El Loro Viudo, ese alucinante agujero de gusano que sigue fascinando a los tucumanos
Último bastión de la nostalgia lisérgica, el histórico local de venta de objetos usados esconde un portal para viajar en el tiempo. La historia de una mística vigente y un secreto jamás revelado.

El Loro Viudo, un clásico que no pierde vigencia.
El enigma indescifrable que acompañó a Stephen Hawking y Albert Einstein a sus respectivas tumbas podría habérseles revelado si los científicos acertaban a pasar por la segunda cuadra de la calle San Juan. En los confines del microcentro de la ciudad, con un coro de bocinas ansiosas de fondo y entre el hormigueo de transeúntes apurados, se esconde el prodigio sólo explicable por la literatura de ciencia ficción. Ahí, donde el bramido caótico de la urbe se vuelve rumor y a la vista de todo aquel que quiera ver -y creer en lo que ve-, se encuentra un misterioso agujero de gusano. Sí, así como usted lee, uno de esos hipotéticos puentes espaciotemporales que conectan dos puntos o momentos del universo. O bien, a este universo que conocemos con otros mundos ignotos. Ese portal, que la astrofísica nunca alcanzó a probar, existe. Todo tucumano alguna vez escuchó hablar de él y se llama El Loro Viudo. Ahí mismo, tras el umbral de San Juan 160, comienza nuestro viaje.
Afuera el día es ceniciento y los ánimos se estremecen al compás impredecible que impone la agenda política de cara al balotaje del 19 de noviembre. Basta con trasponer la puerta para que la realidad o eso que llamamos el presente se vuelvan inocuos. Adentrarse en este bastión ecléctico de nostalgias lisérgicas es dejarse abducir por un ritmo de remanso; una herejía del tiempo tal y como lo conocemos. Acá conviven imponentes resabios de tecnologías analógicas y maquetas edificadas con cajas de Marlboro. La mirada lasciva de Carlos Saúl Menem en la portada de un libro junto a la meditación de Dalai Lama. Los chistes de Condorito, las aventuras de Pepe Sánchez y las andanzas de Patoruzú. Afiches del Che Guevara, discos de los Rolling Stones y cassettes de Pochi Chávez. El glamour de Susana Giménez y la anacronía de una radio-despertador ya jubilada. Cuadros de una artesanía extravagante y juguetes percudidos. Un televisor donde alguien vio a Sergio Goycochea atajar penales en Italia 90, las primeras temporadas de Los Simpsons en VHS, una máquina de escribir de teclas cansadas, el trofeo de una victoria ciclística, soldaditos de plomo con mil batallas encima, un teléfono celular del tamaño de un ladrillo, una ballesta, botellas pintadas, adornos que ya no adornan.
“Hay mucha gente que viene a conocer, lo ven como a un museo. Pasa todo el tiempo que llegan al local y se asombran porque lo sentían nombrar y nunca se habían podido llegar. Por ahí pasan, les llama la atención, entran, ven algo que les gusta y lo compran… Y así nos vamos haciendo de clientes nuevos”, cuenta Maximiliano Salmerón después de detener la bandeja donde giraba un disco de tango. El joven de 31 años y Daniela, su hermana, son los actuales guardianes de este cambalache atiborrado de nostalgias que fundó su padre, Miguel Ángel Salmerón, hace aproximadamente 34 años. Según relata, al principio, el creador de El Loro Viudo se la rebuscaba con la compraventa itinerante de libros y revistas usados. Luego, logró montar una tienda dedicada al rubro en Balcarce y Mendoza. Y por último, recaló acá, en este local donde ya lleva más de un cuarto de siglo.
Antes del advenimiento de internet y la piratería on line, las casas de libros usados eran auténticos emporios del conocimiento; lugares adonde acudir en busca de saberes codiciados a precios accesibles o pasarse horas a la caza de alguna gema editorial. No conforme con esa condición de Babel vernácula, El Loro Viudo fue ampliándose de forma tentacular hacia otros rubros. Así lo explica Maximiliano: “Mi papá fue innovando con lo que estaba al alcance en su momento, fue agregando la música, las películas, las antigüedades… Acá siempre se trabajó con la cultura general: discos, cassettes, películas en VHS, libros universitarios y secundarios, revistas, historietas, novelas…lo que sea”.
Las estanterías se fueron poblando de objetos de lo más diversos: radios, tocadiscos, relojes, juguetes, televisores. Y las bateas, de discos, a los que se sumaron también cassettes, cds y dvds. Las paredes se cubrieron de afiches, cuadros, carteles y fotos hasta que el lugar adquirió esta fisonomía de caverna entre vintage y kitsch. Un espacio indescifrable donde conviven distintas eras culturales y tecnológicas. Revolviendo, uno puede encontrarse con piezas arqueológicas como las revistas Humor de los ochenta o un álbum de figuritas Basurita, de esas que en los noventa se decía que contenían droga. Para muchos, despojos obsoletos. Para algunos, verdaderos tesoros incunables. “Hay aficionados que vienen, les gusta la calidad de algún producto y se lo llevan. También está el coleccionista que viene a buscar cosas más específicas que son difíciles de encontrar. Tenemos clientes ya de años que vienen semanalmente y compran, ya sea un disco, una novela o una revista D'artagnan”, comenta Maximiliano.
“Acá hay de todo, podés encontrar videocaseteras, radios, armas antiguas o libros que son muy difíciles de conseguir. Por ejemplo, tenemos radios militares que es algo que no es muy común. Y, así como eso, millones de cosas. Trabajamos con gente que nos trae cosas que por ahí tiene en desuso y que eran herencia del padre o del abuelo. Recibimos mucho material, incluso de personas que vienen desde otras provincias a vendernos”, describe el heterogéneo y exótico catálogo de objetos que pueden encontrarse en El Loro Viudo.
Los consumos de la clientela han ido cambiando con el tiempo, pero hay objetos que parecen nunca pasar de moda. O que tuvieron su edad dorada y regresaron para reencontrarse con las nuevas generaciones que, tal vez hastiadas de lo etéreo, prefieren la materialidad de lo analógico: “Ahora está el boom de la música, de los discos de vinilo, salieron las reediciones, pero la gente busca más los discos de época, las primeras ediciones originales o ediciones importadas de Estados Unidos o Europa…Eso es lo más fuerte ahora. Acá podés encontrar discos de rock nacional, Charly García, Fito Páez, Soda Estéreo… También tenés todo lo que es Beatles, Rolling Stones, Pink Floyd, Kiss o vinilos de jazz que son muy buscados”. Según explicó, el precio de un vinilo ronda entre los 700 y los 10.000 pesos. Los tocadiscos y las bandejas antiguas también son muy buscados y los que hay actualmente en el local tienen valores que oscilan entre los 30.000 y los 70.000 pesos, dependiendo marca, estado y gama del equipo.
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Era un predicador que tenía muchos seguidores y en una de sus prédicas, delante de sus admiradores, se inspiró y empezó a caminar sobre las aguas. De repente, se acordó que no sabía nadar y se hundió, pedía socorro y de milagro lo salvaron. Ahora le regalaron un libro para la memoria de El Loro Viudo.
De tanto ver a su dueño estudiar idiomas, el perrito salchicha fue a El Loro Viudo y compró un libro para aprender inglés. En menos de un mes, salió ladrando con un exquisito inglés londinense y es la envidia de todo el barrio.
La bala dobló la esquina y despeinó a un fantasma que, fumando esperaba el colectivo para ir a buscar revistas de El Loro Viudo. Apasionante novela policial que lleva vendidos millones de ejemplares.
Humorísticos, absurdos y picarescos; los anuncios del emblemático comercio siempre fueron una de sus marcas distintivas. Con los libros de El Loro Viudo, Don Raúl podía aprender a teñirse el pelo y taparse las canas verdes que le sacaba su suegra, Doña Carmen podía conocer el mundo de las ciencias ocultas para descubrir algún encantamiento que haga que el vago de su marido busque laburo, o le permitían a Luis convertirse en un sagaz detective capaz de descifrar el enigma acerca de quién le robó las pantuflas. Esa inventiva desopilante para promocionar los productos de su negocio fue obra de Miguel Ángel Salmerón, así lo cuenta su hijo: “Antes se trabajaba mucho con los avisos clasificados en el diario. Entonces era el boom de los avisos clasificados y eran bastantes particulares los que hacía mi padre porque eran con chistes. A la gente le gustaba, los leía y pasaba un par de buenos momentos con un clasificado”. Ahora es Daniela, la otra responsable del negocio, quien se encarga de las publicaciones en las redes sociales para promocionar sus productos, siempre manteniendo la impronta satírica que impuso su padre.
Como el Miguel Ángel que plasmó los frescos de la Capilla Sixtina, el creador de El Loro Viudo fue quien instauró el aura artística que todavía, a golpe de ojo, se percibe y se respira en el lugar. Nuestro Miguel Ángel es el artífice de los cuadros y las maquetas que engalanan los distintos rincones del local; obras que decide firmar no con su nombre, sino con esa marca que le es tan propia como de cada tucumano que ha disfrutado de este singular museo de anacrónicas novedades: El Loro Viudo. “Mi padre hace siete años que dejó el negocio, ya está jubilado y, en su tiempo libre, pinta esos cuadros que están acá, ese es su hobbie”, comenta Maximiliano quien aclarara que no todas las obras que se ven en el lugar se encuentran a la venta.
Desde muy pequeños, tanto Maximiliano como Daniela se criaron en esta extraordinaria juguetería de cachivaches. La fascinación del encuentro con este mundo heteróclito y extravagante ha quedado impreso en él como el recuerdo imperturbable de una infancia feliz: “Éramos de venir a jugar y ayudarlo a acomodar a mi papá. Para nosotros venir acá era algo asombroso. Veíamos cosas que para nosotros no eran habituales, digamos, ya sea equipos de música, antigüedades, soldaditos de plomo que para nosotros eran juguetitos ¿entendés? Hasta que uno fue creciendo y entendiendo y ahora uno lo ve como su lugar de trabajo, con otras obligaciones”.
Pasar la puerta es dejarse arrastrar a otros tiempos y otros mundos. Acá, cualquier revista, cualquier disco, cualquier objeto puede generar un vórtice espaciotemporal; abrir el portal que deja el agujero de gusano y que ahora custodian los herederos de Miguel Ángel: “Acá en Tucumán son muy pocos los lugares así que quedan en pie. Muchos locales del rubro no lograron mantenerse después de la pandemia. Acá hay un trayecto de muchos años; el laburo de toda una vida. A mí me gustaría seguir la línea de mi papá por todo lo que ha logrado que, para mí, es algo muy grande. Yo trato de seguir su ejemplo, no sólo en el negocio, sino en todos los ámbitos de la vida. Al local todavía viene gente que pasa y se queda horas charlando y no necesariamente viene a comprar algo. Pueden venir a charlar, a leer una revista o a escuchar un disco, siempre que vengan con buena onda, serán muy bienvenidos”.
El Loro Viudo ha logrado superar el paso de los años y las profundas transformaciones en los gustos de distintas generaciones de tucumanos sin resignar su singular impronta. Pero, así como conserva su mística, también guarda un secreto que sólo una persona está en condiciones de responder: Miguel Ángel Salmerón. Han sido infructuosos nuestros intentos por dar con él y descifrar el enigma, pero parece decidido a conservar el misterio. Se sabe: ni los magos ni los artistas revelan sus trucos.
-¿Por qué se llama El Loro Viudo?
- No me preguntés porqué le puso así porque ahí estamos en el horno… Nunca me lo quiso decir. Él siempre estuvo casado con mi mamá y ninguno de nosotros, que somos seis hijos, sabe por qué le puso ese nombre al local. No se lo dijo a ninguno… Eso es algo que nadie sabe.