"Allá el virus ya no existe": de modelo en China a vendedor de tamales en Tucumán
Historias de acá y allá lejos
El modelo y emprendedor tucumano Alfonso Ruas estaba radicado en el país asiático y volvió a la provincia cuando estalló la pandemia. La historia de un trotamundos que fue la cara de grandes marcas y ahora recorre nuestras calles repartiendo tamales en bicicleta: “En la moda hay mucha competencia y ego. Es todo humo”.

Por esas intrincadas y confusas vueltas del destino, el 30 de diciembre pasado, en la ciudad china de Wuhan el médico Li Wenliang enviaba un mensaje a sus colegas advirtiendo sobre el brote de un extraño virus parecido al SARS. Li, que se contagió de coronavirus y falleció el siete de febrero de este año, les recomendaba a sus compañeros que usen protección. Lo que él no supo en ese momento fue que sería el primero en detectar el Covid-19. De hecho, no le creyeron y lo acusaron de propagar comentarios falsos. Ese mismo día, después de un viaje de más de 30 horas desde Shanghái, el modelo tucumano Alfonso Ruas desembarcaba en la Argentina. Venía sólo de visita, a ver a familiares y a participar del casamiento de su amigo Juan Manuel el siete de marzo. En el medio, lo que había advertido el médico de Wuhan se volvió una cruel realidad; una realidad que se expandió por todo el planeta y dejó a Alfonso en Tucumán sin poder regresar al país asiático. Diez años antes, el destino lo colocó en China para abrirse camino en el mundo de la publicidad. Las vueltas de la vida.
“La verdad que nunca me imaginé que iba a pasar todo esto. Me vine acá al casamiento de mi amigo y a buscar unos papeles que necesito para la visa. Pensaba volver en marzo”, confiesa el joven de 29 años que nació en Yerba Buena, creció en San Miguel de Tucumán y se mandó a Buenos Aires con 19 años para forjarse una carrera en el mundo del modelaje; periplo que lo llevó a ser la cara de grandes marcas en Shanghái, Tailandia, Corea, Singapur, Malasia, Italia, Hong Kong y México. Pero todo empezó acá cuando era adolescente y desfilaba por las pasarelas locales como parte del staff de la agencia de Ricardo Casacci, primero, y de Roberto Pérez Nazar, después.
Dicen que Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. Muchas veces, ese turno se demora demasiado y la espera se hace larga y tortuosa. Alfonso llegó a la gran ciudad con una mano atrás y otra adelante como dicen las abuelas. Y no estaba precisamente posando para la portada de una revista. Estaba en Pampa y la vía como reza otro antiguo adagio popular. Vivía en un hostel y trabajaba de lavacopas en un bar donde le daban de comer y un sueldo magro que apenas le alcanzaba para pagar el hospedaje. Mientras, mandaba mails con sus fotos a agencias de modelos porteñas, de otras provincias y de otros países. Pero nada. Así lo recuerda ahora: “Ahí en Buenos Aires recibí el primer chirlo grande porque no me querían en ninguna de las agencias. Me acuerdo que me fui a un parque y me senté solo. Me dije o me vuelvo a Tucumán o me quedo acá y la peleo. La verdad que no fueron los mejores momentos, sufría, me sentía solo. Pero sabía que había una recompensa grande detrás de eso y no bajé los brazos con el tema del modelaje”.
La oportunidad llegó en 2010, en una pequeña agencia de talentos donde había un poco de todo: actores, malabaristas, skaters y modelos. Le recibieron el book y le dijeron lo que dicen siempre en esas ocasiones: cualquier cosa, te llamamos. Y lo llamaron para un casting del que participaron 250 personas y donde resultó el único seleccionado para viajar a la ciudad de Shanghái por tres meses con todo pago para trabajar en distintas campañas publicitarias. Y allá fue. Lo recibió un paisaje urbano monstruoso repleto de rascacielos y casi 25 millones de habitantes. Otra cultura. Otro mundo, muy distinto de todo lo que conocía hasta entonces. “No entendía qué era China. Hace diez años no se sabía nada. Había algunos que me decían que me iban a sacar los órganos cuando llegue al aeropuerto y dije: ¡la puta madre! me estoy yendo al infierno. Era algo irreal. Así que me dije vamos a disfrutar, es Shanghái, es una cosa de locos. Diez años atrás no había tantos extranjeros, entrabas a un bar y te miraban todos. La verdad que fue una muy linda experiencia”, comenta el tucumano que pronto empezó a participar de publicidades para revistas y televisión. Marcas de autos, de televisores, de relojes y de electrodomésticos eligieron su rostro: “Soy caradura, no tengo vergüenza. Llegué a hacer una publicidad para Pepsi que es como lo máximo que un modelo puede pedir, llegar a marcas grosas”.
Y en esa ciudad vertiginosa de luces y de incesante fluir humano, Alfonso empezó a codearse con el jet set, las fiestas exclusivas y la noche con todos sus encantos y tentaciones: “Fueron años bastante intensos. Imaginate, tenés todo gratis, hasta los boliches. La noche allá es bastante jodida. Creo que tuve mucho juicio porque el que agarra viaje ahí se pierde. Dije vamos a meterle, pero prudente, con juicio. Me divertí, hice muchas cagadas también. Cuando sos pendejo no te das cuenta de muchas cosas”. Ese fue el trampolín que lo catapultó a otros países, a otras marcas. Nuevas fiestas, nuevas luces y nuevas noches.
“Me adapté fácil al mundo del modelaje. Yo siempre fui antimodelo porque no me cuidaba, jugaba al rugby. No soy el típico modelo, pero lo conozco desde adentro a ese mundillo y te puedo decir que en la moda hay mucha competencia y ego. Es todo humo. Yo soy un vendedor y me pagan por eso, en cierta medida, soy un objeto. Cuando uno se sale de la parte esa del ego, lo ve de otra manera. Nunca me sumergí en el mundillo ese del modelaje, siempre lo vi como un trabajo. Ojo, también conocí gente bárbara. El que se la cree… a ese andá a pararlo después. Pero está bueno para aprender, conocer gente y otros países… cómo no va a ser lindo”, explica el joven.
Para Alfonso, en su vida en China antes de que la pandemia lo deje varado en Tucumán, el modelaje es un trabajo secundario porque además es manager de una cadena italiana de restoranes y ha desarrollado su propia marca de indumentaria: “Se trabaja mucho allá, Shanghái es una muy buena ciudad para emprender algo. Yo me puse como objetivo tener mi propia marca de ropa. Se llama NRO.1 y es una marca de fútbol retro, que recupera las camisetas de fútbol de antes, sin tantas publicidades y con los escudos viejos. Es algo con onda, con estilo. Arranqué en el 2016 y lo hice todo yo. Empecé a dibujar en el Paint y después busqué tutoriales en internet. Lo hice porque me gusta aprender, quisiera aprender lo que más pueda, siempre está bueno saber”. Pero esa vida hoy quedó a más de 19.000 kilómetros de distancia.
No había sentido hablar nada del coronavirus cuando salió de China. Pero cuando llegó a la Argentina, en su primera parada en Miramar adonde fue a visitar a su madre, al poco tiempo fue ella quien le preguntó si sabía algo del virus. ¿Qué virus? Fue su respuesta. Pronto llegarían las noticias, el aislamiento social y la imposibilidad de retomar sus actividades en Asia: “No estaba enterado para nada, nadie hablaba de eso. Fue un baldazo de agua fría, nunca imaginé que iban a ser tantos meses… ahora ya sé que lo más seguro es que pueda volver recién el año que viene. Tengo muchos proyectos allá esperándome, pero sé que esto va a durar un tiempo. Estoy tratando de tramitar un permiso especial, pero está muy difícil”.
Alfonso salió de China con el virus pisándole los talones hasta que lo terminó alcanzado acá. Lo paradójico es que allá, en estos momentos, el coronavirus sólo parece un mal recuerdo. De sus amigos en Shanghái recibe fotos disfrutando del verano: “Allá el virus ya no existe. Después de que ha pasado el quilombo, ha vuelto todo a la normalidad. Han cumplido la cuarentena a rajatabla y ya están todos en la pileta. Allá, culturalmente, a una orden la cumple todo el mundo. Además, tienen medios para hacer lo que quieran, construyen hospitales de un día para el otro. La verdad que no me sorprende porque son países preparados para lo que sea”.

Lejos de la gran metrópolis asiática, el tucumano disfruta ahora del reencuentro con amigos y familiares. Hasta ha encontrado un nuevo oficio que nada tiene que ver con el modelaje: vende tamales. Todos los días, se calza los auriculares y el barbijo para montarse en una bicicleta y recorrer las calles de la ciudad repartiendo el delicatesen regional. “No tengo ningún problema en laburar de lo que sea. La gente ve mis fotos en las redes sociales y piensa que uno es un magnate y nada que ver… No sé qué imágenes la gente se creará, pero hay mucho sacrificio detrás y, a veces, el precio que se paga por esa vida es muy caro”, revela el modelo que, lejos de extrañar la vida glamorosa y cosmopolita en Shanghái, parece haberse reencontrado con su primer amor: “Tucumán a mí me parece hermosa. Objetivamente, tenés un montón de cosas: cascadas, montañas, el Parque 9 de Julio… En otro país eso es oro. Me encanta Tucumán, hay muchas cosas para hacer. No te podés aburrir acá, es una ciudad de la puta que lo parió. Y si a eso le sumás los afectos, más bello todavía”.
