"El perro me mordió los huevos": el grito de gol y dolor en el Monumental
HISTORIAS DE ACÁ
Jorge Cerino, ex delantero de Atlético, revivió lo que le pasó una tarde contra Almirante Brown: "En el festejo sentí el tarascón, seguí jugando y metí el segundo gol. Después me hicieron 14 puntos". El relato en primera persona de una historia imperdible.

Cerino se lleva la pelota ante la marca de los jugadores de Brown. Al perro nadie lo pudo controlar.
Ustedes no se acuerdan porque eran muy chicos pero no hace mucho tiempo, cruzando la cordillera, hubo un perro llamado Ron que le tiró una dentellada furiosa al Mono Navarro Montoya en un partido de la Copa Libertadores. Quizás sí recuerdan cuando en la cancha de San Juan, un jugador de Bella Vista, el desterrado José Jiménez, no tuvo mejor idea que sacar a la mascota del club lanzándolo por arriba del alambrado. Los perros, los perritos, siempre se las ingenian para meterse por algún hueco e interrumpen el partido, hociquean la pelota, los jugadores quieren engañarlos y así pasa un tiempo hasta que algún comisario de rotisería lo atrapa y se reanuda el juego. El problema, queda claro, es cuando no tienen defensa y también cuando atacan.
El 8 de agosto 1992 significó el comienzo de Atlético en el Nacional B. Mientras tanto, en Primera, el equipo de Newell’s era sensación y de ahí llegó al Decano, cedido a préstamo, Jorge Cerino, un delantero con apenas 19 años, listo para foguearse o como él mismo le cuenta hoy a eltucumano.com: “Para hacerme hombre. Porque ahí me hice hombre. Ahí en Tucumán crecí de golpe. Atlético no era por aquellos años lo que es hoy. A mí me llevó el Chavo Anzarda y llegué al club que por entonces presidía Luis Hadad, de quien guardo el mejor de los recuerdos, buen tipo, y eso que era difícil cobrar. Estuvimos como cuatro meses sin ver un peso. Antes el Nacional B era así. Se pagaban los sueldos cuando se podía. ¿Y la hinchada? Para qué… Eran jodidos. Un día, después de perder con Morón, vinieron al vestuario después de una derrota y vi lo que es el apriete con pistolas, algo que también pasaba en los clubes. Los barras querían explicaciones y para bajar los decibeles
se paró Capozucchi que tenía unos huevos así de grandes”.
Cuando hablamos de hombría, de garra, de personalidad claro que viene un canto que baja de los cuatro costados del Monumental que también nació por esa época: “¡Deca-Deca-Deca-Huevo-Huevo-Huevo!”, una adaptación del grito de guerra a Blas Armando Giunta de la hinchada de Boca. Pero si hablamos de huevos, de testículos, va aquí la historia que quizás ni los grandes que vieron a aquel equipo recuerdan: sucedió el sábado 12 de septiembre de aquel año contra Almirante Brown de Isidro Casanova por la sexta fecha y más precisamente en el primer tiempo. Lo cuenta el protagonista de aquella tarde, el propio Cerino: “Era importante hacernos fuertes en Tucumán y empezamos con el pie derecho. Centro a la cabeza de Eric
Ginel y 1 a 0. El problema fue en los festejos. Antes los perros estaban con la Policía adentro de la cancha. Y con el grito de la gente hubo uno que se puso loco, se metió a ladrar en el festejo, escucho que se va acercando, ‘¡guau! ¡guau! ¡guau! Y pum, me mordió ahí abajo”.
Gajes del oficio, hay que pedirle a Cerino, con el mayor de los respetos, claro, los detalles: “El perro me mordió los huevos. Yo sentí el tarascón mientras festejábamos pero en el momento no le dí bolilla. Hasta que empecé a sentir algo caliente en la zona y era la sangre. Pero seguí jugando. Le pedí al médico que me ponga una gasa en el entretiempo y salí al segundo tiempo. Metí el segundo gol y ganamos 2 a 0. Es una anécdota que siempre cuento a mis amigos en San Nicolás y siempre me hacen la misma pregunta: ‘¿Cómo que un perro te mordió los huevos?’ Y sí, un perro me mordió los huevos”, se ríe Cerino.
Y aclara: “Por suerte no dañó nada en la zona y después tuve hijos y la mar en coche. Pero en ese momento que me revisaron los doctores, me hicieron 14 puntos, ¿eh? Fue una mordida de verdad”, recuerda Cerino, quien después tuvo otro incidente: “Y me hicieron 8 puntos más en la ceja. Creo que si sumamos los puntos de la campaña del equipo más los que me hicieron a mí éramos campeones”, cierra Cerino, quien siguió sin problemas con su carrera como un verdadero trotamundos (jugó en Coquimbo, Liga de Quito, La Serena, salió campeón con la U Española, el fútbol de Canadá, dirigió en Chile) y llegó a la Selección de la mano del Tata Martino, con quien identifica su estilo de juego con buen trato de balón y agresivo. ¿Y Tucumán? “Sabés que no volví más, pero guardo el cariño de mucha gente. Dejé muchos amigos. Tuve como compañeros al Cachi Zelaya, al Negro Morales, al Patón Jerez, al Chino Wolhein, muy buenos muchachos. Ah, y aquí en San Nicolás está Raquel, una vecina tucumana que cocina unas empanadas espectaculares y cada vez que extraño le pido una docena. Son riquísimas y también les pone huevo”.

Jorge Cerino junto a Lionel Messi, cuando trabajaron juntos en la era del Tata Martino en la Selección.