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¿Milagrero o asesino?: historia y leyenda de Sixto Ibáñez, el "santo" de la quiniela

CRÓNICA

"Lo han muerto a Sixto Ibañez" gritaba todo Monteros un Día de los Muertos pero de 1967. Se iba un bandido y nacía una leyenda.

Toda una comitiva policial posa junto al cuerpo más buscado de toda una década.





Es el 2 de noviembre del año 1967. Los agradables 20 grados que climatizan el preámbulo de un caluroso verano tucumano, enmarcan una de las mañanas más memorables, tristes y extrañas que ha vivido la ciudad de Monteros, en el interior profundo de Tucumán.

"Y será en el surco mi sombrero bajo el sol, faro de luz", se escucha de la voz de los Tucu Tucu en algunas casas de la ciudad, con una radio a todo volumen, mientras la noticia corre como agua en diluvio: "¡Lo ha muerto a Sixto, lo han muerto y lo traen a la comisaría!". Él también estaba en un surco, también bajo el sol.

"Su mamá era una española de ojos azules. El único problemita de ella era que le gustaba tomar vino, se venía desde lejos en su caballo después de tomar. A mí me daba un poco de miedo su forma de ser", recuerda doña Ángela a sus más de 70 años de vida, evocando en su memoria una lejana infancia monteriza, de mediados del siglo pasado.

De quien habla doña Ángela Romano, es de la mamá del astuto, de Sixto Ibañez, un monterizo que fue perseguido por más de una década, en una suerte de "Atrápame si puedes", la película biográfica dirigida por Steven Spielberg, pero en formato de bandidos rurales.

En casa de la familia Ibáñez, asentada en el barrio Matadero, el mismo espacio geográfico donde alguna vez habitó el protagonista de la historia que hoy están leyendo, me recibieron con mucha predisposición y con mate dulce de por medio, paradójicamente para relatar una historia repleta de amargura. Aun a pesar de que ninguno de sus sobrinos-nietos hayan conocido al polémico Sixto, se refieren a su antepasado con datos y situaciones que te hacen sentir cierta cercanía, pero que a su vez te alejan años luz de una mente ágil que resulta bastante difícil de descifrar.

El Astuto nació en 1920 en Monteros. Su mamá llegó al país al igual que tantos otros habitantes, como producto de la Gran Inmigración fomentada por el ex presidente tucumano Nicolás Avellaneda. "Todos en la familia eran guitarreros, les gustaba juntarse a guitarrear en los almacenes, eran conocidos por esa costumbre. En esas juntadas que se tomaba, a veces terminaban en peleas, en asesinatos que quedaban en la nada porque era todo entre gente pobre", dice Ruth Ibáñez para eltucumano.com, más de un siglo después del nacimiento de su tío abuelo; tío directo de su ya fallecido padre.

La fama de Ibáñez se adapta perfectamente a un fenómeno de la época que, así como sucedió con él, pasó con personajes a lo largo y ancho de todo el país a mediados del siglo pasado: los bandidos rurales. Ya los inmortalizó León Gieco, recordando en su letra (entre otros) a otro monterizo que nació 23 años antes que Sixto, "Mate Cosido", el famoso Segundo David Peralta.

Pareciera que todos estos bandidos rurales guardan en común la característica de apuntar sus fechorías contra quienes tienen un poco más, y empatizar con quienes tienen un poco menos. Los crímenes existen, son reales, algunos muy leves, como robarse las frutas de un árbol del jardín ajeno (referencia bíblica, pero delito real en casi cualquier changuito tucumano, dignos ladrones de naranjos y mandarinas ajenas en las siestas). Otros delitos más salvajes de estos bandidos rurales, incluyen robos mediante ataques con machetes, violaciones, pederastia y abusos sexuales. Sin embargo, como pasa casi sin darnos cuenta, en muchos casos, tras su  muerte la sociedad que habitaron los canoniza. O para algunos, los conmisera.  

"En esos años, en Monteros la policía no se esforzaba nunca por buscar a un culpable cuando había un robo. Se te desaparecía algo de la casa, ibas a denunciar y te decían 'ese fue Sixto Ibáñez'. De cualquier crimen o delito lo culpaban. Era de robar cosas, es verdad, pero a veces parece que les quedaba cómodo a algunos culparlo de todo" me dice Juan Carlos, que era todavía un niño cuando se corrió la bola de que "lo habían muerto”, expresión muy tucumana para designar un asesinato.

Hay algo que inevitablemente se repite en esta parte de la historia: el relato y el recuerdo infantil. Los 9 años que tenía Juan Carlos cuando se escondió debajo de una escalera del edificio de la comisaría de Monteros, para poder ver cuándo trajeran el cuerpo de Sixto, ese día de noviembre. O los 13 años que tenía Ángela Romano en ese instante de escándalo, observando todo desde afuera de la comisaría, a metros de Juan Carlos y también a metros de quien más adelante se convertiría en su esposo, un sobrino directo del muerto. Y también los pocos años que tenían los hermanos Abraham en Alberdi al enterarse de la muerte del hombre que hacía más de una década estaba acusado por el salvaje asesinato de su hermana mayor, la niña Chelita.

Las versiones contrapuestas enfrentan el mito a la sensatez. Si pregunto en Monteros, me contestan casi todos que Ibáñez fue víctima de lo que hoy conocemos como "gatillo fácil", y que su muerte –mal disfrazada- de suicidio, limpió el vago accionar policial de la época y entregó un poco de paz a una dolida familia de Alberdi; familia de origen sirio libanés procedente también de la gran oleada inmigratoria de principios del siglo pasado, al igual que los antepasados de Ibáñez.

La gran mayoría de los inmigrantes otomano-turcos se instalaron en el interior tucumano para desarrollar el oficio de comerciantes. Los Abraham eran dueños de algunas tierras que trabajaban incansablemente y de un almacén de ramos generales en Villa Alberdi, espacio que transicionó en ciudad más o menos en los tiempos del crimen. El trabajo de esta familia era una labor digna pero que, para algunos, los condenó a ser blanco de la delincuencia y la injusticia. Todo pasó a mediados de los años 50, cuando el horror más profundo provocó en la comunidad entera un dolor inmenso. Esa noche, Ibáñez y sus secuaces habrían ingresado a asaltarlos, cargando con machetes y cuchillos, atacando de la manera más salvaje de todas y dejando un tendal de sangre y dolor para hacerse de unos pesos.

"El día del crimen, una tía materna que tenía un negocio de comida, le vendió a tres hombres que no eran de la ciudad. A ella le pareció raro su aspecto y estaba segura de que uno era Sixto Ibáñez, que ya era famoso. Esa noche pasó el crimen en mi familia paterna, los Abraham. Se conectó todo con las descripciones de mi otra tía y de otra gente que los vio por la ciudad a los tres". Quien habla de esto es Enrique Roldán, sobrino directo de la víctima.

"Se ve que se enteraron de que eran comerciantes y de que podían tener dinero, se cree que por eso los mataron. Esa noche mí abuelo no estaba porque trabajaba en el campo, todos los hijos estaban con su mamá, mi abuela. Se hizo presente esta banda de delincuentes y la atacaron a ella a machetazos y puñaladas. Ella sobrevivió al ataque, pero la dejaron por muerta. La nena más chica comenzó a gritar desesperadamente y estos delincuentes la llevaron y mataron para callarla. En teoría, los demás hermanitos se escondieron y por eso se salvaron".

Las marcas de la tragedia no se limitaron a la pequeña Chela, de apenas 8 añitos. El dolor persistió para siempre, hasta el día de hoy. "Yo le vi todas las marcas a mi abuela, estaba llena de cicatrices en su cuerpo. Ella estaba embarazada en el momento del ataque y nació una nena, le pusieron el mismo nombre de su hermanita mayor, asesinada. Sé que empezó la persecución y unos años después llegó la noticia de que había sido asesinado por la policía. Siempre supieron que era este Sixto uno de los integrantes de la banda, no hubo dudas".

A pesar de las teorías y el concepto de los monterizos, si pregunto en Alberdi, nos encontramos con un dolor todavía abierto y con gran resistencia a recordar el pasado: "Cómo van a tener de milagrero a ese asesino, con la porquería que han hecho aquí. A machetazos entraron dejando mujeres por muertas, llevando a mi hermana mayor a la muerte" sentenció don Jorge Abraham en plena charla telefónica.

A veces pareciera que el dolor borra la sed de justicia y el tiempo convierte a algunos criminales en santos. A la familia de Chelita le cuesta mucho hablar del crimen que marcó a su familia, o al menos eso me dio a entender de manera tajante uno de sus integrantes. Tampoco la policía de Alberdi guardó registros del suceso en su actual espacio físico. Sin embargo, a pesar de los años, sobreviven testimonios de lo que podría haber pasado antes y después del crimen, hasta el día que encontraron muerto a Ibáñez.

En 1991, José Ariza presentaba "El Astuto", un documental que preparó como trabajo final para sus estudios de periodismo en el instituto San Miguel. Los testimonios recogidos de la época, alimentan la leyenda de Ibáñez. Aquí se publicaron valiosos testimonios que datan de hace 3 años. La gran mayoría de ellos, de personas ya fallecidas. Pero lo que cuentan, es el reflejo de un mito de época pero que poco a poco va muriendo.

El fenómeno del bandido rural, convirtió a decenas de "sixtos" en Robin Hoods de época: "Le robaba al rico, pero la daba al pobre. En el campo, la gente lo respetaba mucho por eso" aseguraba una sobrina del finado en el documental de José Ariza.

En cambio, Doña Ángela, viuda de un sobrino de Sixto, sabe todo lo que sabe por su esposo y la familia política de su marido: "La gente lo defendía porque lo quería. Mire, quizá le sacaba cosas a la gente, pero él no es que entraba a tu casa a asaltarte, él pedía si tenían para que le den. Después les entregaba cosas a chicos de otras casas humildes del campo, de la Isla de San José de Flores, que es la zona de donde los Ibáñez son originarios, más o menos de Los Costilla, camino a Simoca. Sixto a la gente les daba frutas, ropa, naranjas. Bueno, la gente le daba de todo y también lo cubrían. Él dormía en los surcos, dentro de hornos, en el suelo, donde sea. Todos, todos los del campo lo querían y lo escondían".

33 años antes, en el video de Ariza otro testigo aseguraba algo similar a lo que dice en este 2024 doña Ángela: "Si robaba una sogada de ropa, la distribuía entre quienes lo querían".

Ruth, su sobrina nieta, con más sensatez contó que mucha gente intentaba que la policía detenga a su tío abuelo: "Tanto mi abuelo como Sixto iban y se ponían a tocar la guitarra en alguna casa del campo. Hacían fiestas ahí como si nada siendo que él ya andaba siendo buscado y corrido por la policía. Entonces, algunos vecinos se enteraban de la noticia que ahí andaba él y daban aviso. Como había gente que lo quería, cuando llegaban a detenerlo, capaz que a las cuatro o cinco de la mañana, él desaparecía y nadie decía nada. Pero a su vez nadie sabía cómo hacía. Hasta caminaba por sobre los alambrados para no dejar huellas. Se escondía entre las vacas, dormía en el medio del monte y de la nada se aparecía en alguna casa pidiendo asilo. Y se lo daban".

¿Muere un bandido y nace una leyenda?

A través de los años que separan el crimen de Alberdi con la muerte de Sixto, el mito se fue forjando. Era tremendamente astuto para esconderse, y se disfrazaba descaradamente, ayudado por su figura menuda y delgada. Se vestía de mujer, o se vestía de niño. "Acá en Villa Quinteros lo chamuyaban cuando se vestía de mujer" dice en el video del Astuto un testigo que lo recordaba allá por 1991.

Los ex compañeros de celda de Sixto lo evocaban en ocasión de su detención: "Era un hombre sin habla, un hombre tranquilo" dijo uno. "Me robó las alpargatas de solo estar un día de calor en el calabozo", recordó otro, dejando entrever una cleptomanía o una maña que no distinguía un contexto de encierro del de libertad.

Quienes intentaron marcar la cronología de Ibáñez en el pasado, dejaron ver que su tiempo en la cárcel es lo que acercó al monterizo a conocer a criminales más peligrosos. Un tal Suárez y un tal Silva.

"Manuel Cristino Suárez era un hombre de mal hacer. Cuando mataron a la chica de Alberdi ya andaba con él y comenzaron las fechorías más graves, asesinato que nunca se le pudo comprobar. Un día después de la muerte de la chica de Alberdi, apareció Sixto con una nueva fechoría en Monteros, siendo que en ese momento no había conexión de transporte entre Alberdi y Monteros porque el único tren que pasaba te dejaba en Concepción. No te daban los tiempos para que el haya cometido ambos delitos", decía don Álvarez en el documental de 1991, denunciando un gran detalle que la investigación policial pasó por alto.

Los registros periodísticos de la época hablan de la cuadrilla de criminales que formó Ibáñez junto a Cristino Suárez y otro delincuente de apellido Silva. En conjunto habrían cometido los peores crímenes, pero si preguntamos en Monteros, la respuesta de la mayoría es que "Los asesinatos no se los comprobaron". Pero la verdad, es que los medios confirmaron que la justicia tucumana condenó a Ibañez por las muertes de Alberdi, a raíz de una buena cantidad de declaraciones de testigos que brindaron datos de su apariencia.

Policías, investigadores y vecinos posan junto al cadaver del monterizo más perseguido de la última década.

La locación es ahora en Acheral, la noche del 31 de octubre de 1967. En medio de la noche silenciosa se escucharon dos disparos en alguna parte de la finca La Josefina. Un balazo dentro de la oreja derecha y otro por detrás de esta misma oreja eran la sentencia de muerte del Astuto, encontrado dos días después, en medio del surco, la mañana del 2 de noviembre.

Sobre el pecho, el revolver en la mano izquierda, acomodado. Las imágenes existen y todavía se reproducen. El día de los muertos, una multitud comenzó a amontonarse para ver en la comisaria de Monteros el cadáver del criminal que era culpable de cualquier mal de la ciudad hacía años. Ese día no había habitante de Monteros que no se haya sentido atraído por el morbo, sobre todo, los niños, como Juan Carlos, como Ángela, y como los parientes de Sixto.

El arma, sobre el pecho.

"Lo trajeron atrás de una camioneta la policía, en la caja. Y lo han puesto en el piso a la entrada nomás de la comisaría. Lo pateaban y le gritaban cosas la mitad de la gente. La otra mitad gritaba '¿por qué le hacen eso!? ¡Si él es bueno!'", recuerda Ángela, 57 años después del suceso que alborotó una ciudad.

"Lo han muerto a Sixto", decían todos en Monteros esa lúgubre mañana de noviembre. Y entre patadas e insultos, ubicaban el cadáver del bandido en un precario cajón. Sin embargo, la leyenda apenas comenzaba. "Arrebataron el cajón. Todos querían llevarlo, se peleaban por llevar el cuerpo" decía don Álvarez en el documental.

Una de las características de las ciudades pequeñas del interior tucumano en el siglo pasado, fue un profundo clasismo que dividió aguas entre ricos y pobres. O, mejor dicho, entre muy pobres y menos pobres. La Ciudad de Monteros, fue apodada por algunos “la Rosa de Abolengo” en relación al supuesto estatus social de muchos de sus habitantes. Con esa mirada clasista, es obvio que sus habitantes no tuvieron piedad ni aun en la muerte.

Hubo por años tres cementerios: el de los ricos, el de los pobres - conocidos ahora por lo políticamente correcto como los cementerios del Oeste y del Este- y el de los árabes y turcos. El de los ricos da el descanso eterno a sus muertos en mausoleos con mármoles, estatuas y placas de bronce. El de los pobres conforma a los finaditos en fosas comunes, pilones de madera y algún que otro monumento más o menos decente. Ibáñez fue sepultado junto a todos los muertos pobres, y ante los ojos del acompañamiento más convocante de todos los tiempos. Un cortejo histórico movido por la curiosidad y el morbo.

El pilón milagroso que hizo saltar la banca

La Quiniela es el juego de lotería más popular de Argentina. En el momento que mataban a Sixto, según los relatos del documental de José Ariza, el azar era furor en Monteros: "todos buscaban la moneda ahí". 14 días después de la muerte del astuto, colocaron un pilón (un montículo) con una estaca en su precaria tumba del cementerio de los pobres, con el número 114. Cientos de monterizos lo tomaron como una señal y lo apostaron a la Quiniela local. Salió esa noche a la cabeza ese número y la Caja Popular de Ahorros de Tucumán no tenía recursos para pagarles a todos. La famosa saltada de banca.

Desde ese momento, los quinieleros de Monteros y de distintas partes de Tucumán, juegan no solamente al 114, número que se agota rápidamente en la venta de números de lotería por esta zona, sino que relacionan distintos eventos de la vida de Ibañez a la buena fortuna. Pero como todo fenómeno social, en algún momento debe detenerse.

Tal cual sucede en la tumba del "Manco" Bazán Frías, el bandido más "milagrero" para Tucumán, la tumba de Ibáñez ya no goza de tanta popularidad como la hubiese otrora. "Antes

se veían muchos tickets de Quiniela acá. Todavía se ven, pero mucho menos, nada que ver. Cuando más visitas recibe es el Día de los Muertos", aseguró a principios de este junio el actual cuidador del cementerio de los pobres.

La tumba del Astuto (remodelada en la gestión del exintendente Alberto Olea, hace unos 15 años) tiene placas de agradecimiento, velas recientemente consumidas, y rosarios que cuelgan de una cruz de hojalata. No hay mucho más, pero tampoco es algo menor, teniendo en cuenta que nos dividen casi 60 años de su muerte y todavía hay quienes lo recuerdan. "Te dedico este recuerdo por el fabor (SIC) concedido" dice la placa central que adorna la cruz, formada por María Abregú. A su alrededor adornan la tumba otras tantas placas y recuerdos.

Al lado de la tumba de Ibañez descansan los restos de la hermana de Ana, quien no deja visita a su hermana sin prenderle una velita a su vecino de tumbas Sixto “Me dijeron que es milagroso, no sé nada más. Siempre le prendo velas”.

En medio de la historia del bandido milagrero, Enrique que es mucho más joven que el mito, no pierde oportunidad de reclamar cordura en el recuerdo de su tía Chela: "En la historia muchas veces se recuerda a los villanos y nunca a las víctimas ni a los héroes. Me parece pésimo que hablen de él con orgullo o que les da suerte, cuando fue un asesino".

"Quiero que piensen que si él era tan inocente no hubiera sido tan famoso y no lo hubiera conocido todo el mundo por robar tonteras. Era un bandido. Mi madre recuerda haber ido con todos los vecinos a ver el escándalo en casa de los Abraham al día siguiente del crimen. Fue un horror" remarca Enrique, sobrino de Chela.

Por su parte, Ruth, sobrina de Ibañez, asegura: "Nosotros como familia tenemos la información de que el cometía estos robos con complicidad de un policía, y que sería él quien lo mató y entregó para cobrar la recompensa".

El inmenso dolor de los Abraham, fue quizás un poquito aplacado más de una década después, cuando se enteraron de la muerte del Astuto. Una muerte sin juicio, sin defensa y sin testigos, pero una muerte, en fin.

Julio Paz, director de cultura actual del municipio, alimentó el porqué de este fervor popular hace unos días cuando aseguró que “la gente más humilde dice siempre que los pobres que son matados y culpados injustamente después se vuelven almitas milagrosas”.

¿Necesitábamos un mito? No hay Tucumán sin superstición y no hay superstición sin el interior profundo de esta provincia. El miedo es un componente estable en la mente tucumana, dotada de creencias populares que las tenemos tan naturalizadas, al punto de no importarnos cómo ni de donde surgen.

Muchas veces, estos sucesos nacen como una suerte de explicación a cosas a las que no podemos nombrar, o expresar. Por ejemplo, un fenómeno devenido en persona, el mito hecho carne.

Al investigar escribir esta historia, se abren miles de caminos posibles, dificultando qué decisión tomar, si la del hombre pecador, o la de la leyenda. Como tucumana comprendo que la leyenda es necesaria para subsistir en las dulces tierras del azúcar. El realismo mágico es casi una condición obligatoria para habitar en este suelo. Pero los hombres son de carne y hueso antes de convertirse en parte del mito. Por eso, será decisión del lector elegir la manera en la que toma esta historia.

¿A dónde se busca el origen de un ladrón? ¿En su infancia? ¿En su contexto social? ¿O buscar un origen, escarbar en esa maraña, representa de alguna manera justificar las acciones más repudiables?

Sin embargo, no todo es conmiseración en la historia de Ibáñez, pues la marca de cargar con un apellido "dañino" quedó en el prejuicio popular y descalifica a través de las generaciones a su familia directa: "Cuando mi hermano supo que yo estaba con un sobrino de Ibañez se enojó muchísimo conmigo" dice doña Ángela. Ruth, recuerda ese día que una docente del terciario en donde se formó como maestra jardinera le preguntó si era familiar de Sixto. "Me sentí discriminada, la gente nos sigue tratando de dañinos a los Ibañez".

Mientras parte de la sociedad Argentina pasaba veranos y fines de semanas largos en lugares repletos de lujo como el Gran Hotel Edén, en La Falda, Córdoba, en otros rincones del país había quienes se escondían a dormir en el surco de caña después de robarse una sogada de ropa, o de participar de un crimen horroroso.

Abastecernos de leyenda es necesario en una sociedad profundamente supersticiosa, sobre todo, para explicar las cosas que pasan acá y no en otro lugar. Y los pobres y campesinos de Monteros, lejanos en tiempo y distancia de muchas comodidades, al igual que pasó el siglo pasado en el resto de Tucumán y del país, necesitaron buscar un héroe en medio de la desidia social reinante, sin importar prontuario o acusación. Un Ibáñez, un Peralta, un Bazán Frías. Por supuesto que quedará a criterio de quien leen hoy estas palabras posicionarse en el mito rural y quinielero, o acodarse en el dolor transgeneracional de los Abraham.

Este mito, al igual que tantos otros que nos convierten en tucumanos, a ojos del 2024 parece comenzar a morir. Ya casi no hay tickets de quiniela en la tumba de Sixto. Las placas que le sobreviven a su rudimentaria remodelación de monumento, datan de varias décadas atrás. Los rosarios que le cuelgan, son plásticos y económicos. El alma, si es que está ahí, debe esperar al 2 de noviembre para volver a brillar.

Te dejamos el documental de José Ariza, "El Astuto" (1991):