Top

Quién es Alo, el magnético evangelizador de los ardidos que bolichean los lunes en Tucumán

Historias de acá

Hay en esta provincia un boliche que sólo abre los lunes; una disco donde se sortean operaciones de pechos, un millón de pesos o un lechón recién carneado, donde sirven los tragos en carretilla y el animador de la fiesta predica la palabra del señor. Entre la bizarreada y el misticismo, el mentor de Aloloco se confiesa: “Amo la noche”. Por Exequiel Svetliza.

Fotos: Esteban Brandán, fotógrafo de Aloloco





Hay almas insaciables siempre ávidas de placeres ajenos a la luz del sol. Amantes de la fanfarria nocturna y sus voluptuosidades. Golosos del baile, del trago y del encuentro. Presos del deseo, sienten bajo la piel ese escozor fulgurante que terminó por incendiar a virtuosos como Jorge Alberto “Mágico” González, Ricardo Centurión y -por qué no- algún que otro volante prometedor de la Liga Tucumana de Fútbol con Las Cañas como último futuro. Seres gozantes arrasados por esa pulsión irreprimible que inspira a poetas y bohemios de toda laya; que atenta contra los cánones de la vida conyugal y que alimenta de intrigas casquivanas el rumor y la maledicencia comarcana. No les bastan las horas sin luz ni los días de la semana. No parecen tener paz ni descanso ni tampoco límites. Los han llamado en otros tiempos calaveras, tarambanas, aves nocturnas. Ahora los conocen como ardidos porque cargan con los estigmas latentes de un fuego inextinguible; vehemencia que para muchos es pecado y en ellos se manifiesta en forma de exorcismo, acaso bendición. Exiliados de todo culto y errantes en su desvelo, han encontrado en Aloloco, el extraordinario boliche de los lunes, su templo y en Alo, su mentor, un magnético líder espiritual.

Si algo le faltaba a Tucumán para certificar su condición de provincia proclive a la fiesta y a la vida nocturna es un boliche que abre sus puertas el primer día laboral de la semana. Un boliche que, además de ofrecer los amenities característicos de cualquier disco (música, luces, tragos y shows en vivo), también regala a sus comensales con premios, digamos, poco ortodoxos: desde una cirugía de implantes mamarios hasta un generoso lechón recién carneado para poner en la mesa navideña o un asado para diez personas hecho por el propietario del local bailable. Un boliche donde las bebidas se sirven en carretillas colmadas de hielo. Un boliche que hace su aporte a algunas causas nobles organizando colectas solidarias. Un boliche donde, cada lunes, un hombre de 52 años toma el micrófono para arengar al público, brindar consejos y transmitir la palabra del Señor a los más jóvenes. Todo eso y mucho más conjuga Alolocola singular ermita de la felicidad y la diversión que funciona en Marco Avellaneda 1050. Todo eso y mucho más es obra de un tucumano al que una década atrás se le reveló la virgen y cambió su vida. 

 Será muy difícil, casi imposible, que Alejandro Alberto Arjona conteste un mensaje de WhatsApp antes de las 16. Alo, como lo conoce todo el mundo, es fiel a la doctrina de Héctor Veira y su axioma de que al día mejor ponerle un toldo. Alo vive de, por y para la noche. Por eso llegará a la redacción de eltucumano.com pasadas las 20 junto a Yanina, su compañera de vida y aventuras. Como un vampiro que camufla su verdadera edad, usa ropa jovial y juvenil: gorra, bermudas y un canguro sin mangas; todo en composé negro. Sobre su pecho descansa un rosario de oro a tono con la pulsera que luce en la muñeca derecha. A simple vista, parece más una nueva estrella del trap que un empresario de la noche. Bastará con hablar un rato para descubrir que, más que una factoría, la noche es para él algo mucho más íntimo y espiritual. No sólo un hábitat natural, sino también un culto. 

Como si hubiese nacido bajo el influjo astral de esas bolas de espejos que proyectan sus reflejos sobre una pista de baile, la casa donde nació Alo hoy es un boliche. Se trata de Winter, el local bailable que administra a sus 77 años su madre, “La Mocha” María Javiera, en El Manantial. En realidad, como sus padres trabajaban todo el tiempo, él creció en la casa de su abuela Ester, muy cerca de ahí en el mismo barrio. Ester lo bautizó como Alito, pero aquel Alejandro de entonces pesaba alrededor de 145 kilos -el doble de lo que pesa ahora- y a Yanina le pareció que no le cabía el uso del diminutivo. “Ella le decía a mi abuela ‘¡qué va a ser Alito este, semejante Alote!’… y ahí ha quedado el Alo con el que me conocen ahora”, comenta el hombre una de sus tantas transformaciones. Porque, así como fue obeso y ahora es flaco, estuvo antes casado y se divorció para volver a la vida conyugal con su actual pareja. Las vueltas de la vida, de sus tantas vidas, lo llevaron a rebuscársela en diversos rubros: fue taxista, docente, exportó limones, tuvo una carnicería, una financiera, un centro de estética, una casa de alquiler de trajes, un puesto de venta de pollos a la parrilla en la ruta 38 y una red de institutos educativos en Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca. Hizo de todo y en el zenit de su carrera empresarial llegó a tener 14 negocios, la mayoría de los cuales tuvo que cerrar durante la pandemia. En el medio apareció la noche como un destino inexorable. 

“Amo la noche… A mí me encanta desde siempre, porque toda mi vida he sido consumista de la noche… muy buen cliente de muchos boliches. Y ahora, bueno, digamos que es como que estoy en mi salsa”, reflexiona Alo. Sus giras bolicheras dan cuenta de ese afán exacerbado por la vida nocturna. Antes de estar del otro lado del mostrador arrancaba los martes en Veracruz, continuaba los miércoles en La Santiago, los jueves eran de Ashanti o Jazmín de Luna, los viernes aterrizaba en Gitana o La Cascada, los sábados optaba por Óxido y el clásico de los domingos solía ser Metrópolis y, más acá en el tiempo, Morena o Malaba. Quizás no con la misma frecuencia de entonces, pero todavía hay veces en las que Alo vuelve a su rutina itinerante y se pasea por dos o tres boliches en una misma noche. 

¿Pero cómo fue que pasó de ser un degustador de boliches ajenos a crear Aloloco? Así recuerda ese momento: “Una de mis hijas estaba a cargo de nuestro instituto de capacitación y ella renegaba porque los chicos no pagaban la cuota. Íbamos en el auto por la avenida Mate de Luna y ella me dice: ‘mirá papá, el recital de Ke Personajes está lleno y la entrada vale 9.000 pesos y a mí no me pueden pagar una cuota que vale la mitad’… Y bueno, yo siempre digo que a la gente se le tiene que dar lo que quiere. Entonces, yo ahí le pregunté si ella y su hermana se iban a hacer cargo de nuestro trabajo del día para que nos dediquemos a la noche. Y, como me contestó que sí muy convencida, ahí dije ‘voy a poner un boliche’”. 

Alejandro junto a su familia

Si bien la decisión de incursionar en la diversión nocturna ya estaba tomada, todavía faltaba elegir qué día funcionaría el boliche y cuál sería su impronta distintiva. Y ahí fue que optó por patear el tablero de la noche tucumana: “Digo lo vamos a hacer un lunes porque el lunes no hay nada… ¿De dónde me viene eso? Yo siempre hacía asado los lunes en mi casa con amigos y, como muchos trabajan en la gastronomía, ellos me decían que sus sábados eran los lunes porque generalmente es el día que descansan. Además, como tengo muchos amigos de la noche que son dueños de boliches, digo ‘lo tengo que hacer un día en que no lo joda a ninguno’… Y bueno, así surgió la idea de hacerlo los lunes… y mi señora me decía ‘¿Vos estás loco? ¿Cómo va a ser un lunes?’ Y yo estaba que el lunes, el lunes, el lunes… y ahí quedó. Creo que se produjo una renovación, un cambio radical en la noche a partir de esta idea loca de hacerlo los lunes. No sabía cómo iba a andar y sin querer encontré mucha gente que no tenía qué hacer un lunes. Yo le decía a mi señora: ‘¿no va a haber 300 locos como yo que anden buscando un boliche el lunes?’”. Superando incluso sus expectativas más optimistas, actualmente alrededor de 1500 personas pasan por Aloloco cada semana. 

A poco más de un año y medio de su inauguración, el boliche ha transitado por distintas locaciones como la calle Santiago al 1100, la avenida Sarmiento al 1200, los salones de quinta El Pacará y hasta la propia casa de la familia Arjona, según cuenta Yanina: “Al ser los lunes, los vecinos se quejaban por los ruidos y un lunes por la tarde los chicos que nos alquilaban el lugar nos dicen que no nos iban a poder alquilar más, entonces Alo me dice que lo hagamos en casa… Lo hicimos en el quincho y esa noche había más de 200 personas en mi casa”. Como a esos borrachos cargosos que los conocen como sexto polvo porque no hay quién lo eche, el boliche logró continuar sin importar de que sede los corrieran. 

Tiempo después al boliche se le sumó también el Alo Bar en Maipú 789 que funciona como epicentro para la previa de los lunes y como una forma de expandir la impronta característica de Aloloco a otros días de la semana: “Ahora tenemos otras unidades de trabajo en la noche que son mucho menos masivas que el boliche. Los días miércoles hacemos un formato que se llama Cocó Shannel y los días viernes hacemos otro formato que se llama Escándalo”. 

“No puedo creer el movimiento en que se ha transformado Aloloco… Creo que es muy bizarro el boliche, por eso a la gente le genera tanta intriga… los regalos que hacemos, los sorteos, la forma como vamos llevando la noche…”, intenta describir las tertulias del boliche que tiene como uno de sus rasgos característicos los premios que los asistentes pueden llevarse cada noche: “Alguna vez regalamos las lolas, unas lolas con los gastos de cirugía y de internación todo pago…sorteamos el chancho, hormas de queso, bastones de salamines, motos cero kilómetros… Decíamos que buscábamos millonarios y regalamos un millón de pesos en efectivo. Otra cosa que sorteamos fueron asados. Es fácil sortear un asado, pero el detalle era que yo iba y hacía el fuego, el asado y atendía a todos los comensales. Eso me ha dado la posibilidad de conocer a muchas familias, era una acción social muy cautivante y muy llamativa porque, de repente, me sentaba a comer asado con diez personas que no conocía”. Para estar a tono con la inclemencia de este verano, el último lunes hubo un aire acondicionado split de premio. 

Otro de los mayores encantos de Aloloco es la proliferación de carretillas estacionadas en la pista como tótems sagrados a los que se les rinde tributo bailando alrededor: “Uno de los primeros atractivos que tenía el boliche era la venta de bebida en carretilla. La gente se divierte mucho con la carretilla, llega un momento de la noche en que los chicos se cargan en las carretillas de un lado para otro. Eso ha hecho también que la gente vaya mucho en grupo y ponen la carretilla ahí en el medio a modo de mesa porque es como una frapera gigante llena de hielo”. 

Noctámbulos irrecuperables, adictos al boliche, hedonistas displicentes, desvelados crónicos, hombres y mujeres angurrientos de diversión. Una de las grandes interrogantes en torno al boliche es quiénes integran la numerosa y diversa troupe de ardidos que visitan sus pistas cada lunes como si no hubiera un martes después. Alo ayuda a despejar las dudas y algunos prejuicios al respecto: “El grueso de gente son más bien personas jóvenes, entre 18 y 20 años, pero también hay gente de sesenta y pico de años que consume Aloloco, el público es muy mezclado. No es como la mayoría de la gente piensa que sólo van los que no trabajan… se pueden encontrar muchos profesionales o personas que van con la remera de la empresa donde laburan. Hay muchos que se van desvelados al otro día a trabajar. Salen del boliche, se van a desayunar, hacen tiempo y se van directamente al trabajo así como están. También están los que nos dicen que cambian su día de trabajo para el día martes… Es impresionante, hasta eso está generando el boliche”. 

Los sorteos, los premios extravagantes, las carretillas con escabio y los ardidos irredentos son componentes esenciales de las noches de Aloloco, pero no hay duda de que el alma del boliche es Alo y su presencia inconfundible. “Yo soy muy yo, muy Alo… Considero que tengo un carisma especial. Creo que es fundamental la interacción que tengo con la gente y el trato que les doy. Yo me paso todo el día lunes encerrado haciendo las invitaciones y mandándolas uno por uno. Es un trato muy personal que yo tengo con toda la gente. Creo que también ellos han descubierto a un dueño de boliche diferente ¿En qué sentido? Yo en el boliche estoy interactuando con todo el mundo… los abrazo, los saludo, les doy un beso, me convidan un trago…En la puerta está mi señora que los recibe. Cuando se van los despiden mis hijas, que están todo el tiempo trabajando para se sientan cómodos también”, comenta el artífice de las noches de los lunes. 

“El boliche es como su casa, o sea él lo toma como que invita a todos a su casa, la gente no va a su negocio, sino a su casa. Es como cuando invitás a una persona a tu casa y vos querés que se sienta bien y él quiere que las mil personas que van al boliche se sientan cómodas… Las saluda, comparte un rato con ellas. Si vos estás tomando una cerveza, por tarde que sea, no te va a decir que te tenés que ir. Él siempre les dice a los chicos ‘yo cierro cuando se va la última persona’”, ratifica, por su parte, Yanina. 

Cada lunes, micrófono inalámbrico en mano, el Tío Alo, como lo llaman los habitués más jóvenes, recorre las pistas animando la velada. No es uno de esos locutores tradicionales, su participación como maestro de ceremonia no se reduce a la arenga festiva, sino que incluye pasajes de reflexión ante el auditorio. Lo suyo es una especie de sacerdocio muy poco ortodoxo: “Puede parecer muy loco lo que te voy a decir, pero muchas veces, mientras voy guiando la noche, incluso hasta de Dios les hablo…Soy muy creyente de Dios y soy muy rezador. En el fondo, puede parecer muy raro, pero es una misión que siento que tengo, la de hacer que los jóvenes recuperen la fe. Les hablo también de mi vida, por ejemplo, que ha sido muy intensa, y les inculco que no bajen los brazos, que sigan adelante, que Dios les va a golpear la puerta y que su vida va a cambiar como ha cambiado la mía”. 

Hace un poco más de diez años Alejandro tuvo una revelación que torcería su destino. Así recuerda ese momento en que la virgen se le presentó mientras dormía: “Todo comenzó con un sueño…Yo no la conocía a la Virgen de Fátima, no la había visto, y se me apareció su imagen junto a los pastorcitos y a un haz de luz. Me desperté muy emocionado, llorando. Para mí ese ha sido un mensaje celestial. Es muy fuerte lo que me ha pasado, para mí hubo un antes y un después de eso. Desde ese día soy muy creyente de la espiritualidad, consumo mucha educación emocional y sigo siempre lo que me dice mi corazón”. 

“Siempre digo que ese día me recibí de buena persona. En mi humanidad también he fallado, he fallado mucho y me pasaron cosas fuertes, por ejemplo, como que no podía bajarme a rezar ante la imagen de la virgen porque sentía vergüenza… Es como que no podía mirarla a la cara porque sentía que algo estaba haciendo mal, pero bueno, eso ya ha pasado y por eso creo que siempre hay que darse una oportunidad”, comenta visiblemente emocionado. 

¿Cómo conviven esa faceta mística con los placeres nocturnos; lo etéreo y lo mundano; la prédica y el baile? Para Alo, a contrapelo de lo que dictan los prejuicios y algunos mandatos sociales, conviene no confundir la noche con la oscuridad: “No es malo ir a Aloloco, no es malo divertirse, no es malo ser feliz ni compartir con amigos… Desde esa perspectiva no le veo nada malo a la noche”. O como sentenció Kurt Cobain al momento de su despedida: Es mejor arder que apagarse lentamente. Aunque sea lunes.