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"El arte me permitió ser sin ser juzgada": María Pía, la tucumana picante de El Marginal

Historias de acá

La joven actriz trans María Pía Martignoni es la villana seductora y peligrosa de una de las series del momento. De Aguilares a compartir el set con Rodolfo Ranni y Gerardo Romano. Esta es su historia: “El maltrato por ser diferente lo viví todos los días”.

Fotos: Instagram María Pía Martignoni.





Antes de ser todo eso que María Pía Martignoni es hoy: modelo, drag queen, actriz, performer, protagonista de una de las series de habla no inglesa más vistas en todo el mundo y tantas cosas más. Mucho antes de ser María Pía, cuando era adolescente y cursaba el secundario en la Escuela Técnica de Concepción, le rezaba a un Dios en el que no creía para que sus compañeros la dejaran de molestar sólo por ser como era. De Aguilares a San Miguel de Tucumán y de Tucumán a Buenos Aires, ese fue el periplo de la joven que encarna a la villana más peligrosa y seductora de la ficción en las últimas temporadas de El Marginal: “No tomé conciencia de la magnitud de la serie hasta que se lanzó al aire. Ser visible te da empoderamiento y, para una persona trans, esa es una manera de poder tener el respeto de los demás sin tener que estar aclarando nada”.

El debut de la tucumana en la ficción de El Marginal como parte del elenco de la cuarta temporada de la serie significó compartir elenco con actores y actrices de la talla de Rodolfo Ranni, Gerardo Romano, Luis Luque y Martina Gusmán. “Cuando me llamaron para el casting no pensaba que se iba a dar porque venía de un mundo totalmente distinto, el de la moda. Y pasé de ese mundo a estar presa. Trabajé mucho para poder hacer teatro y poder estar ahora con actores que yo veía en la tele en mi casa de Aguilares es un shock fuerte. Son esos momentos en los que te sentís orgullosa de vos misma”, le cuenta a eltucumano.com.

María Pía se puso en la piel de Cielo, integrante de la banda de Coco (interpretado por Luis Luque), uno de los más picantes de la cárcel de Puente Viejo. El personaje que le tocó interpretar exuda violencia y sensualidad: “Tenía que hacer muchas escenas de violencia. Yo no sé golpear, por eso, las escenas de contacto físico eran las que más me costaban. Por suerte, había todo un equipo detrás de cada coreografía que te explicaba cómo hacer para caer o para no golpearte. Cielo es un personaje muy violento, pero, cuando entendés cómo llega a estar presa ahí, entendés su enojo. Creo que no es muy diferente al enojo que podemos tener nosotras, las trans, al ser sexualizadas por hombres. Su enojo es muy entendible, pero una persona que no tiene las vivencias de una persona trans por ahí no lo comprende”.

“Mi vida no ha sido Disney. Hay mucho esfuerzo y mucho trabajo detrás de quien soy ahora. He sido muy terca, me he esforzado mucho para lograr lo que quería. Todas las personas trans nos hacemos a nosotras mismas y vamos haciendo nuestras familias por fuera de nuestras familias biológicas”, confiesa la joven de 30 años. Los primeros escollos para volverse quien quería ser estuvieron en los prejuicios de aquellos que la rodeaban cuando era adolescente y vivía en Aguilares: “Cuando iba a la secundaria, le rezaba a un Dios, no sé cuál, para poder cambiar y conformar a los demás y que me dejen de molestar. En esa época, mis compañeros me hacían la vida negra. El maltrato y el destrato por ser diferente lo viví todos los días. Mientras, en mi familia, trataban de inculcarme cosas masculinas para que cambie. Pero, si hay un Dios, me mandó así como soy. Yo no elegí nada, vine así, con un metro ochenta, ojos verdes y trans”.

El primer paso en ese largo y, muchas veces, tortuoso camino de transformación que encaró fue mudarse de su Aguilares natal a la capital provincial: “Mi situación cambió cuando no tuve la mirada de mi familia encima. En San Miguel me sentí libre y empecé a mostrarme como yo era, hasta que llegó un momento en que empecé a ser María Pía y a mostrarme como soy”. Aunque su nombre carga con la connotación religiosa propia del hogar donde creció, ella comenzó a parirse a sí misma. En ese proceso, fue fundamental su inmersión en el mundo del arte.

Tenía 17 años cuando llegó a San Miguel de Tucumán para estudiar la carrera de Turismo. Aunque su vocación tenía más que ver con la Facultad de Artes, todavía no lograba romper del todo con el mandato familiar. Una vez en la capital, comenzó a participar del taller de teatro de Gabriel Carreras. La epifanía definitiva llegó cuando conoció de cerca la movida queer tucumana en el boliche Diva: “Cuando me mudé conocí ese ambiente. Esa fue la primera vez que vi una drag, una mujer trans, chicos que se besaban con chicos, chicas que se besaban con chicas. Me dije: ‘¡qué es este mundo!’… Me sentí tan cómoda, tan en familia, que me empecé a mostrar como soy. Antes, era una persona muy tímida”.

“Hace doce o trece años decir que eras trans era algo malo, por eso, decir que eras artista era mucho mejor que decir ‘soy trans’. Claro que no me hago cargo de esas cosas malas que pensaban los demás. Yo sólo quiero ser feliz, si mi felicidad te pone triste a vos, ese es un problema tuyo. Cuando entendí eso, fui libre. El arte me permitió ser sin ser juzgada; el arte me contuvo y me dio las alas para poder creer en mí”, reflexiona María Pía que en aquel entonces empezó a vivir una doble vida. De día, trabajaba en una peluquería. De noche, se montaba: “Hoy si sigo haciendo drag queen es porque me divierte, pero, cuando tenía 17 años, ese era mi momento para poder ser como yo quería. Era mi escape de la realidad, jugar a la fantasía de que soy otra persona. En la peluquería entre a trabajar siendo chico y salí siendo una chica. Al final, ya no era algo artístico, sino que ya era parte de mi vida”.

En 2015, la tucumana se consagró como Reina Nacional Trans y tomó otra de las decisiones que cambiaron su vida: se trasladó a Buenos Aires. Una nueva mudanza, un nuevo cambio, un nuevo mundo. Llegó junto a su mejor amigo, Pato Lizarraga, y los comienzos en la ciudad no fueron nada fáciles para ella: “Al llegar acá me di cuenta que no importaba como lucías ni la formación que tenías… Eras una travesti ¿Y dónde estaban las travestis? En la zona roja”.

En Buenos Aires empezó a estudiar producción de modas y se le abrieron las puertas de un universo hasta entonces desconocido para ella: “Me preguntaron si me animaba a ser modelo y empecé a hacer fotos, desfiles y campañas de marcas. Empecé a moverme en el ambiente de la moda que es bastante selectivo y donde siempre me trataron muy bien. Buenos Aires te da la posibilidad de hacer de todo, todo de lo bueno y también de lo malo. Ya queda en cada uno qué es lo que hace. Acá tienen un ritmo rapidísimo, todo lo necesitan para ayer… Si te adaptás a ese ritmo, tenés un montón de posibilidades”.

Con la moda, llegó también su incursión en el teatro porteño como parte de la obra “Si me querés, quereme trans” que dirige desde 2016 Daniela Ruiz: “Cuando empecé como modelo mi hobbie era estudiar teatro. Nunca dejé de creer en la actuación porque esa era mi escapadita de la realidad”. Pronto se le abrieron también las puertas de la televisión como parte del reality show de moda “Corte y confección”. Fueron pocos, pero intensos los años que catapultaron su carrera artística a este presente de éxito. Aunque ella elige no creérsela: “Sé que ahora soy visible, pero no me siento famosa, para nada”.

 

Tucumán, la familia y los amigos

“Hoy por hoy, después de toda la deconstrucción que tuvieron, me llevo re bien y compartimos mucho con mi familia. Ellos me han visto en Canal 13, en un programa que pasan en un horario familiar y es re lindo eso”, cuenta María Pía y confiesa que, cada vez que puede, abandona el vértigo laboral de la ciudad de la furia para instalarse unos días en Aguilares junto a sus padres, abuelos, tíos y primos: “Tengo muy presente todo lo rico de la cultura donde me criaron… La música, la comida, las celebraciones familiares… Tengo añoranzas de todo eso. Siento que en Aguilares éramos felices con muy poco, nos divertíamos con dos pesos”.

Siempre atenta a lo que sucede en la provincia, leyó la noticia que se conoció este fin de semana acerca de la discriminación que recibió Gabi Montenegro, una mujer trans que trabaja como moza en un bar de Bella Vista y que fue violentada por una pareja de clientes que se rehusaron a ser atendidos por ella. “Creo que nadie es consciente de la presión social y la discriminación que sufrimos, que alguien no te quiera sentado al lado suyo en el colectivo, que cualquiera cree que tiene derecho a decirte lo que sea. Estamos tan acostumbradas a que no se nos respete que hasta lo naturalizamos. Si es una nota es porque no pasa que corran de algún lugar a quienes nos agreden y no a nosotras”, comenta María Pía.

“Yo hoy soy visible, pero esa no es la realidad para todas. Celebro que ahora hay muchas mujeres trans en distintos lugares mientras antes solo estábamos en los carnavales. Creo que vamos camino a eso, pero todavía falta mucho. Recuerdo que una vez fui con un dolor de muelas al Centro de Salud y hubo una médica que, al ver mi DNI, me preguntó yo qué era y me sentí muy mal. Hoy hay un montón de leyes de género para que eso no pase y nos sentimos un poco más cuidadas, pero hay toda una cultura social donde no nos tratan de igual a igual. Están las Vivianas Canosas y las Amalias Granatas que creen que a nosotras nos regalan cosas por ser trans cuando nosotras peleamos por tener las mismas posibilidades que los demás”, remarca la tucumana respecto a los mensajes de odio que muchas veces se escuchan en los medios.

María Pía pone énfasis en la violencia de la que suelen ser víctimas las mujeres trans como un fantasma que acecha a todo el colectivo: “La expectativa de vida de las trans es de 35 años y yo no me siento tocada por la varita. He visto morir a amigas, a compañeras… ese promedio es para todas y va más allá de la noche o de la prostitución… es parte de toda una cultura que nos empuja y que no nos tiene tolerancia”. Ella espera que su mensaje llegue a otras personas que atravesaron situaciones como las que le tocó afrontar hasta ser quien es hoy: “Si alguien me está escuchando quiero decirle que se puede. Porque yo he estado en ese lugar y he sido esa persona llena de miedo. La pasé mal, pero también hubo fuerza para ser quien soy ahora”.

Antes de despedirse, elije recordar a todos aquellos que la ayudaron en ese proceso de asumirse y reconocerse como María Pía, en especial, a Pato Lizarraga, ese amigo que la acompañó cuando desembarcó en Buenos Aires y que falleció en 2020: “Una de las cosas que me dieron fuerzas en mi vida fueron mis amigos, eso me hizo crecer y ser activista por los demás. Hoy celebro y festejo por mí y por todos los demás, sin ellos, no sería lo que soy”.