad que me asombra la escenografía y las pantallas. El YSY canta, pero interactúa con la gente mucho más de lo que acostumbro a ver. De hecho, un grupito cerca del escenario advierte al YSY sobre una cumpleañera, y entre todo C.C. le cantamos el feliz cumpleaños a Pía.
El show sigue, por momentos me distraigo de las luces y el show y vuelvo a la gente alrededor. Me cuelgo mirando dos chicos de unos 11 años que también se distraen y pasean la mirada a sus costados reconociendo el espacio. Recuerdo el primer gran recital que fui: tengo 13 años y estoy en Floresta viendo a La Renga. Igual que esos niños, también me distraigo del show y miro a los chicos mayores, las banderas y las bengalas.
Sobre el escenario la energía del YSY se mantiene y su forma de comunicarse con el público me recuerda a sus días conduciendo El Quinto Escalón. Todo es un show, como el momento en que le acercan una mesita con un paño negro y el YSY se descuelga un pesado collar, lo sostiene y levanta hacía público, luego lo apoya suavemente en la mesa y levanta otro para hacer el cambio de joyas tal cual lo haría un rey.
No queda mucho por delante. El YSY advierte “esta es la última y me voy”. Terminada la canción el cantante abandona el escenario y la gente comienza a caminar en dirección a la salida sin siquiera pensar. El sonidista desde un costado de la torre comienza a mover sus brazos y pedir que regresen, que quedan un par más. Un minuto después el YSY está en escena para tocar mi esperado Vamo’ a darle y finalmente despedirse.
Encienden las luces y ahora sí, llegó el final. Lentamente caminamos hacia afuera. La gente se agolpa justo llegando a la puerta y tal cual sucede a la salida de las escuelas primarias: padres y madres nos esperan de frente y estirando los cuellos, miran y buscan los rostros de sus hijos entre la multitud. Todo cierra.