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Ni madres ni putas

LIBEREN LAS TETAS

Fotografía de Genderless Nipple (Instagram).


Habré tenido seis años. Era chica y estaba en la casa de mis abuelos. Vi a mi primo que jugaba sin su remera en una infernal siesta de verano. Al verlo, me quité la mía para estar tan fresca como él. Inmediatamente, mi abuela me exigió que volviera a ponérmela. Cuando le pregunté por qué yo no podía si él no tenía la suya, me contestó que las nenas no podemos mostrar los pechos y los nenes sí.
Es aberrante cómo desde que somos nenas nos enseñan a vestirnos y comportarnos para complacer al patriarcado. Tenía seis años, mis pechos no estaban formados, mi cuerpo no estaba formado, pero sí sexualizado. A eso lo entendí años más tarde cuando me desarrollé, cuando me crecieron las tan temidas tetas.
Hace un tiempo decidí hacerme un aumento mamario. “¿Cómo te gusta ser el centro de las miradas, ¿eh?” fue el comentario que más escuché. No se concibe que una pueda hacer con su cuerpo lo que quiera. Nuestras tetas son objeto del hombre y todo lo que hagas con ellas es reductible a “llamarles la atención”.
Es aberrante que una mamá tenga que meterse adentro del baño de un bar para saciar la necesidad más básica de su bebé: alimentarle. ¡Qué oscura, sucia y sin pudor se puede ser para sacar una teta en público! Así piensa nuestra sociedad, salvo cuando un agente del patriarcado necesita de una teta para complacer sus “necesidades básicas”. Ahí, la teta se convierte en “la mejor amiga del hombre”, como dijo alguna vez algún cráneo de la farándula argentina.
Así es que en una playa no podés andar en tetas, pero para participar en un nefasto programa de televisión la exigencia es mostrarlas, ponerles precios, complacer placeres. Si te sacás el corpiño para tomar sol, la Policía al pie del cañón. Pero si te violan, después de toda una causa, una investigación, probablemente terminen diciendo que tuviste la culpa. Por andar mostrando.
Porque si sos mujer y mostrás, en esta sociedad patriarcal, que reduce a las mujeres a objetos o a funciones, o sos madre, o sos puta.

Habré tenido seis años. Era chica y estaba en la casa de mis abuelos. Vi a mi primo que jugaba sin su remera en una infernal siesta de verano. Al verlo, me quité la mía para estar tan fresca como él. Inmediatamente, mi abuela me exigió que volviera a ponérmela. Cuando le pregunté por qué yo no podía si él no tenía la suya, me contestó que las nenas no podemos mostrar los pechos y los nenes sí.

Es aberrante cómo desde que somos nenas nos enseñan a vestirnos y comportarnos para complacer al patriarcado. Tenía seis años, mis pechos no estaban formados, mi cuerpo no estaba formado, pero sí sexualizado. A eso lo entendí años más tarde cuando me desarrollé, cuando me crecieron las tan temidas tetas.

Hace un tiempo decidí hacerme un aumento mamario. “¿Cómo te gusta ser el centro de las miradas, ¿eh?” fue el comentario que más escuché. No se concibe que una pueda hacer con su cuerpo lo que quiera. Nuestras tetas son objeto del hombre y todo lo que hagas con ellas es reductible a “llamarles la atención”.

Es aberrante que una mamá tenga que meterse adentro del baño de un bar para saciar la necesidad más básica de su bebé: alimentarle. ¡Qué oscura, sucia y sin pudor se puede ser para sacar una teta en público! Así piensa nuestra sociedad, salvo cuando un agente del patriarcado necesita de una teta para complacer sus “necesidades básicas”. Ahí, la teta se convierte en “la mejor amiga del hombre”, como dijo alguna vez algún cráneo de la farándula argentina.

Así es que en una playa no podés andar en tetas, pero para participar en un nefasto programa de televisión la exigencia es mostrarlas, ponerles precios, complacer placeres. Si te sacás el corpiño para tomar sol, la Policía al pie del cañón. Pero si te violan, después de toda una causa, una investigación, probablemente terminen diciendo que tuviste la culpa. Por andar mostrando.

Porque si sos mujer y mostrás, en esta sociedad patriarcal, que reduce a las mujeres a objetos o a funciones, o sos madre, o sos puta.

Texto de Eleonora Neira

Edición: Einath Apel