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Lucha, cultura y amor: Talapazo, el pueblo milenario que resiste en los Valles Calchaquíes

Crónicas de acá

Quienes se fueron alguna vez de este pequeño poblado tucumano sólo piensan en volver al encanto de sus cerros. De la resistencia indígena a la experiencia del turismo rural comunitario: "Qué más querés para vivir".





A siete kilómetros a la izquierda de la mítica - y soñada - Ruta 40, se encuentra el pueblo de Talapazo, perteneciente a la comunidad de Quilmes. Y en él, El Quincho de Paola Aguero, y el hogar de Sandro Llampa. Desde la ruta uno no se imagina lo que kilómetros adentro puede existir. Cada vez que viajo por la ruta, miro a las laderas y hago el esfuerzo con mis pupilas de divisar alguna construcción que me indique la presencia de un poblado, pero la mayoría de las veces no puedo visualizar nada. Desde la ruta, Talapazo no es la excepción.

Talapazo es naturaleza pero también es historia, lucha, cultura, comida y amor. La primera vez que fui, después de recorrer 170 kilómetros desde la capital tucumana, había estado arriba de un auto por más de tres horas cuando el cartel indicaba que había llegado a destino. Doblamos a la izquierda, el auto en primera, y empezamos a subir despacito para que las piedras no salten. A los costados, los cardones más altos que vi en mi vida. La vegetación, después de pasar por zonas áridas de los Valles Calchaquíes, empieza a hacerse presente. Sabemos que tenemos que recorrer 7 Km hasta el punto de destino, pero no tenemos idea cuando parar. La calle sigue sin descanso, una curva y sigue derecho, hacia arriba. Ya pasamos un par de casas cuando la pregunta se hace inminente “¿Cómo sabemos que llegamos, cuando llegamos?” Y es que, lo primero que me asombró de Talapazo es la arquitectura. Esta no responde a la clásica: plaza, iglesia, comisaría en el centro de donde se desprende todo lo demás. Por el contrario, Talapazo es un largo, largo camino que va subiendo y subiendo. El punto (que podría ser culmine, pero no lo es) es el de una placita. Ahí se detiene la parada. Unos pocos metros más abajo se encuentra la casa de Paola Aguero y su familia, y en ella El Quincho.

Unos metros más abajo, en una de las primeras curvas, se encuentra el hogar de Sandro, un hombre de más de 30 años caracterizado por su sonrisa y su carisma. Nació y se crió en Talapazo, hasta que fue adolescente y decidió irse a trabajar en el campo de Buenos Aires. Años más tarde regresó a su lugar en el mundo: el mismo que lo vio nacer y crecer. Sandro sonríe cuando le pregunto por qué decidió volver. Cuando sonríe, se le iluminan y achinan los ojos. Después de un suspiro, me cuenta: “Cuando yo era chico me aburría acá, no sabía qué hacer. Cuando mi hermano me ofreció irme a Buenos Aires con él, no dudé, le pedí permiso a mi padre y me fui. Tenía todo allá, hasta Direc TV, pero cada vez que volvía a Talapazo no me quería volver. Estaba allá y extrañaba. Le contaba a todos de Talapazo. Cuando alguien me preguntaba donde podía ir yo le recomendaba mi pueblo pero les decía que no había donde quedarse ni donde comer. Cuando me preguntaron por la idea del turismo no dude, volví y empezamos con esto”. 

Una vez de vuelta en su tierra, se casó y tuvo hijos. Desde entonces, vive por y para su pueblo. Cuando regresó, lo hizo con una idea fija en la cabeza: convertir a Talapazo en destino para hacer turismo rural, pero también volvió con las energías necesarias para luchar por toda la comunidad de Quilmes y la soberanía de su tierra.

Antes ha pasado que la gente, la mayoría, en Talapazo, se fue antes a vivir afuera por no conseguir trabajo, no había una salida laboral. Entonces, hoy ya están volviendo, están volviendo, y ven que en Talapazo realmente se puede vivir. Aquí tenemos tierra, tenemos agua, qué más querés para vivir. Si hay agua, ya es suficiente, en otros lugares no tienen tierra ni agua, vivís igual. En cambio acá tenemos eso. Es una tierra fértil, vos lo que sembras te da. 

Paola es de sonrisa alegre. Todo aquel que visite Talapazo conocerá su quincho, su hogar, pues ahí se encuentra el libro de visitas, firma obligatoria para todos los viajeros. Paola te recibe con una amabilidad propia, una voz tranquila y un cuerpo relajado. Una de las primeras cosas que Paola te ofrece es la lectura. Sobre una mesa, junto al libro de visitantes, los vinos, los cafés, y los dulces, reposan libros, cuadernos y revistas. En ellos se encuentra la historia, cultura y lucha del lugar. Antes de leer cualquier libro, las paredes se imponen y te obligan a observarlas, palparlas, leerlas, reflexionar, fotografiarlas. La historia milenaria se presenta en el arte de las paredes y la escritura de los libros. La lucha de más de 500 años, que sigue en la actualidad, reclama ser considerada por quién visita el lugar.

“La pintura es un poco para que la gente sepa lo que hay en nuestro pueblo, los tres levantamientos, quienes habían participado, cuando los Quilmes fueron llevados a Buenos Aires, es una historia importante. Es importante para nosotros que el turista sepa que existimos, porque nos han tocado personas que nos dijeron: No sabía que existían, no sabía que vivían acá. Por mucho tiempo fue una negación por parte de nuestra gente, era una vergüenza decir de dónde veníamos, cuales eran las raíces”, cuenta Paola.

Paola en su quincho.

Al igual que Sandro y que la mayoría de los lugareños, Paola y su familia se fueron en búsqueda de trabajo. El destino elegido por sus padres fue Salta, allí consiguieron la estabilidad económica que en su pueblo no tenían y Paola creció e hizo la escuela primaria, secundaria y una carrera terciaria en comercio exterior en la provincia vecina. Pero siempre quiso volver. Cuando volvió, al igual que Sandro, lo hizo para quedarse. “Yo nací acá y a los tres meses mis padres se fueron a Salta a buscar trabajo, de este caso como el mío, muchísimos acá. Todo el tiempo era volver, volver y soñar con volver acá. Lo que más extrañaba era la paz, estar sentado en el cerro, mirando toda la naturaleza. Yo cuando tenía que rendir y estaba nerviosa, pensaba que estaba en Talapazo y eso era tranquilizante, entonces siempre lo tuve presente. En ese tiempo estaba Romero de gobernador y las cosas estaban muy feas, no se conseguía trabajo y bueno, yo me vine en el verano acá a pasear y me propusieron hacer las encuestas por un año, que termine trabajando dos años. Ahí me vine para acá y decidí quedarme a vivir. Después hice un examen y entre como tutora intercultural, daba clases de apoyo en las escuelas de Alta Montaña. Estuve muchos años trabajando en la escuelita de Quilmes. Después de muchos años renuncié y entré en este proyecto”.

Sandro y Paola son cuñados y sus historias se entrelazan. Ambos, una vez decididos a quedarse en el pueblo que los vio nacer, no dudaron. La idea de un Turismo Rural Comunitario se gestó hasta convertirse en realidad. En el pueblo hay un gran respeto por la palabra de los mayores, de los abuelos, como les llama Sandro. Cuando se adentraron a la aventura que iban a emprender, la primera resistencia que encontraron fueron la de los mayores, que miraban con recelo la presencia de foráneos en el lugar. Después de mucho discutirlo llegaron a un acuerdo: ellos tienen que estar enterados quiénes son los que visitan el lugar, he ahí la importancia del libro de visitas en el Quincho de Paola.

En los afectos del pueblo, de Paola y de Sandro, queda el recuerdo de Doña Rosa Caro, tía abuela de Sandro. Doña Rosa fue una ferviente luchadora de los derechos de su pueblo y de toda la comunidad Diaguita. Logró reconocimiento nacional e internacional. Paola me cuenta con orgullo cuando Doña Rosa salió con palos a correr a la gente que estaba queriendo explotar nuevamente las minas de Mica (actualmente un recorrido turístico que se puede hacer en el pueblo), como también, cuenta Sandro, fue quien les hizo frente a los que venían a cobrar encomiendas. Hasta el año 2000 el pueblo de Talapazo tuvo que pagar tributo por vivir en sus tierras. Doña Rosa fue la primera que se plantó y reclamó el usufructo ilegítimo que se estaba llevando a cabo. 

Sandro en el sitio arqueológico 

El legado de Doña Rosa está en el compromiso de Sandro y Paola en ofrecer un turismo diferente, pero, primero que nada, no volver a dejar jamás que nadie los avasalle. “Talapazo es un Talapazo que se respeta, o sea el de afuera, el terrateniente, antes vino e hizo lo que quiso con nuestros mayores, y cobraba donde vivía, y cobraba el pastaje, le cobraba todo, digamos. Si no le pagaban con dinero tenías que pagarle con trabajo, tenías que trabajar dos semanas para ellos, te pagaban con animales, con cosechas. Siempre hicieron lo que quisieron. Y Talapazo fue el primer pueblo en frenar, en parar, a estos mal llamados terratenientes, decirle no pagamos más, porque esto es nuestro territorio, nuestras tierras y nos pertenecen”, afirma Sandro, orgulloso.

Al ser un Turismo Rural Comunitario, la gente puede venir y si quiere compartir lo que hacemos puede hacerlo. Por ejemplo yo le digo, mañana me voy al campo a ver echar las cabras y si el de afuera me dice yo te quiero acompañar esta la posibilidad que él me acompañe a ir a ver las cabras, a juntar las nueces, entonces él te puede acompañar a juntar las nueces o el proceso de elaboración de un dulce, como se hace un dulce de durazno que salga asi con trocitos. Entonces, se puede participar en la cotidianeidad digamos. Ese es el Turismo Rural Comunitario, que pueden compartir con nosotros, con nuestras historias.

Quien visita este pueblo milenario entiende las palabras de Sandro y Paola. El sabor de sus comidas, el aroma de sus vinos, la paz al lado del arroyo, el sol que quema, los cardones, los cóndores que sobrevuelan, las caminatas, los miradores. Una vez arriba, los Valles Calchaquíes se dibujan ante los ojos de quienes lo miran. Al principio, dije que, desde la ruta, Talapazo no se ve. Desde Talapazo se ve la ruta, los otros pueblos, las montañas, una gran vista panorámica. Sandro me cuenta que, en épocas de conquista, esas montañas sirvieron para observar, avisar y refugiarse de los conquistadores: primero los Incas y después los españoles. 

Muchos son los recorridos que Sandro, como guía, te ofrece. Pero nunca te agobia. Siempre que uno vuelve a la ciudad siente el deseo de volver. En ese pueblo de pocas cuadras y mucha montaña los días y las noches son largas, como las promesas.

Hospedaje en lo de Paola.