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"La puerta estaba cerrada": rompe el silencio y el misterio sobre la casa de la Mate de Luna

HISTORIAS DE ACÁ

Era marzo del 96 cuando los vecinos del Parque Guillermina salieron a la calle: el cuarto de una clínica psiquiátrica se prendía fuego con una joven adentro. A 24 años del hecho, un empleado de Tribunales habla por primera vez: qué pasó aquella mañana y qué ocurre ahora por las noches.

La casa.





Era un día más de marzo del 96 cuando los vecinos de avenida Mate de Luna y Belisario Roldán salieron de sus casas. El ruido de las ambulancias y los bomberos rompía el rumor del follaje de los árboles del Parque Guillermina, 35 hectáreas alrededor del Castillo de la familia Leston construido en 1927, de repente testigo aquel día de marzo de un olor que venía de una casa del frente.


Es una casa histórica que aún hoy se mantiene en pie con una estructura monumental de ladrillos a la vista, cuatro ventanas en el frente, un pequeño balcón con patio en el primer piso, y cuatro ventanas más con miras al pasaje hoy. Todavía quedan rejas blancas en las ventanas del frente para que nadie entre ni salga. Mientras que las del costado están cubiertas por cemento y tablas de madera blanca por las cuales se filtra un halo de luz.


Durante las noches de abandono tribus urbanas tucumanas han saltado los alambres de púa que rodean a la casa y aerosol en mano han pintado las fachadas con grafitis y leyendas en inglés que rezan Head Shot Factory (Fábrica de tiros en la cabeza) y los abajo firmantes como Dark (Oscuro). Son jóvenes que se han animado por las noches frías y largas a llegar hasta ahí, hasta sentir el pasto todavía verde en sus pies, frío por las gotas de rocío, un frío subiéndole por las piernas hasta que la lata de aerosol se les cayó.

Hace 24 años atrás, por una de las ventanas de esa casa salieron lenguas de fuego. Todavía se confunde el moho del tiempo y la madera quemada en las paredes. Es una imagen que este sábado a la mañana vuelve a la memoria de un prosecretario de Cámara durante 30 años en Tribunales. Hoy a sus 81 años rompe el silencio sobre lo sucedido aquel día de marzo del 96 cuando el incendio en uno de esos cuartos marcó el comienzo del misterio que rodea a la casa y de lo que sucede cuando alguien pasa cerca o hasta se ha animado a entrar.


“Ya han pasado tantos, pero he tenido oportunidad de saber las cosas. He leído la pericia completa en su momento. Algunos detalles se me pueden escapar, pero puedo decir que era un centro de internación psiquiátrico, donde entre sus pacientes había una chica de Las Termas. Ella estaba ahí, en una de las habitaciones. Había un enfermero de guardia. Él era el encargado de cuidarla, pero en su momento indicó que no se percató de nada. Ni siquiera del humo”.


La joven que menciona era Norma Mukdise y el centro de internación se llamaba Clínica Psiquiátrica del Norte: Ese día, en el cuarto de la joven, la puerta estaba cerrada. La primera impresión era que ella se había quemado, pero eso nunca se llegó a probar a ciencia cierta. Lo llamativo del caso es que si bien la puerta estaba cerrada, nunca se hizo el intento por abrirla cuando los enfermeros tienen que tener un duplicado de llaves. El colchón donde dormía la joven se había quemado largando una sustancia tóxica que es la que ha aspirado y le ha causado la muerte”.


Pero esa fue la primera impresión de lo ocurrido en la casa de la avenida Mate de Luna: “Cuando se hicieron las pruebas en aquel momento, estaba el doctor Bravo, a quien también llamábamos Profesor. El doctor Bravo estaba en disidencia con las pericias realizadas en primera instancia e hizo su propia exposición: ‘El fuego fue producido por otra persona, ella no tenía fósforos, nada al alcance para quemarse. Iniciado el incendio, se empieza a adormecer la persona, aspira lentamente y se muere’. Eso nos había dicho. El doctor Carlos Santiago Caramutti era abogado independiente y estaba interiorizado del caso, pero hace años que cerró el expediente penal”.


El ruido de las sirenas, los autos azules modelo Dacia de la Policía tucumana, el camión de bomberos, el llanto de una señora sentada en el cordón de la avenida, el silencio sepulcral de una calle paralizada, las primeras fotos en color de los diarios de papel de entonces como El Periódico, todo hace a la banda sonora y al cuadro de escenas que vuelven a la memoria del empleado mientras dialoga esta mañana de cuarentena con el tucumano, cierra los ojos y los abre cuando recuerda un dato clave: la enfermera.


“Hubo una enfermera que desapareció y nunca más se la pudo ubicar por ninguna parte. Por eso sosteníamos que había culpabilidad de los profesionales médicos. Nunca más se la volvió a ver ni saber de ella. No sabemos si la mandaron a Europa o a la India. Se la buscó por todas partes, hubo pedido de informes de la Policía, pero no hubo denuncias de viajes o certificaciones de que hubiera muerto. No se la localizó: desapareció de la Tierra. Eso nos hizo suponer todavía más que hubo compromiso médico y le pagaron para que se fuera de Tucumán: ella con lo poco que ganaba jamás hubiera podido afrontar los gastos de un viaje”, agrega al relato, quien nunca había compartido estos datos durante las sobremesas con su hijo, Augusto, a través de quien continúa la historia de la casa y el misterio que la envuelve.


Creador de Tucumán Paranormal, Augusto revela qué ha pasado en el lugar señalado después de que se cerró la clínica psiquiátrica donde murió la joven: “Todavía hoy huele a quemado ese cuarto. El cuerpo humano tiene esas características  y de las paredes y de la madera también desprende un olor fuertísimo. La única pregunta sobre la joven era si se había quemado o no. Cada acusado ponía a su médico para hacer las pericias. Lo que sí sabemos es que fallece en circunstancias extrañas, se cree que fue abusada, y el incendio provocado”.


“Hace poco han entrado a la casa. Funcionaba como una fundación de un Padre donde se le daba de comer a personas en situación de calle. Hay vecinos de la casa que forman parte de nuestro grupo y están al tanto de lo que ocurre ahí adentro. También hemos hablado con los empleados de la estación de servicio, de la Refinor. Por las noches escuchan cosas. Sabemos que pasan cosas extrañas en la casa. Ahora las ventanas están todas cerradas las ventanas con material, pero se han visto sombras y también luces cuando la casa no tiene suministro eléctrico”, detalla Augusto.


“También ha funcionado allí en algún momento el colegio San Ignacio de Loyola y los alumnos y profesores dijeron que nunca había pasado nada. Otro compañero mío trabajaba en la empresa de monitoreo Elite: las alarmas de la casa se activaban solas a las 3 de la mañana. Nunca supo si era porque alguien entraba o se detectaban movimientos, pero sí me ha confesado una noche que mientras arreglaban las cámaras han escuchado ruidos de herramientas en otros cuartos”, agrega Augusto y repara en el último detalle.

Mientras mira las ventanas de la casa a través de las imágenes de Google y confiesa una de las grandes sospechas que se escucha por lo bajo entre sus vecinos y por quien camina con el paso apurado por esa vereda o acelere el auto rumbo al cerro San Javier: “Siempre nos ha llamado la atención que haya mantenido la misma estructura, pese a que ha sido incendiada. Siempre ha permanecido igual, ahí, con los ladrillos a la vista, quieta, como si fuera algo más que una casa, como si fuera algo más”.