Top

"Lo que a vos te sobra, a otro le hace falta": retrato íntimo de la compraventa de cabello en Tucumán

Historias de acá

Hace doce años que Natalia y Alejandro se ganan la vida comprando pelo, un mercado que paga hasta 30.000 pesos por cien gramos de cabello. Los que ven un negocio y los que venden la melena para pagar el gas: “Tenés un corte gratis, te llevás plata y estás ayudando”.





A su singular destreza Natalia Gómez comenzó a entrenarla doce años atrás cuando recorría los pueblos del interior profundo de la provincia. Bolso en mano, se bajaba del colectivo y empezaba a desandar calles asfaltadas, caminos de ripio y pasillos angostos golpeando puerta por puerta para ofrecer sus servicios. A muchos les sonaba raro y se preguntaban si no se trataba acaso de una estafa o de una tomadura de pelo propia de gente de la ciudad. Era justa la desconfianza, pero la platita venía bien. Siempre hace falta. Ella conocía a la perfección cómo funciona el negocio: era cuestión de conseguir el primer cliente y esperar a que se corriera la voz. Más temprano que tarde, alguien se animaba. Entonces Natalia tomaba en sus manos una mata de cabello, la sopesaba un instante y la miraba con ojo de mercader. No necesitaba más. Ya sabía cuánto pesaba. Y cuánto valía. Hasta ahora no hay balanza que logre desmentir su gracia.

En San Lorenzo 291 hay unos carteles impresos que llaman la atención de los transeúntes ocasionales y de los automovilistas que esperan el verde del semáforo: “Compro pelo”. Un pequeño mensaje manuscrito pegado bajo el timbre lo confirma. Quienes quieren hacer alguna transacción capilar deben pulsar ese botón. Una vez que franquean la puerta, los espera una habitación pequeña con un gran espejo y una repisa de vidrio donde descansan algunas tijeras, peines, un metro de costurera y una balanza digital. En un rincón, las voces de un televisor encendido amenizan la tarde. El espacio es modesto, tanto que ni Natalia ni su esposo, Alejandro Hoyos, se atreven a llamarlo peluquería. Natalia y Alejandro también gozan de esa virtud. Se les nota en el trato amable, campechano, y en la candidez de sus palabras. 

Hace doce años que la pareja está en el negocio de la compra y venta de cabellos. La que empezó fue Natalia cuando era una peluquera itinerante que pateaba la provincia de norte a sur cortando y comprando pelo a domicilio junto a una o dos chicas que la asistían. Después, se sumó Alejandro y entre los dos montaron un gazebo que recorría algunas de las ferias más populares de Tucumán: los martes estaban en Alderetes, los miércoles en La Banda del Río Salí, los jueves en Lules, los viernes en Villa Luján o Campo Norte, los sábados volvían a La Banda y los domingos iban a El Manantial. “Trabajamos muchos años cortando a domicilio y en las ferias y estamos acá desde la pandemia. Cuando llegó la pandemia se cerraron las ferias, se cerró todo. Nosotros queríamos trabajar a domicilio, pero no se podía, no te dejaban salir, y entonces nos salió la oportunidad de alquilar acá y dijimos ‘bueno, probemos’. Y resulta que nos quedábamos. Nos instalamos y la gente ya nos busca por acá, muchos que ya eran clientes nuestros en las ferias”, comenta Alejandro. 

“Ella es la que hace la magia”, dice Alejandro señalando a Natalia que acaba de llegar y luego aclara: “Ella es la peluquera y la que tiene una balanza en la mano porque viene alguien, por ejemplo, y le pregunta ‘cuántos gramos de cabello me pueden llegar a salir… ¿llego a los cien gramos?’ Y ella le toca la cola de cabello y le dice, un ejemplo: ‘no, a vos te van a salir de acá ochenta gramos’. Y es así, no le erra nunca”. Natalia confirma lo que dice su marido quien, confiesa, algo aprendió de peluquería a su lado y, a veces, hasta se anima a cortar, pero su función en el negocio es el marketing. Es quien se encarga de las publicaciones en las redes sociales y de responder las consultas de los clientes: “Me tocó una situación de que vino un muchacho a cortarse el cabello y le corté. Ella estaba en el médico y el muchacho justo tenía que cortarse porque entraba a trabajar y era su primer día. Yo le expliqué ‘mirá que no soy peluquero, no te hago diseño y esas cosas’. ‘No importa. Vos córtame y ya después veo qué hago’, me dijo. Le corté y le quedó bien. Se fue contento”. 

Según me explican, la técnica de Natalia para cortar se llama “entresacado localizado” para la cual suele utilizarse una tijera con dientes como de cocodrilo. También se usa un sistema que se conoce en las peluquerías como “batido” que es el que ella prefiere. “Con este sistema podés mantener la estética de tu cabello. Se toma una mecha, se la bate y se corta el excedente, no se corta todo. Hay gente que compra cabello y corta por mechón. Son esas publicaciones que aparecen en las redes que compran por mecha y te ofrecen, un ejemplo, 2000 pesos por mechón. Yo siempre recomiendo que tengan cuidado con eso porque después las chicas se quejan y te dicen ‘me han cortado y me han dejado un hueco’ y no se pueden ni recoger el cabello. Hay chicas que por ahí quieren un corte y vienen con el cabello hasta la cintura y te dicen ‘quiero un corte hasta la altura de los hombros’. Se le hace un desmechado y quedan perfectas y el cabello que salga se lo pesa y se lo paga”, explica Alejandro. 

Los cien gramos de cabello se pueden pagar entre 5.000 y 30.000 pesos dependiendo el largo, el color y el grosor. Cuanto más claro y más fino es el pelo, mayor es su valor. También se valora que sea pelo virgen, ya que no suelen comprar cabellos teñidos. “Se compra, generalmente, desde 50 centímetros en adelante, pero hay que ver la textura del cabello y el color. Cuando hablo de la textura siempre le explico a la gente que hablamos del espesor del cabello. Hay cabellos que son gruesos, medianos y muy finitos y los que mejor se pagan son los finitos. Los cabellos bien finitos valen mucho más porque suelen ser los que menos se consiguen. La gente que tiene cabello finito casi siempre tiene poca cantidad y, generalmente, son cabellos claros. Los cabellos más oscuros ya tienen una tendencia a ser medianos, más gruesos. El color también hace que varíe el precio, al rubio se lo paga mucho más que al cabello negro”, comenta Alejandro y revela que la mayor cantidad que lograron extraer en un solo corte fue de casi medio kilo, es decir, pelo por un valor entre 25.000 y 150.000 pesos. 

Una vez que juntan una cantidad considerable de cabello, viajan y se lo venden a una empresa que fabrica pelucas en Salta y lo compra por kilo. Pueden llegar a reunir entre cinco y seis kilos en quince días. “Es una fábrica mayorista que distribuye las pelucas por toda la Argentina. Por ahí siempre se piensa en la gente que tiene cáncer, pero hay miles de motivos para que se caiga el pelo y es algo que le pasa a chicos y a grandes. Para la gente que nos vende su pelo es un negocio porque se van de acá con un corte gratis y plata en el bolsillo, pero también estás ayudando porque va destinado a una peluca que seguro alguien la está necesitando del otro lado. Lo que a vos te sobra en algún momento a otro le está haciendo falta y se arma como una cadena. Nosotros lo que hacemos, aparte de pagarle el cabello al cliente, también le reconocemos el boleto. Por ahí vienen de muy y lejos y nosotros tratamos de ayudar”, cuenta. Los cabellos también se suelen utilizar para hacer extensiones o cortinas de pelo. 

Pero no es cuestión de soplar y hacer botellas en el negocio capilar. Cuando el cabello está cortado y pesado, todavía falta una instancia fundamental para que el producto reúna las condiciones de calidad que exige la fábrica. Así lo explica Alejandro: “Antes que nada, el pelo tiene que ir impecable y limpio. Después del cortado, lo que hacemos con mi señora es lavarlos. Se los lava como se lava uno normalmente la cabeza, con shampoo y acondicionador. De ahí esperamos que se seque y vemos cómo quedan, capaz que les falta algo más como cortarles las puntas si es que están muy resecas. Y si por ahí vemos que el pelo sigue reseco, se le hace un baño de crema. O sea que se les hace un tratamiento, no es que se los corte y se mande así nomás. Siempre digo que esto es como vender un vehículolo querés dejar impecable para venderlo bien ¿verdad? Bueno, eso pasa acá también, tengo que mostrarlo impecable para que me lo puedan comprar y me lo paguen bien también”. Según revela, a veces les pasa comprar cabello que luego la fábrica rechaza y no les queda más remedio que tirarlo. 

La mayoría de los clientes que venden cabello por primera vez llegan hasta ellos a partir de las cuentas del negocio en las redes sociales: Facebook, Instagram y, desde hace muy poco, también Tiktok. Reciben un montón de consultas diarias y, para dar fe de eso, Alejandro me muestra su teléfono estallado con mensajes de WhatsApp de números desconocidos. Esa es la parte más engorrosa de su trabajo, contestar cada uno de los mensajes y llamados que llegan todo el tiempo y a cualquier hora. Ha pensado en cambiar de número personal, pero él prefiere no cargar con dos teléfonos y responder cuanto antes cualquier inquietud de un potencial cliente o coordinar rápido los turnos, si el interesado accede a cortarse. 

Según comenta Natalia, los clientes lo que quieren saber es cuánto dinero van a obtener por su cabello y suelen mandarles fotos. Para la peluquera ese es un problema porque la tasación sólo puede hacerse en base a una observación minuciosa de las condiciones y del estado general del pelo. Esa habilidad que adquirió gracias a su experiencia como peluquera a domicilio yendo de pueblo en pueblo y de puerta en puerta requiere de un trabajo artesanal, no mediado por la tecnología: “Lo que quiere la gente es que vos ya les des un precio, que les digas cuánto les vas a pagar… Ahora toda la gente está así. Es difícil porque, a veces, la foto engaña y es difícil saber si es un pelo de tal largo, si está bien cuidado y demás. Por eso, al precio se lo da personalmente”. De nuevo, vale la analogía con la venta de autos usados: hay que ver primero para comprar después. “Hay veces que los cortadores confunden a la gente. Un cliente manda una foto, ellos le tiran un precio y, después que le cortan el cabello, le bajan el precio. Pasa muchísimo que la gente no les vende y nos viene a consultar acá con el cabello ya cortado porque les cambiaron el precio”, agrega Alejandro.

“La mayoría de los clientes son mujeres, pero también vienen hombres con el cabello larguísimo. Muchos vienen porque se lo tienen que cortar para encontrar un trabajo fijo y les dicen que se tienen que cortar el pelo. Entonces, ya vienen a pelearse directamente o cortarse muy cortito”, dice Natalia. Hombres y mujeres, adultos y niños, vender pelo es negocio para cualquiera, según Alejandro: “Acá viene gente de toda clase, de todo tipo. No hay un grupo de gente seleccionado o un grupo en especial. Acá les cortamos el cabello a psicólogas, doctoras, gente laburante, alguien que por ahí pasó empujando un carrito como cartonero… de todo. ¿Por qué? Porque es una buena opción: tenés un corte gratis, te llevás plata y, como yo les digo, están ayudando porque ese cabello hay gente que lo está necesitando del otro lado”. 

La que puede dar fe de la maestría de Natalia a la hora de cortar el cabello es Fabiola Ávila quien requirió sus servicios por primera vez hace aproximadamente cuatro años, después de una mala praxis capilar: “Me había aventurado primero con otra mujer que compraba a domicilio, supuestamente, ella me juraba que no se iba a notar nada. Yo quería mantener el largo del pelo, pero sacar volumen… Al otro día me levanto, me peino y me salían los cabos por los costados de la cabeza. Así que fui con miedo, la verdad, pero dije ‘me voy a arriesgar’. Había visto la publicación en Facebook y quedé muy conforme cuando me hicieron el entresacado. Ahora les vendo cada dos años más o menos, cuando me crece el pelo”. Quienes continúan ahora vendiendo sus cabellos son sus hijos, cuenta la mujer de 36 años: “Prefiero venderlo antes que ir a la peluquería y tirarlo. Mis hijos se han dejado crecer el pelo durante años, se lo cuidan mucho, después lo venden y, con la plata, se compran juegos para la Play”. 

“Los conocí hará unos cinco años cuando fui a la feria de Villa Luján y ellos estaban dando los folletos. Justo mi hermana tenía el pelo largo en ese momento, los llamamos y fueron a cortarle a domicilio. Ella te corta el pelo, pero no te lo deja desarreglado, sino que le va dando forma y te va sacando mechoncitos. Nosotros quedamos bastante conformes”, relata Lorena, otra de las clientas. Como en el caso de Fabiola, es su hija Aylén, de diez años, quien requiere actualmente los servicios de Natalia: “Mi hija va a la escuela y le gusta cada vez que se corta porque te dejan el pelo para que te lo sigas peinando igual que antes. La verdad que estoy bastante conforme, más en estos tiempos en que necesitas la plata y es una forma de que mi hija vaya juntando lo de ella para comprarse cosas”. 

Tanto Alejandro como Natalia coinciden en que la mayor parte de los peluqueros tucumanos que están en el negocio de la venta de cabello trabajan cortando a domicilio. Sin embargo, ellos prefieren hacerlo en su local por una cuestión de seguridad: “La verdad que este es un negocio que no se ve mucho. No es algo común que lo encontrás a la vuelta de cualquier esquina, pero sí hay muchos cortadores y la mayoría trabaja a domicilio. Me arriesgo a decir que somos los únicos en Tucumán que tienen un local fijo para comprar cabello”. Cualquiera que desee vender su cabello puede ponerse en contacto con ellos a través del teléfono 3815937658 o por medio de sus redes sociales. 


Vender el pelo para pagar la boleta del gas

Para muchos, cortarse el pelo gratis y volver a casa con unos billetes en los bolsillos puede resultar un negocio redondo. Para otros, es un último recurso; una soga salvadora para no terminar de hundirse en las borrascosas profundidades de nuestra economía. Natalia y Alejandro reciben a diario esas hirientes bofetadas de realidad. “Sabemos qué es lo que está pasando. Hay veces que te cuentan y otras que no, pero vos ya le mirás los ojos y te das cuenta. Entonces ahí creo que es donde nos pone Dios para que veamos la necesidad de la otra persona y hagamos lo que tenemos que hacer. Gracias a Dios, estamos con los pies en la tierra y sabemos bien qué es lo que hay que hacer en esa situación… hay que aportar también nosotros un poquito”, comenta Alejandro. A esa historia a él no se la tiene que venir a contar nadie, la conoce en carne propia de cuando se la rebuscaba en las calles como vendedor ambulante. Esas caras de desahucio le devuelven un espejo del propio pasado: “Yo también la he pasado, también la he vivido. Nosotros venimos de familias muy para abajo con el tema económico. Sí, sé lo que es”.

“Impresionante las cosas que ves acá… porque detrás y alrededor de todo esto hay un mundo muy diferente que por ahí la gente no lo percibe. Me acuerdo que vino una mujer con el cabello muy largo a cortarse el 23 de diciembre. Entonces yo le digo ‘¿contenta con empezar el año con un corte nuevo?’. Después la veo que está llorando y le pregunto por qué lloraba, si es que no se quería cortar… Ahí me dice que ella no se quería cortar, nada más que el marido se había quedado sin trabajo y no tenían un peso para pasar las fiestas. No sabés, me partió el alma, qué necesidad tremenda. Y ahí ya se me borró la sonrisa. Muchas situaciones así vivimos nosotros ahora”, relata Alejandro. 

“Sufro mucho con esa parte del negocio…”, confiesa Natalia y después me cuenta de una vez que los llamaron para cortarle el cabello a toda una familia de Alderetes. Finalmente, ellos pudieron ir al domicilio recién a la siesta y descubrieron ahí que esa familia los esperaba para, con el dinero de la venta de cabello, comprar la comida del almuerzo. “Tantas cosas que pasan y uno no sabe… Ahí te vas dando cuenta que la situación está pésima. Hay gente que no tiene ni para pagar la luz. La otra vez vino un señor con una nena a cortarle el cabello a la nena porque necesitaban para pagar el gas, no tenían nada para cocinar porque se lo habían cortado el día anterior”, cuenta Alejandro. 

Les ha pasado, revelan, atender clientes que llegan ilusionados con la posibilidad de hacerse de unos mangos vendiendo su cabello, pero, al examinarlo, el pelo no cumple con las condiciones necesarias que exige la fábrica de pelucas. Sin embargo, ante la necesidad de esa persona, ellos lo compran igual. Aunque después tengan que tirar ese pelo a la basura. Cuenta Alejandro: “Muchas veces me sentí muy mal también de tener que decirle a alguien ‘mirá, no te puedo comprar el cabello porque el cabello no es muy lindo, está muy corto o está mal cuidado’ porque eso la hace sentir mal a la otra persona. Tampoco hay que darles la plata así, de una, es como que ellos se sienten mal también porque no es que te vienen a pedir una limosna… vienen a aportar con nosotros también y te venden el cabello. El cabello a mí me sirve y a él le sirve el dinero, entonces, por eso lo hacemos… aunque después yo no lo pueda vender o lo tenga que tirar”. 

Natalia y Alejandro la vienen remando. De recorrer las calles de pueblitos ignotos de la provincia al gazebo en las ferias y de ahí al bolichito propio. En esa lucha cotidiana, a veces cruda, a veces amarga, tantas veces sufrida, queda claro que no se cortan solos.