El mito del Perro Familiar, el terror de los trabajadores azucareros de Tucumán
El olor a azufre y carne podrida y el ruido de cadenas arrastrándose anticipaban su presencia. “No se sabe si es el Diablo en persona o simple funcionario”, alertó el mismísimo Eduardo Galeano. Le atribuyeron la desaparición de trabajadores durante la última dictadura, pero otros sostienen que todavía anda suelto. ¿Seguirá rondando los cañaverales de Tucumán? | Por Gabriela Neme.

Imagen ilustrativa.
Desde mediados del siglo XIX los ingenios azucareros comenzaron a instalarse a lo largo y ancho de toda la provincia, acompañados del tendido de las vías del ferrocarril. Rápidamente se multiplicó la producción que llevó a ganancias millonarias, es así como Tucumán logró tener su época dorada gracias a la próspera economía generada por la industria. Simultáneamente, desde el imaginario popular, se instaló la creencia de que esta explosión económica estaba ligada a la firma de pactos entre los propietarios de los ingenios con el diablo, quien les aseguraba cuidar sus sembrados y controlar a los obreros, para mantener la prosperidad a cambio de la vida de los trabajadores.
El demonio se encarnó en la figura del conocido familiar o “Señor de los Cañaverales” acompañado de un mito que se instaló en todos los ingenios de Latinoamérica y fue tomando diferentes formas. En el norte de nuestro país está representado por un perro Cadejo grande y negro de grandes ojos color rojo o de fuego y pelos duros, con algunos rasgos humanos como garras prensiles en vez de manos, que podía caminar en dos patas. En otras regiones se personificó en una víbora de gran tamaño, con pelos y ojos en llamas. Además, había un híbrido denominado “Teyú Yaguá” con colmillos de jabalí, en la mandíbula inferior, o de víbora, en la mandíbula superior.
La llegada de este maléfico ser se presentía por el penetrante olor a azufre y carne podrida y el sonido de las cadenas arrastrándose. Nada lo detenía ni lo podía herir: ni las balas ni los machetes, solo retrocedía ante una cruz. Solía cruzar entre los cañaverales siempre en línea recta, atravesando construcciones. Ciertas personas sostienen además haber visto a un jinete de aspecto europeo, vestido de negro montando un caballo tuco negro, que aparecía tras haber firmado el contrato pactado.
Mientras esperaba para salir a cazar sus víctimas, el Familiar permanecía en los sótanos de las fábricas, entre las bolsas de azúcar, o en las chimeneas de los ingenios. Por la noche era liberado por el dueño tras indicarle de quien debía alimentarse: las presas eran los trabajadores rebeldes que organizaban huelgas o lo cuestionaban por las malas condiciones laborales que sufrían, generándole problemas.
El gran Eduardo Galeano relató este mito en su libro “Memoria del fuego III. Siglo del viento” (1986): “Está hecho una furia con estas novedades que han venido a perturbar sus dominios. Los sindicatos obreros le dan más bronca y susto que la cruz del cuchillo. En las plantaciones de caña de azúcar del norte argentino, el Familiar se ocupa de la obediencia de los peones. Al peón que se pone respondón y arisco, el Familiar lo devora de un bocado. Hace ruido de cadenas y echa peste de azufre, pero no se sabe si es el Diablo en persona o simple funcionario. Sólo sus víctimas lo han visto, y ninguna pudo contar el cuento. Dicen que dicen que por las noches el Familiar ronda los galpones donde los peones duermen, hecho enorme serpiente, y que acecha agazapado en los caminos, en forma de perro de ojos en llamas, todo negro, muy dentudo y uñudo”.
Si el propietario fallecía sin transmitir el conocimiento a sus sucesores, el Familiar podría morir de hambre y la fortuna de la familia se perdería, quedando sus parientes malditos. Este aterrador destino marcó a la familia del ingeniero francés Clodomiro Hileret, que a su llegada de Europa fundó el próspero Ingenio Santa Ana, el más grande de Latinoamérica con una superficie de casi 30.000 hectáreas. Rápidamente se convirtió en una mina de oro, que creció sin parar e incorporó las innovaciones de la época al punto de que a inicios del Siglo XX contaba con luz eléctrica, 50 kilómetros de vías férreas, una central de teléfonos y 10 escuelas para los trabajadores.
El Santa Ana fue el primer ingenio en donde se instaló el tenebroso mito ya que por su inmensa escala no era fácil de controlar. Fue entonces que Hileret para mantener el orden, se valió de brutales capataces que sometían a los trabajadores y los amenazaban con su desaparición en manos del Familiar, en caso de no obedecer. El éxito de la empresa se mantuvo hasta el trágico final del dueño, hecho que contribuyó a alimentar el mito porque se comentaba que Lucifer cobró sus deudas con la vida de Clodomiro que falleció repentinamente en un viaje en barco hacia Europa. El ingenio quedó al mando de sus 4 hijos, quienes lo perdieron poco tiempo después y abandonaron Tucumán. Tal fue la magnitud de la desgracia que un incendio consumió la residencia familiar, un gran palacete cuya fachada de estilo gótico emulaba a la de un castillo flanqueado por torres, rodeado de parques con especies animales y vegetales exóticos.
La decadencia de la industria azucarera se inició en la década de 1930 con la disminución abrupta de los volúmenes de producción logrados hasta entonces. Desde aquel momento dicen que el familiar anda suelto porque ya no tiene quien se haga cargo de él. Incluso se le atribuyó la desaparición de trabajadores del Ingenio Ledesma, durante la dictadura militar de los ’70.
Lo cierto es que detrás de todo mito hay un trasfondo y aquí es que los propietarios de los ingenios estaban muy ligados al poder económico y político. Fueron quienes alimentaron las fortunas de las familias burguesas argentinas, a costa de marcar a sangre a los poblados azucareros y así lograron sembrar temor y ejercer el control. Con el tiempo el Familiar se transformó en patrimonio inmaterial de los tucumanos, ya que se instaló en la memoria colectiva de aquellos pobladores que continúan viviendo en las urbanizaciones que acompañaron a los ingenios. En el Museo de la Industria Azucarera ubicado en la Casa del Obispo Colombres del Parque 9 de Julio, se relata el derrotero de nuestra industria azucarera incluido el Familiar y su historia contada en una sala del primer piso del edificio. ¿Será que aún sigue rondando por los cañaverales nuestra provincia?