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"Se le paraba a cualquiera": las aventuras del Alevoso Díaz, un guapo monumental

HISTORIAS DE ACÁ

Raúl Eusebio dejó el alma en Atlético. Detrás de un volante rudo y de buen juego se esconde una historia difícil, pero marcada por noches épicas y un clásico inolvidable contra San Martín.

Raúl Díaz, embarrado, imborrable. La foto es de Historia del Decano.





Un pelotazo con barro a la altura del pecho inflado de piqué celeste y blanco, un pechón contra el banderín del córner en una cancha que puede ser la de Central Norte, el cartel de las pilas Eveready detrás del lainman, la tribuna de pocos escalones con solo hombres tapándose el sol con el diario, todos vestidos de camisa blanca desabotonada y pantalón pinzado, todos los ojos puestos en Raúl Eusebio Díaz, El Alevoso.

La historia de ese volante con las venas de un pura sangre tras la pelota empieza en Tafí Viejo. Como el Pulga y el Pulguita, Raúl Díaz heredó el apodo de su hermano mayor, un chofer gordón que jugaba en la Línea 9, también duro como un roble para pasarlo: “Era alevoso cómo iba a cada pelota. Tenían una contextura física distinta a la de los genes tucumanos. Raúl llegó al club con el Mono Villafañe (que ya cantaba) y Juan Carlos Díaz”. 

Quien habla no es otro que el Negro Ángel Guerrero, una de las glorias de Atlético que compartió habitación con Raúl Eusebio en lo que hoy es el sector 2 de plateas. Ahí, en el 74, Ángel y Raúl se hicieron grandes amigos compartiendo día y noche en el Monumental, comiendo en la cantina del club con sobremesas inolvidables: “Éramos de la 6ta División de Atlético: teníamos un equipazo, salimos campeones invictos. Comíamos en el club, en la cantina de Don Intile. Siempre fue buena comida, jamás retaceó: estofado, pollo, carne, todo siempre balanceado”. 

Bien alimentado por primera vez en su vida después de una infancia dura en Tafí, con privaciones y escenas familiares que no vienen al caso, El Alevoso empezó a ganarse el apodo a base de batallas futbolísticas en las canchas tucumanas de la Liga, templos del fútbol tucumano que hoy duele tanto al verlos cómo están, todavía con césped, con la única misión de anular al creativo rival y, después sí, distribuir el juego como marca el paladar de 25 de Mayo y Chile.

“Mucha gente lo encasilla como pegador en la cancha, pero no era así: jugaba muy bien. Era nacido del riñón de Atlético. De hecho, Raúl era sobrino de Raúl Villalba, un jugador notable. Lo que sí tenía era una personalidad tremenda. Raúl era un irónico. Un día amenazó al propio DT, a don Manuel Giúdice. Yo lo ví, no me lo contaron. Don Giúdice iba a sacarlo del primer equipo y a ponerlo a Lito Espeche. Para qué… Viene Raúl y le dice: ‘¿Lo va a poner a Raulito? No me haga que le ponga una mano encima’. Era tremendo”, sonríe como siempre el Negro Guerrero.  

Si de manos puestas hablamos, hay que llamar a Lucho Cisterna, quien compartió la colimba con El Alevoso en el Distrito, donde se realizaban tareas administrativas solamente, y después en el Comando, gracias a una jugada que armó el coronel Vera Robinson, dirigente de Atlético, permitiéndole a Raúl salir los jueves para ir a entrenar, concentrar y jugar, pero a veces se complicaba la última parte: volver al Comando. Ahí es donde las anécdotas no paran de llegar como una ráfaga de ganchos al mentón. 

“Ingresamos juntos al servicio militar en el 74 con Raúl. Estuvimos los tres con el Tani Lencina haciendo la colimba. Yo estuve un año, el Tani menos porque lo vendieron a Independiente, pero Raúl estuvo dos años. La razón de tanto tiempo fue porque lo llevaron al calabozo: se había dormido en una guardia. Pero lo peor fue cuando después de un partido no volvió: se convirtió en desertor. Siempre se escapaba Raúl de la colimba. Venía el sargento, preguntaba por él, y se daba cuenta que no estaba: se había escapado. Le daban franco y no volvía. Hasta que un día lo mandaron a buscar con el mismísimo Ejército: lo encuentran, lo regresan y lo detienen”, narra Cisterna, presente ante el compañero de colimba cuando se le plantó al mismísimo sargento. 

“Era bien rebelde Raúl, al punto de que un día, después de que comíamos, siempre nos daban un tiempito para que fumemos o pasemos el tiempo. Ahí surgió una charla con un militar al que le decían El Granadero, un flor de hijo de puta. Lo había hecho ‘bailar’ a Raúl, en la jerga militar, que pasara por el medio de todos y le pegaran chirlos y golpes. Cuando perdía Atlético, El Granadero lo hacía ‘bailar’. Hasta que ese día lo enfrentó Raúl a este Granadero: ‘Usted no vale ni aca, ¿por qué nos baila? Sáquese la charretera, lo voy a hacer recontra cagar’”.  

Pero su mano para la pelea no quedaba en el vestuario o en las sobremesas de la colimba que antecedieron a los años más oscuros: “Entre todo el Regimiento Norte, Salta, Jujuy y Tucumán, entre todos se había armado una competencia de boxeo. Iban peleando a cinco rounds. Raúl los iba pasando como postes y ganó la final. Era un niño, era un pan de Dios. Pero si había que pelear, se le paraba a cualquiera. Era bonachón, pero no te peleés con él. No se le quedaba quieto a nadie”.  

Otra de las anécdotas que marcan a fuego la vida del Alevoso Díaz fue con una gloria de San Martín, el Chacho Lizondo, quien jugaba al fútbol en Ciudadela, pero al básquet en Atlético: “Un día hubo un problema. Chacho vivía en la 25 y México y un día quiso entrar a la cancha de Atlético. Lo esperaba Raúl en la puerta. Solo. Le dijo a él y al hermano que no vuelvan a pisar el club: ‘Ustedes aquí no entran más’. Y así fue. No volvieron más”. 

De vuelta a las andanzas en el césped, Ángel Guerrero recuerda cómo jugaba el hermano de la vida que dejaba la vida en cada pelota: “Marcó a Maradona cuando vino con Argentinos. Bochini con Independiente ni la tocó. Para qué te voy a decir de Aldo Pedro Poy con Rosario Central. Los anulaba”.  

Pero fueron las anécdotas con Julio Ricardo Villa las que resumen cómo vivía Raúl Eusebio Díaz y cómo quedó grabado a fuego en la retina de los hinchas de Atlético que estuvieron ese día en el Monumental: fue en un épico 4 a 3 a San Martín por el Nacional del 73, uno de los partidos imborrables para la breve carrera de cuatro años de Raúl Díaz. 

Como siempre, ese día del clásico le había tocado marcar a Villa, por entonces 10 de San Martín, el creativo que debutó con los colores de Ciudadela contra San Lorenzo de Mar del Plata con un cambio de frente que se le había ido a la Pellegrini. Después de ese murmullo, llegó el partido contra Atlético y ahí lo esperaba El Alevoso. Lo recuerda Lucho Cisterna: “A Villa lo sacó de las casillas. Era provocador Raúl. Voz gruesa, de poco hablar. Ese día se fueron a las manos y ambos se fueron expulsados. Salió mejor parado Atlético porque San Martín perdía a Villa con la roja”. 

¿Qué le dijo Raúl Eusebio Díaz a Julio Ricardo Villa para sacarlo de las casillas? El propio Julio Ricardo lo contó alguna vez en un agasajo por su paso por el Decano. Eran frases al oído capaces de hacer hervir a cualquiera y una fuente cercana de aquel día recuerda cómo siguió la historia entre Díaz y Villa: “Después de ese clásico que se van a expulsados los dos, Villa pasa a Atlético. Don Giúdice lo pone a Díaz para los titulares y a Villa para los suplentes. Entonces Díaz lo vuelve a marcar, le vuelve a decir cosas, se vuelven a calentar y se vuelven a agarrar las piñas. Los dos se fueron echados del entrenamiento, hasta que se juntaron a hablar y se volvieron amigos inseparables”.  

“Raúl Eusebio Alevoso Díaz. Jugó en Atlético Tucumán entre 1972 y 1976, convirtiendo 8 goles en 80 partidos oficiales. Tuvo un fugaz paso, a principios de 1977, por Rayo Vallecano de España”, indica Historia del Decano, con la foto que acompaña del jugador a quien el Negro Ángel Guerrero recuerda con un nudo en la garganta: “La última vez que lo vi fue cuando vino a visitarme a los campeonatos que organizamos en el Barrio Victoria. Estaba gordísimo y andaba con problemas de la presión. Falleció el año pasado en Jujuy. Fue uno de los hermanos que me dio el fútbol. Siempre ha sido un hermano para mí. Y nunca lo voy a olvidar”.