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"¡A mi Tucumán querido!": Atahualpa Yupanqui, el poeta más enamorado de estas tierras

CULTURA

¿Qué vio en Tucumán? El autor del himno absoluto de la tucumanidad, guardaba un profundo sentir por esta provincia, por sus cerros, por sus valles y por su paisaje inspirador.





“Empujado por el destino, protegido por el viento y su leyenda, la vida me depositó en el reino de las zambas más lindas de la tierra”: con esas palabras recordaba Héctor Roberto Chavero su aterrizaje en Tucumán, cuando era todavía un niño. Nació el 31 de enero de 1908, en la localidad de Campo Cruz, Pergamino, Buenos Aires.

El gran Atahualpa Yupanqui era tan solo un niño cuando su padre decidió que se iban a Tucumán, el lugar que sería, de alguna manera, la universidad más grande de aquel que muchos bautizaron como el “Padre del folklore”. Era un tremendo observador del paisaje, y a través de su prosa y su música, planteó dudas filosóficas, planteos existenciales que presentaba a través del folklore.

El Tucumán que conoció don Ata de buenas a primera, era todavía ese verdoso y famoso Jardín del Universo que supo conquistar al Capitán Andrews más de medio siglo antes. El mismo Tucumán que, pese a haberse poblado de ingenios y campos de caña, conserva fuertes espacios selváticos que sin duda alguna continúan conquistando el corazón de los hombres y mujeres sensibles que lo visitan.

El aporte de Atahualpa a la cultura, a la música, a la poética y al sentido de la tucumanidad, es un tema que todavía tiene estudios poéticos, sociológicos y musicológicos en desarrollo. No existe tucumano o tucumana, no importa su edad, que no entone a viva voz las estrofas de la Lunita Tucumana. La zamba que inmortalizó para siempre parajes como Acheral y que dejan saber al mundo que el cañaveral es parte integral del paisaje tucumano, es uno de los saldos que dejó el canto de Ata.

Quienes conocen un poco de la historia del escritor, comprenden que no fue exclusivamente un músico trotamundos, sino que, de hecho, fue un gran intelectual. Por eso, hay quienes descreen que, efectivamente, haya realizado los viajes inspiradores a través de las bondades que entregan los cerros tucumanos. Sin embargo, la historia y las pruebas dejan en claro que Atahualpa conocía a la perfección los rincones tucumanos que atesora el Valle Calchaquí. Y se dejó enamorar por ellos.

“Lo que hoy es avenida Mate de Luna, se llamaba camino del Perú. Era un ancho callejón bordeado de tipas, yucaches y moreras, que en aquel entonces contaba con un pequeño trencito para acercarse hasta donde hoy llaman La Floresta. Allí había una vertiente y una pequeña feria. Las mujeres vendían empanadas, chancacas, quesillos. Y había arpas y guitarras, sosteniendo la permanencia lírica de la zamba” escribía Atahualpa en “Hacia el Norte”.

Con este tipo de textos, el poeta buscó quizás justificar o explicar su gran amor y su gran encanto hacia Tucumán, hacia sus zambas y poetas.

En “El Valle Calchaquí”, Yupanqui contaba que muchos habían sido los viajes, giras y travesías que relizó en torno a estos valles. “En ocasiones llegaba a ellos desde la Quebrada del Portugués, en el Sur Tucumano. Otras, me asomaba al misterio de esa alta tierra desde Amaicha del Valle”. Además, el autor afirma en este mismo texto que todos los viajes los relizaba a lomo de mula, jamás en automóvil. Pero no por su mística, sino que por las condiciones de los caminos de sus años, no lo permitían de otra manera.

“Cada eviaje al Valle Calchaquí era como un curso en una infinita universidad telúrica”

Una de las excursiones que con más profundidad e intensidad recordaba el gran poeta, fue una de 40 días que inició en Raco y terminó en Jujuy, en donde atravesaron todo el hermoso Valle Calchaquí en el carril que ahora es la Ruta 9. Así recolectó junto a sus acompañantes música, letras, melodías y mucha inspiración. Además, esa tenacidad de los pueblos del valle que representaba una gran resistencia al poderío español y luego al criollo, era una inmensa fuente de respeto e inspiración para nuestro poeta.

Es una incomparable emoción cruzar por esos valles soleados, mirando allá lejos algunas cumbres nevadas, tratar con el paisanaje lleno de tradición y cordialidad, contemplar esas rutas que ganan las cumbres, por donde transitaron los conquistadores, ver el amplio escenario donde los calchaquíes ofrecieron durante más de cien años tenaz resistencia” afirmaba, dejando llegar a los ojos de quienes lo leemos más de 70 años después, esa bella imagen de estar entre los valles de las cerranías tucumanas, mirando alguna punta nevada a lo lejos.

La doctora en letras e investigadora en el INVELEC (CONICET - UNT) Fabiola Orquera es investigadora de la vida y obra de Yupanqui, y desde su lugar como estudiosa de la trayectoria del poeta y del gran legado cultural e histórico que este significa para Tucumán, explicó para eltucumano que “El vínculo de Atahualpa Yupanqui es sin duda visceral. Se remonta al primer viaje que hizo con su familia, cuando era apenas un niño, allá por 1917, o quizás incluso más atrás, a la imagen que tenía su padre, santiagueño, de esta tierra. En efecto, José Demetrio Chavero sabía que esta provincia enamoraba a los viajeros por su paisaje de cerros y bosques perfumados e interminables, antes de que fueran reemplazados por cañaverales e ingenios” detalló, en concordancia con esa imagen edénica de nuestra provincia que supo conquistar a tantos visitantes a lo largo de la historia. 

“En ese primer viaje la familia Chavero residió una breve temporada en Tafí Viejo, donde el futuro artista conoció al indio Benancio, personaje que le inspiraría después la zamba ‘Camino del indio’. Tal fue su apego por esta tierra que hacia 1933 Yupanqui decidió volver para quedarse. Si su lado gaucho lo hizo amante de los caballos, su lado indio le inculcó la idea de que ‘el hombre es tierra que anda’. Por eso construyó su rancho en Raco y desde allí se dedicó a recorrer los cerros para aprender los distintos ritmos musicales y expresarlos en sus composiciones” agregó Orquera. Recordemos que Raco fue el punto de partida del viaje más entrañable de Atahualpa por los Valles Calchaquíes.

Recientemente, tuve el privilegio de ser parte del festival de Monteros, el “Monteros de la Patria Fortaleza del Folklore”. Durante las cuatro noches que duró el evento, algunas bandas folclóricas interpretaron la Lunita Tucumana. El estadio, en cada una de estas interpretaciones, se llenó de voces a coro. Voces ancianas, voces adultas y voces adolescentes, como dejando en claro la atemporalidad de ese legado del gran Yupanqui hacia nuestras tierras, hacia la tucumanía y hacia el amor por este pedacito de Argentina.

“Su calidad como compositor e intérprete le dio gran popularidad y él devolvió el reconocimiento que recibía con canciones dedicadas a distintos lugares de Tucumán,  entre las que se destacan dos que alcanzan dimensión de himno: ‘Luna tucumana’ y ‘Zamba del grillo’. Otras, nacidas en la bohemia de esos años, hablan del amor al pago, como ‘La añera’ y ‘Viene clareando’, o bien cuentan momentos que hablan de su propia vida, como ‘La raqueña’ y ‘Adiós Tucumán’, que narra el dolor de su partida, hacia 1946, por motivos tanto políticos como personales"

Adiós Tucumán

La política y la causa comunista estuvieron presentes la mayor parte de la obra creativa de don Ata. Por eso, en el año 1949 se fue a Francia y su obra fue censurada durante el gobierno de Perón. Fue inclusive torturado, y le quebraron un dedo de su mano derecha para que no tocara más: "no se percataron de un detalle: me dañaron la mano derecha, y yo, para tocar la guitarra, soy zurdo" decía unos años después, sobre este hecho. Sin embargo, se amigo con el gobierno peronista al regresar en el 53 y desafilarse del comunismo.

Estando en Francia, Edith Piaf invitó al cantautor a cantar con ella poco tiempo después, e inclusive grabó “Minero soy” en este país europeo. Toda su vida profesional desde el 68 hasta su muerte estuvo en ese país, el cual se volvió su lugar de residencia.

Los viajes de Yupanqui continuaron por muchos años más. Pero ya no era un observador e intérprete del paisaje en mula. Construyó una casa en el Cerro Colorado en la provincia de Córdoba junto a su esposa Nennette, una consagrada y exquisita pianista y compositora. Pero continuó viajando por el mundo e inclusive decidió no visitar Argentina durante la dictadura de Videla. Regresó a su amado Tucumán otra vez en el año 87 cuando llegó a la capital para ser homenajeado por la UNT. Sus giras internacionales tuvieron como corolario su regreso a Córdoba para participar del festival de Cosquín en 1990. Dos años después, fallecía durante un viaje a Francia para realizar una actuación en Nimes.

Para aportar a esto, Fabiola Orquera nos dice: “Don Ata nunca se iría del todo, como decía una de sus coplas preferidas: ‘Amalaya con mi suerte, caminar y caminar. / Siempre andoy por todas partes, siempre vuelvo a Tucumán’”.