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"Achalay cuando llega la tarde": la historia de la Estancia Jesuítica La Banda de Tafí del Valle

nuestro patrimonio

Cuando los jesuitas llegaron al Valle de Tafí indudablemente deben haber quedado deslumbrados por la inconmensurable belleza del verde que desbordaba sus sentidos, sobretodo por el contraste con los áridos paisajes del Alto Perú, desde donde descendían. | Por Gabriela Neme

Un lugar histórico.





Cuando los jesuitas llegaron al Valle de Tafí indudablemente deben haber quedado deslumbrados por la inconmensurable belleza del verde que desbordaba sus sentidos, sobretodo por el contraste con los áridos paisajes del Alto Perú, desde donde descendían. Para moldear estas sensaciones, que mejor que recordar los versos del gran Horacio Guaraní que en su canción decía: “Achalay cuando llega la tarde; achalay el jilguero de mi alma; y llegando pa' Tafí del Valle; toda el alma se me vuelve zamba”.

Se tiene registro que desde el 300 a.C., este territorio se encontraba poblado por culturas autóctonas. Hacia el año 1617, Don Luis de Quiñones y Osorio, el entonces gobernador del Tucumán, le concedió en merced a Melián de Leguisamo y Guevara el Valle de Tafí. En 1645, éste último traspasó las tierras a su hija Jordana de Trejo, como dote de su matrimonio con Ginés de Toro Alvarado. Años después, Jordana y su hermana Juana de Ábalos, las vendieron al Sargento Mayor Francisco de Aragón. Se presume que por ese entonces los indios Tafíes, habrían desaparecido completamente de la región. 

En 1716 Francisca, la nieta del Sargento de Aragón, transfirió las tierras a la Compañía de Jesús para su establecimiento. Los jesuitas trajeron consigo su cosmovisión que anhelaba lograr la evangelización junto con la enseñanza, de una manera respetuosa "opuesta a la imposición de los colonizadores españoles" al procurar amalgamarse con las costumbres de las culturas ya instaladas. Se desplegaron por el territorio tafinisto implantando estancias que funcionaban como centros fabriles-agrícola-ganaderos y posibilitaban el sustento económico del sistema de la Orden. Fue así que construyeron una estancia en la zona de La Banda, dentro del llamado “Potrero del Rincón”. Estos conjuntos edilicios eran de una arquitectura austera, que se adaptó a las limitaciones de los materiales y técnicas constructivas locales y a las condicionantes del relieve y clima del entorno. 

La Estancia Jesuítica de La Banda, se componía de una capilla, aposentos y oficinas dispuestos en forma de L que desbordaban a un patio cerrado por una tapia. Sus muros de canto rodado y adobe de medio metro de espesor, sus puertas de maderas de quebracho y algarrobo y su techo de paja con tirantes de aliso, le permitieron resistir los embates del tiempo y toda clase de inclemencias climáticas como nevadas, lluvias y vientos.

Los días de los jesuitas en el Valle transcurrían entre la oración y sus labores que involucraban la cría, engorde y transporte de su producción en mulas, derivada principalmente hacia las minas cercanas (Capillitas - Santa María) y del Alto Perú. Resulta destacable que ellos fueron quienes introdujeron las técnicas de fabricación de los clásicos quesos de Tafí al ser los primeros en elaborarlos en la región, homólogos con la variedad Candal de Francia. Asimismo, instalaron un molino, en donde se molía todo el trigo que se cultivaba en el Valle, junto a un granero ubicados en proximidad al río que corría por allí. 

Lamentablemente la maravillosa obra de la Compañía de Jesús se vio truncada en 1767 tras su expulsión del territorio americano por orden del Rey Carlos III de España. Como consecuencia la población indígena integrada a la Estancia, en su mayoría Lules, se disgregó y finalmente desapareció. Pocos años después, en 1774, don Julián Ruiz de Huidobro remató el predio. 

En 1816 las tierras fueron adquiridas por José Manuel Silva, quien fue Gobernador de Tucumán entre 1828 y 1829. Para 1840 Silva continuó la construcción del conjunto iniciado por los jesuitas, al agregar habitaciones en adobe y techos de paja, junto con una galería hacia el frente. Tras el fallecimiento de Don José Manuel, en 1848, se dividió el Potrero en tres y se trasfirió La Banda a su hija Manuela Silva de Chenaut. Durante el año 1890 se consolidó el perímetro del gran patio interior al añadir nuevas habitaciones al este, que vincularon la construcción jesuítica original con la de mediados de siglo XIX. Las últimas obras de remodelación fueron ejecutadas en 1943 por el arquitecto Justiniano Frías Silva, siguiendo la estilística neocolonial. 

Los descendientes de los Frías Silva habitaron la Estancia hasta su expropiación en 1972 tras la sanción de la ley que declaró de interés público a La Banda, con la posesión original de la Dirección Provincial de Turismo, por transferencia de la Nación. Desde entonces funciona como Museo Jesuítico de La Banda, albergando exposiciones de colecciones de diversas culturas y excavaciones arqueológicas. 

Afortunadamente desde 1994 cuenta con la declaratoria de Monumento Histórico Nacional por su altísimo valor arquitectónico, histórico, paisajístico y fundamentalmente testimonial de los jesuitas, que sin proponérselo dejaron una huella significativa a la arquitectura colonial de nuestro territorio, como consecuencia de su labor apostólica. La estrella del conjunto es la capilla, por ser el sector más antiguo del conjunto y con mayor fidelidad en su conservación; aquí es donde se concentra la mayor riqueza ornamental presente en los retablos y las pinturas. 

En la actualidad se encuentra en proceso de restauración, que pudo iniciarse gracias a la gestión del Ente de Turismo que ganó un subsidio nacional con el fin de posicionarla como uno de los principales atractivos turísticos de nuestra provincia. Al finalizar esta etapa, se desarrollará la segunda que consiste en montar una renovada y moderna muestra museográfica junto con un restaurante. Los tucumanos esperamos ansiosos y expectantes para volver a verla brillar sobre el Valle de Tafí.