Malvinas: los héroes tucumanos de la postguerra
MALVINAS ARGENTINAS
Un microdocumental de eltucumano.com presenta la intimidad de los veteranos del Centro de Ex combatientes y su vida entregada a la causa Malvinas. VIDEO

(Foto: eltucumano)
*artículo publicado originalmente el 2 de abril de 2018 por eltucumano.com
El paisaje yermo desnudo de árboles, las colinas empedradas, la furia del viento peinando la turba y el horizonte acuático teñido por todos los azules del Atlántico Sur todavía persisten, indelebles, en el recuerdo. Como perdura el silbido que dejan flotando en el aire las bombas antes de caer a tierra o el traqueteo insistente de la metralla o las luces que dibujan las balas en la noche o el chillido catastrófico de la alarma de un barco que acaba de ser atacado. Pero ahora, 36 años después, la perspectiva hasta donde alcanzan a ver los ojos se agota en el verde de los maizales que rodean a la escuela de La Encrucijada, en Leales, y el único murmullo es el que ofrecen las risas de una bandada de niños. Changuitos del campo que miran con admiración y ternura a un grupo de hombres que acaban de llegar cargando cajas con delantales y golosinas. Casi todos llevan en el cuello una medalla plateada que dice: Héroes, 1982. Aunque está claro que ese heroísmo parece no tener fecha de caducidad.
Son las nueve de la mañana y un grupo de veteranos del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas Tucumán acaba de iniciar su recorrido con donaciones para los alumnos de tres escuelas rurales de Leales ubicadas en La Encrucijada, Puesto Chico y Campo Azul. Aunque oficialmente sólo son padrinos de la última de estas escuelas que lleva el nombre “Héroes de Malvinas”, no quieren que ninguno de los chicos de la zona comience las clases sin su nuevo delantal blanco que lleva bordadas la silueta de las islas y la frase “No las hemos de olvidar”, siempre del lado del corazón. Las maestras organizan a los niños en una fila y cada uno retira su delantal y una bolsa con golosinas. Los changuitos devuelven el gesto con un abrazo o con un beso tímido en la mejilla. A los veteranos una sonrisa ancha les abarca el rostro. Se sacan fotos, juegan en el patio con la campana del recreo. Ahora son ellos quienes parecen niños.
“Para nosotros esto es una caricia al alma. Es algo que sentimos que tenemos que hacer porque es una forma de devolver algo de todo lo que la sociedad nos dio”, dice con una emoción que no puede ocultar Enzo Toledo, presidente del Centro de Ex Soldados que actualmente cuenta con 92 socios activos. Esta es una de las tantas actividades que suelen realizar como dar charlas en las escuelas, celebrar con los alumnos el día del niño o acercar donaciones a los afectados cuando hay inundaciones en la provincia. “El hecho de que los vean en vivo y en directo es muy significativo para los niños porque ellos son nuestra historia viviente”, dice por su parte Myriam Judith González, maestra de la escuela Héroes de Malvinas.
La mañana luminosa transcurre entre los abrazos y las risas infantiles que se repiten de escuela en escuela. Es mediodía y la tropa de veteranos enfila sin prisa para la casa de Fabián Alarcón, vecino de Leales y padre de uno de los alumnos que les abre las puertas de su hogar. Son casi veinte los que ahora se acomodan alrededor de un largo tablón resguardado por la sombra de los árboles. Hacen chistes, se ríen y juegan con una taba. Parecen ex compañeros de colegio que se reencuentran después de un largo tiempo: más gordos, más canosos o pelados, con más arrugas surcándoles los rostros. Pero la experiencia que los ha unido en este estrecho vínculo de camaradería no fue precisamente una gira de egresados, sino una de las vivencias más dramáticas que cualquiera pueda imaginar: la guerra.
El Centro de Ex Soldados de Tucumán comenzó a funcionar en 1983 por la iniciativa de unos seis combatientes que empezaron a reunirse en la 49, como llamaban ellos a la esquina de la Plaza Independencia donde se cruzan las calles 25 de Mayo y 24 de Septiembre. Eran jóvenes y el trauma de la guerra se encontraba demasiado latente, para colmo el gobierno militar y gran parte de la sociedad les daban la espalda: la mayoría no conseguía trabajo y eran discriminados. Habían crecido durante la dictadura y no tenían ninguna experiencia de militancia, sin embargo, decidieron organizarse como veteranos de guerra para reclamar sus derechos. Entre los que dieron esos primeros pasos se encontraba Omar Armando Gutiérrez, a quienes todos conocen como “Pepa”: “Nosotros siempre decimos que no somos políticos, somos distintos. Somos veteranos de Malvinas. Es importante juntarnos. Entre nosotros nos juntamos y con solo mirarnos ya sabemos qué le pasa al otro y qué necesita”.
“Yo me cerré en mí y no hablé por más de diez años del conflicto. Hoy en día estoy muy agradecido de las amistades que he cosechado en el Centro. Este es un cable a tierra impresionante. Cuando nos juntamos entre nosotros hablamos de todo y también de eso que nos ha tocado vivir en Malvinas. Entre nosotros nos entendemos. No es fácil descargar eso que tenés adentro y que te está presionando”, confiesa con ojos vidriosos Julio Medina. “Chichí”, como lo llaman sus compañeros veteranos, participó de la guerra como tripulante del destructor ARA Bouchard que navegaba cerca del Crucero General Belgrano la tarde del 2 de mayo de 1982 cuando este fue hundido por el submarino británico HMS Conqueror. Todavía recuerda como si fuera ayer que estaba en el baño preparándose para tomar su guardia cuando el buque se sacudió y luego comenzó a sonar la alarma de ataque submarino. Al parecer uno de los torpedos lanzados por el HMS Conqueror rozó la embarcación. Aún se desvela pensando que su destino podría haber sido el de los tripulantes del Belgrano, donde murieron 323 marineros, de los cuales 23 eran tucumanos.
A diferencia de muchos de los otros centros de ex combatientes que se formaron en todo el país desde el conflicto bélico, este de Tucumán tiene la particularidad de que reúne tanto a soldados conscriptos, es decir aquellos que fueron a Malvinas porque se encontraban haciendo el servicio militar obligatorio, como a oficiales de carrera. Al principio, la convivencia no fue nada fácil porque, en algunos casos, los soldados miraban con desconfianza a los cuadros de las Fuerzas Armadas que habían sido sus jefes durante la guerra, como confiesa el ex oficial de la infantería de marina José Ramón Roldán. “Martillo”, según el apodo heredado al boxeador cordobés que lleva su mismo apellido, se incorporó al Centro en 1998 y considera que en todo este tiempo ha cumplido para él con una función terapéutica: “Nos juntamos como una forma de terapia para que no nos carcoman los fantasmas de la guerra”. Durante el conflicto, Roldán participó de la batalla de Monte Longdon, uno de los enfrentamientos finales y más cruentos de toda la guerra donde la lucha se desarrolló incluso cuerpo a cuerpo. Ahí sufrió la baja de uno de los hombres a su mando y tuvo que asistir a otro soldado herido. Recuerda que una vez firmada la rendición, ya como prisionero de las tropas inglesas, tuvo la tarea de enterrar a los soldados argentinos caídos en los combates de Tumbledown y Dos Hermanas. Para él y sus compañeros la tragedia no terminó con la guerra: Hace seis años se suicidó “Pajarito” Fernández, un conscripto chaqueño que fue parte de su compañía en Malvinas.
“Eh dejen de comer, esperen que sirvan”, regaña Enzo a dos que acechan al lechón dorado recién salido del horno del barro y que ahora se ríen como dos changuitos que acaban de cometer una travesura. Uno se queja de los mosquitos y otro le responde en tono jocoso: “¿Sabés la cantidad de mosquitos que he soportado en las islas?”. “Si vos ni has ido”, salta alguno desde la otra punta del tablón. Hay un coro de carcajadas. Las bromas y algunas anécdotas graciosas de los primeros años de militancia parecen mitigar los recuerdos de la experiencia bélica que van surgiendo en la conversación. “Al volver de la guerra no te creas que trajimos cosas buenas. Para nosotros eso fue vivir un infierno, pero gracias a Dios acá estamos”, dice Enzo y luego rememora con un dejo de tristeza el regreso de las islas; una vuelta que estuvo marcada por el ostracismo en el que cayó la cuestión Malvinas en la primera etapa de la postguerra: “Cuando regresamos fue lamentable el recibimiento. Nos trajeron escondidos. A nosotros para poder salir de licencia cuando volvimos nos hicieron firmar una declaración de que no podíamos contarle nada de lo que habíamos vivido a nadie, ni a la prensa ni a nuestras familias”. Han pasado más de tres décadas desde entonces y hoy los veteranos se sienten reconocidos y queridos por la sociedad que los homenajea cada dos de abril: “Por ahí a muchos les puede parecer algo liviano ir y aplaudir cuando desfilan los veteranos de guerra, pero para nosotros es algo supremo. Quizás veas en los desfiles las lágrimas de los veteranos. Muchos dicen que es por la edad que tenemos ahora, porque estamos más blandos, pero no, siempre lo sentimos así”.
Aún con sus debates y discusiones apasionadas, en asambleas y en sobremesas como estas, todos los veteranos del Centro parecen coincidir en dos cuestiones centrales: la primera es la de considerar héroes sólo a los 649 argentinos que dejaron sus vidas en la guerra de 1982. Ellos, los sobrevivientes, afirman que sólo cumplieron con su deber. La segunda, su principal tarea como grupo es la de malvinizar, hacer que la causa Malvinas perdure en la memoria colectiva de los argentinos. “La guerra no fue, como decían por ahí, un grave acontecimiento ideado por el borracho de turno. No, Malvinas representa una serie de reclamos a través de los años que siempre cayeron en saco roto y llegó un momento en que se cumplían 150 años de usurpación. Creo que un país que no reclama queda en manos del usurpador. Se hizo algo, mal o bien, la historia lo juzgará. Creo que nosotros estuvimos a la altura de los acontecimientos”, reflexiona Enzo Toledo y en sus palabras resuena una convicción capaz de vencer al tiempo, al silencio y a cualquier forma de olvido.