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Volvió el menú popular para pelearle a la crisis

Crónica

El comedor estudiantil y obrero Santos Discépolo reabrió sus puertas y ofrece un almuerzo por sólo 35 pesos. Conocé la casa cultural donde podés compartir un almuerzo y música en vivo por menos de un dólar.

Foto: Facebook de Santos Discépolo.





Cualquier distraído que pase este mediodía de miércoles por la puerta de la antigua casa chorizo de La Rioja 219 puede llegar a pensar que la pequeña pizarra en la vereda anuncia una ficción, un mensaje perteneciente a otro tiempo, a otra realidad muy distinta de la actual: menú a 35 pesos.  No hay cuento ni chamuyo, es aquí y ahora, en el comedor estudiantil y obrero Santos Discépolo que ha vuelto a abrir sus puertas por cuarto año consecutivo. La casa que ahora se ha agrandado para que más personas puedan sentarse a comer un plato de comida caliente mientras arrecia la crisis económica y la realidad golpea por igual bolsillos y estómagos. La casa donde se baila,donde se escucha música y donde hoy se almuerza humita.

Son las 13.30 y en el patio adornado con murales en las paredes no quedan sillas vacías. Hay adolescentes con camperas de colegios, estudiantes universitarios, artistas, obreros, un par de enfermeras que han salido de su trabajo en el Hospital Padilla, ancianos, madres con sus hijos. También un changuito que ahora patea una pelota desinflada entre las mesas. En el ambiente hay aroma a palo santo y la música se mezcla con el murmullo de las conversaciones. A un costado, la novedad es el nuevo salón recién inaugurado que abre sus puertas sobre la calle San Lorenzo. El espacio es amplio y está poblado de tablones verdes. Mientras algunos esperan sentados a que salgan las humitas, otros hacen fila para retirar los cubiertos y un vaso de jugo. De los parlantes llega la voz de Pity Álvarez cuando era el vocalista de Viejas Locas, la canción es “Lo artesanal”.

“Arrancamos hace cuatro años justo cuando el presidente inició su gestión”, dice con un tono evidentemente irónico Julio Rasuk, el principal impulsor del comedor, y luego agrega: “Entonces hemos dicho qué culiao, veamos de dar una mano a la gente porque sabíamos lo que se iba a venir: tarifazo, ajuste, todo eso… Sabíamos que esto iba a pasar”.  Y no parece nada casual que este mediodía de miércoles, mientras las mesas y los tablones del comedor terminan de poblarse de gente, en la Quinta de Olivos parte del gabinete nacional anuncia un paquete de medidas económicas para intentar paliar los efectos de la crisis.

“Tenemos un poco de tristeza de decir que hemos subido el menú, que ahora está a 35 pesos. Hemos resistido tres años con el precio de 25 pesos, pero se nos hizo insostenible”, confiesa Rasuk, a quienes todos conocen como “El turco”. Con la ampliación de la casa, la capacidad que antes era de 180 platos se ha ampliado a casi 400. Antes, el patio no daba abasto y el almuerzo se dividía en distintos turnos, pero a veces algunos se quedaban sin poder comer. Ahora son más las personas que pueden comer todas juntas, compartiendo la mesa y la charla.

Eran muchos los que esperaban por la reapertura del comedor, tanto vecinos de Barrio Sur como estudiantes. Hace unos días, una carta se coló por debajo de la puerta de Santos Discépolo. El mensaje decía: “Querido Santos: Tenemos hambre, el menú de la facu nos cuesta un huevo y medio, comimos milangas hechas con carne molida, te pedimos por favor que abras. Sabemos que nuestra carrera es para cagarnos de hambre, pero todavía estamos cursando, esperamos su pronta atención”. La nota estaba firmada “Con amor y hambre, los chicos de la facultad de Artes” y adornada por unos corazones dibujados a mano alzada. “Este año ha sido muy reclamado el comedor. No es que hemos chamuyado para una foto del Facebook y lo dejamos ahí, sino que esto es algo que está instalado en Tucumán. Son cuatro años que estamos ya y lo mantenemos”, comenta “El turco”.

Según cuenta Rasuk, a partir de la viralización de un vídeo publicado por El Tucumano el año pasado muchos conocieron y se interesaron por el lugar. Hubo repercusión en distintos medios nacionales e incluso el periodista Jorge Lanata quiso entrevistarlos, pero no accedieron a hablar con él por diferencias ideológicas.  “Esto no es caridad, es el laburo social de un equipo que hace política social que, si bien no es partidaria, sí es 100% política”, aclara.




Al fondo de la casa está la escalera que da a la terraza y ahí arriba la pequeña cocina donde Benjamín Ramallo y Mariela, su esposa, revuelven dos ollas de 100 litros cada una repletas de humita que en minutos nomás llenará alrededor de 400 platos. Benjamín es el encargado de la logística para que el comedor funcione, tarea que comienza a las cinco de la mañana en el mercado. Ahí, él busca los mejores precios y una vez que los consigue, entre todos, definen el menú del día. Explica que, por los elevados costos actuales, el año pasado tuvieron que reducir los platos con carne y se vieron obligados también a hacer menos sopa porque las facturas del gas los estaban matando. El ingenio para conseguir buenos precios se traduce a su vez en la confección del menú: “Tenemos el compromiso de innovar, de cocinarle a la gente algo rico. Después hay una devolución energética de la gente que te lo agradece”, recalca Benjamín y Mariela agrega: “Somos muy detallistas”.



La humita ya está a punto y los voluntarios comienzan a ir y venir cargados de bandejas. Los platos se entregan con una sonrisa y se reciben con más sonrisas. Son diez las personas, entre cocineros y voluntarios, que trabajan hoy para que muchas otras almuercen. De lo recaudado, se separa el dinero necesario para comprar los insumos del menú del día siguiente y el resto se reparte entre los que han trabajado. Las tarifas de los servicios de luz, gas y agua se pagan con los fondos que ingresan por las noches cuando Santos Discépolo se convierte en un espacio cultural donde tocan bandas y el patio de la casa chorizo se vuelve pista de baile. Por las tardes, en el lugar se dictan talleres de canto, percusión y teatro.  De eso se trata esta movida autogestiva que ya cumplió cuatro años.


Mientras Martín Salazar, uno de los músicos de Las Cuatro Cuerdas, ensaya los primeros acordes de una chacarera en el nuevo salón, tres alumnos de la carrera de Biología charlan y extienden la sobremesa. Es la primera vez que vienen al comedor y cuando se les pregunta si piensan en volver responden de forma unánime que sí. “Me pareció un espacio muy ameno. Es un lugar verdaderamente cultural, no es careta”, dice Estrella Camacho, quien cuenta que los ha impulsado a ir no sólo la situación económica, sino también el deseo de encontrarse con otra gente en lo que consideran un espacio popular. Por su parte, Constanza Caresani que ha venido desde Ushuaia para estudiar en el Lillo, explica que comer en la facultad les cuesta cien pesos y el menú no es tan bueno como la humita que acaban de comer: “Para un estudiante es imposible gastar eso todos los días”. La opción más económica es un sanguche de fiambre que cuesta 45 pesos y que tiene apenas dos fetas de queso y dos de salame.

Son las 15, los estudiantes se fueron con sus mochilas a cuestas. En el patio ya casi despoblado por completo de mesas dos niños hacen un carnaval extemporáneo corriendo y arrojándose nieve artificial. Dos ancianos acaban de salir tomados de la mano. No desconocen que, afuera, la calle está dura, pero saben que mañana pueden volver y tener un plato de comida caliente, una mesa compartida y música en vivo. Todo eso por sólo 35 pesos.