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San Martín, el fútbol que deprime

análisis

En el pueblo menos futbolero de Argentina, el Santo se plantó pensando en el empate y se olvidó del arco ajeno. Desganado y desmotivado, el equipo deambuló por Carlos Casares y se trajo un punto que era a lo máximo que podía aspirar.





Un estadio chico, asimétrico y vacío no invita a entusiasmarse con una buena tarde de fútbol. Para colmo, el entorno poco futbolero con los silos de fondo, donde el mayor sojero del continente acopia millones de dólares en granos; con una casa de dos plantas pegada al córner, desde cuyo balcón una familia mira el partido y son casi los únicos; el Flecha Bus estacionado atrás de un arco y el antiestético verde con rojo combinado anárquicamente en las pequeñas tribunas, genera un marco deprimente para los miles de fanáticos que desde todo tipo de dispositivos reniegan para conectarse. 

Son las 15.30 de un sábado en el que por fin bajó la temperatura y está ideal para clavarse un siesta maravillosa de esas que desgarran los párpados, pero el dolor de ojos vendrá desde el desértico Carlos Casares, pueblito de la Pampa Húmeda en el que vive un multimillonario que caprichosamente creó un equipo de fútbol que desde hace algunas temporadas anima la Primera Nacional. Este rival artificial, sin historia, ni hinchas, ni nada, suele ser duro de roer, pero con un poco de ganas se le puede ganar, como a todos. 

El tema es que las ganas no abundan en este plantel, al que tampoco le sobran luces. Entonces, ese marco que poco tienen que ver con el fútbol en el que un grande de la categoría debería sacar chapa, termina volviéndose hostil: “porque el campo de juego no estaba bien”, se excusa Claudio Pombo tras el partido, después de no haber logrado entregar una bien en toda la tarde. 

Es Delfino el primero que se amilana, porque pone una línea de cinco buscando la seguridad defensiva que hasta ahora no tuvo, resignando por completo la creación, que hasta ahora tampoco tuvo. 

¿Está mal jugar con línea de cinco? No, para nada. La pregunta debería ser ¿Para qué? Si es para que no te lleguen, para no sufrir, hay que admitir que el equipo lo logró, porque casi no lo atacaron y salvo alguna salida rápida de Sand, no hubo nada que temer en la tierra de la soja. 

Ahora, por momentos, parecía sobrar al menos uno de los tres centrales y a Delfino no se le movía un pelo. Del medio para arriba nada de nada, ni un ataque, ni una idea, ni dos pases seguidos, ni tres alternados. Nada. 

Párrafo a parte para la presencia de Sand tras ocho meses, que pone contento a más de uno,es una señal más de la brújula perdida de un cuerpo técnico que ya probó con tres arqueros en apenas siete partidos.

Que el partido transcurra, que el tiempo se disipe, que ellos no ataquen. Que todo siga igual y que sumemos un puntito valioso. Todo eso parece pensar el entrenador que solo atina a hacer una sola modificación táctica en el entre tiempo: intercambia a Pombo por Martínez, el primer pasa a la izquierda y el segundo al medio. Eso sale bien, y Enzo empieza a encontrar la espalda del 5 de ellos, flota en un espacio vacío en tres cuartos de cancha y desde ahí trata de hacer jugar. Son dos o tres buenas intervenciones y con ellas, el mejor momento de San Martín en toda la tarde. Es el mismo Enzo Martínez el que tiene la más clara con un tiro libre que le descuelgan del ángulo. 

Entonces ahí, justo ahí, Delfino llama a Imbert y cuando todos pensaban que la salida de Pombo era inminente, el DT sorprende a medio mundo sacando a Enzo Martínez. Al mejorcito. Qué se le va a hacer. Cosas del fútbol. 

Después también sale Pombo, por Andrada, e Imbert se lesiona y entra Axel Bordón, entonces ya son seis los defensores en cancha. Sí, seis. 

“¿Por qué no entra el flaco Quiroga?”, se preguntan en Ciudadela, Delfino los escucha y lo manda a la cancha, por Dening, mejor delantero del equipo. Queda en el campo Colazo, que casi no la tocó. Increíble pero real. 

Por suerte, a esa altura ya no queda casi nada para que se termine este bodrio más aburrido que ver crecer la soja, menos intenso que la noche de Carlos Casares, con menos fútbol que la señora que lo mira desde el balcón del córner. 

Algunos despejes del sólido Orellana o algunos quites del interesante Brunet, despiertan los únicos aplausos de una siesta en la que este partido fue el somnífero ideal para cualquiera con problemas para conciliar el sueño. 

Hablando de sueño, el del ascenso se va a esfumar si no se mejora mucho y rápido, porque el puntito sirve, a eso nadie lo niega, pero no va a alcanzar con este rendimiento. Por más trillada que suene la frase "jugando así se  va a perder más de lo que se va a ganar" es la descripción exacta de lo que pasa y va a seguir pasando. De hecho, jugando así solo se puede aspirar a empatar y 0 a 0. 

“Sacamos un punto de una cancha difícil”, coinciden algunos jugadores en declaraciones a la prensa. Si esta cancha es difícil, cómo será el Bernabeu. 

En fin, empate y punto, jugando mal, como casi siempre, incluso tal vez peor; contra un equipo pobre y en un marco deprimente. Para la alegría habrá que esperar hasta el viernes que viene con todo el colorido que hoy faltó, porque si los de adentro no trasmiten nada, tendrán que empujar los de afuera, no queda otra. Hasta entonces. Qué sea fiesta.