Nos fuimos al pingo: el homenaje tucumano en el Día Mundial del Pene
Desde los distintos usos que los tucumanos le damos al pingo, la localidad que lo nombra y le rinde tributo y hasta un pene de tamaño colosal en Famaillá. En su día y para todos los gustos. Videos

Escena de la película La Naranja Mecánica.
El amigo, el compañero, el muñeco, el pajarito, el instrumento, la herramienta, el paquete, la pistola, la manguera, el pedazo, el chino tuerto, el pelado con polera, el dedo sin uña, la verga, el pito, el choto, la polla, la pinchila, la quena, la nutria, el ganso, la poronga, el canelón con raya al medio… Tantísimas formas de nombrar al órgano sexual masculino en su día y una que es más propia que ninguna: el pingo. Cada 26 de abril se conmemora el Día Mundial del Pene y en estas latitudes no nos podíamos quedar afuera de tamaña celebración. Por eso hacemos un repaso del uso fonético de una de las palabras más populares del vocabulario autóctono, conocemos la escultura fálica que causó conmoción en Famaillá y hasta nos damos el gusto de irnos un rato a El Pingo. Un homenaje bien tucumano al pene. Para leerlo de parado.
Cuenta la leyenda que, en el siglo XVII y en la ciudad japonesa Komaki, cada 26 de abril, las trabajadoras sexuales del lugar iban a orar al santuario Kanamara para pedirles a los dioses del sexo que las protejan de las enfermedades de transmisión sexual. Actualmente, esa tradición se occidentalizó y se consagró como el Día Mundial del Pene. Esta jornada es aprovechada internacionalmente para celebrar la fertilidad y también para concientizar acerca de la práctica del sexo seguro. Nosotros también aprovechamos la volada y recordamos unas cuantas notas y videos del pingo.
Fascinación por el pingo
No hay dudas que a los tucumanos nos encanta el pingo. Nos gusta mucho nombrarlo y hacer uso y abuso de esta palabra. De hecho, es una expresión a la que recurrimos con mucha frecuencia en nuestro vocabulario cotidiano. Años atrás, en su blog personal, el periodista tucumano Juanjo Domínguez compiló esas distintas formas de usar el pingo.
La palabra pingo en Tucumán es polisémica, como “vaina” en el Caribe. Puede sonar vulgar y agresiva, pero es inofensiva. Estos son algunos de sus usos:
- En Tucumán la palabra pingo es sinónimo de pene y tiene múltiples usos, tales como el de hipérbole. Por ejemplo: “hace un frío del pingo”.
- Pingo también supone algo de escaso valor (“no vale un pingo”), rechazo (“¡pingo que te lo doy!”) y despedida (“bueno, me voy al pingo”).
- Supone triunfo o destrucción (“lo hizo pingo”), insulto (“cara de pingo”, “cabeza de pingo” o su versión simple, “caripingo”, de la que deriva el cariñoso apócope “caripi”) y queja (“¡me cago en el pingo!”).
- Pingo también adopta variaciones morfológicas. Por ejemplo, para significar rapidez suele decirse que un auto “iba a los pingazos”.
- Se usa para significar estafa o aplazo en una materia («me metieron el pingo») o accidente doméstico («se ha caído al pingo»).
- Pingo se emplea también como advertencia (“no me hinchés el pingo”) y nombre genérico (“¡qué se yo quién es! ¡Pingoleón Fernández!”).
- Para demostrar desinterés también se usa pingo (“me importa un pingo”) y para enfatizar una pregunta (“¿vos cuándo pingo vas a laburar?”).
Podés acceder a la nota completa haciendo click acá: Cómo usan el pingo los tucumanos.
El tucumano que se fue (y volvió) al pingo
Como un mandato natural, un horizonte posible o un destino inexorable. En Tucumán, más temprano que tarde, te mandan al pingo. No sabemos a ciencia cierta dónde queda ni cómo ir, pero, cada vez que esta tierra y quienes la habitan nos expulsan, no hay otro rumbo posible que el pingo. Lo imaginamos con sus lomas y un río. Lo sentimos demasiado familiar, pero lo suponemos distante. Es un exilio esperable. Una diáspora tan íntima como misteriosa. Un territorio abstracto y algo nuestro. La historia está reservada a quienes se atreven y Juan Pablo Avila se animó. Buscó El Pingo en el GPS acaso con la misma picardía con que escribía EL BEBE en la calculadora científica cuando iba a la escuela. La pantalla le devolvió una ruta trazada por la fascinación; un mapa virtual del deseo. Como los conquistadores alucinados por El Dorado, siguió las coordenadas que lo llevaban a una palabra. Juan Pablo es tucumano; un tucumano que se fue a El Pingo.
Acá podés leer la historia completa de la expedición de este tucumano a la localidad entrerriana de El Pingo: El tucumano que se fue a El Pingo y el goce de habitar la palabra.
No conforme con irse al pingo, Juan Pablo volvió: "¡Vo no sabí dónde estoy!": el regreso más esperado de Juan Pablo, el tucumano que volvió a irse a El Pingo.
El pingo gigante de Famaillá
Hay quienes dicen que lo han visto, pero temen nombrarlo. No quieren caer en pecado, exponerse a la maledicencia o condenarse al escarnio público. Algunos lo han tocado y no lo dicen. Cuando lo hacen, bajan la voz al subsuelo clandestino del murmullo. Otros, le han sacado fotos a la distancia para convencer a los incrédulos. No saben si es o parece que es, pero eligen creer. Todos preguntan. Desde su confesionario laico, tras la reja del almacén, Mario es asediado por los curiosos. En Famaillá no son tan pocos, pero se conocen mucho. En Famaillá, los límites entre la realidad y la ficción, entre el original y la réplica, entre la esencia y la apariencia, a veces, se tornan demasiado difusos. En Famaillá, todos quieren saber de qué se trata. Mario tampoco piensa quedarse con la duda.
- ¿Un pene?
- Sí, un pene – contesta Patricio con solvencia.
- Pero… ¿Un pene? – confirma, una vez más, Mario. No es que le desconfíe, pero todavía necesita convencerse.
- Claro
- ¿Eso usted lo está haciendo para Orellana?
Lo llaman pene acaso por pudor o exceso de solemnidad. En cualquier parte de Tucumán, un pene con más de dos metros de altura sólo puede ser un pingo. Un pingo gigante. Un pingo gigante que estuvo en boca de todos.
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El paisaje está paralizado en la gélida siesta de otoño como una Pompeya ecléctica y surreal. La Virgen de la Sonrisa no tiene sonrisa ni rostro ni brazos, sólo dos fierros que se abren en un abrazo trunco de ciborg. La campeona de la empanada ostenta, impasible, una amputación a la altura del codo. Un San Antonio fantasmal como el Ecce Homo difuminado alza a un niño con cabeza de pelota. Ambos piden gestos que los saquen de esa inmovilidad pétrea, pero adolecen de boca para gritar. El mastín tiene la cabeza rota y en el hueco descansan unos guantes de trabajo. Jesús está tirado en el piso en un rictus de perreo sufriente (Si Jesús, el original, tropezó ¿por qué este no habría de hacerlo?). Desde un costado de la galería, un fraile acompañado por palomas, renos y conejos parece mirar ensimismado la quietud de la escena donde, semanas atrás, entre santos, vírgenes y empanaderas, se erguía el pene. Titánica y grandilocuente, nervuda y palpable, la escultura del enorme menhir carneo despertaba la admiración y también el desconcierto. De su paso por el taller del artista Patricio Elías Carreño, han quedado unos testículos arrugados del tamaño de una pelota playera; cáscaras vaciadas de toda vitalidad. “Lo tuve que castrar”, confesará después el escultor con un dejo de frustración mientras un manto de misterio rodea al destino final de su obra monumental; un pingo gigante del cual ahora sólo conserva esas bolas tristes olvidadas en un rincón.
No hace falta preguntar por Patricio en el Barrio Oeste Sur de Famaillá. En la galería del frente de su casa funciona el taller a cielo abierto donde diseña y restaura esculturas. La fauna diversa de su arte lo delata y cualquiera que pase por ahí puede curiosear las figuras. El escultor y pintor de 37 años es funcionario del área de producción artística del municipio y ha sido autor de muchas de las obras que caracterizan a la capital de la empanada. También de las que embellecen plazas, iglesias y edificios públicos de otras localidades del interior de la provincia. Sus manos han modelado dinosaurios, aviones de guerra, próceres, figuras bíblicas y hasta un busto que le fue obsequiado al actual presidente Alberto Fernández. Además, pintó murales en el cementerio y en la sala velatoria municipal que recrea a la Plaza de San Pedro de la Ciudad del Vaticano. En una ciudad superpoblada de estatuas y réplicas de todo tipo, hubo una de sus obras que no pudo confundirse entre las demás ni pasar desapercibida: la escultura fálica hiperrealista de 2,20 metros de largo y 50 centímetros de ancho.
Acá podés leer la historia completa: Pueblo chico, pingo gigante: la escultura fálica que conmociona a Famaillá.
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